DEZA: Agapito y la revolución...

Agapito y la revolución

Precisamente en sus excursiones rurales, el de Valverde del Majano comprueba el lacerante atraso que sufre el país. La injusticia y la desigualdad de los seres humanos enerva su ánimo. De unos años a esta parte viene produciéndose en el menudo guitarrista una toma de conciencia que le abocará directamente a la militancia política. Son años de compromiso político, pero también moral. Agapito simpatiza con los socialistas y colabora en la obra republicana a través de las Misiones Pedagógicas, pero acaba afiliándose al Partido Comunista de España en 1932. «Cuando se fundó este partido en 1921, muchas cosas de las que decía ya las pensaba yo». También figura como socio fundador de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, y en 1936 recibe el encargo de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) de seleccionar grupos de folclore para participar en la llamada Olimpiada Roja, a celebrar en Barcelona. Allí acudió Agapito, al frente de un grupo de danzantes de Abades y en representación de la provincia.
La guerra estalla en el verano de aquel año, y el maestro queda encuadrado en el bando "rojo". Marazuela está en Madrid. Junto a un grupo de afines toma el Centro Segoviano de la capital y organiza las llamadas Milicias Antifascistas Segovianas, en un local situado en el número 1 de la calle Mayor, en plena Puerta del Sol. « ¡Ya está bien de cantar jotas, que nos han dado un golpe de Estado!», se dice que exclamó aporreando la mesa. Antonio Linage Revilla y Emiliano Barral están con él. Las milicias llegaron a contar con 566 hombres en 1937, según reseña el historiador Santiago Vega Sombría en su libro "De la esperanza a la persecución. La represión franquista en la provincia de Segovia" (2005).

Pero Agapito no empuña las armas. Su labor está en el campo cultural. En 1937 acude con los danzantes de Abades a la Exposición Internacional de París. Allí pasa cincuenta y tantos días, al resguardo del pabellón de la República española, donde por primera vez se exhibía el "Guernica" de Picasso. Jamás se le ocurrió huir. Al contrario; cuando acabó la guerra, se entregó como un cordero, pero con valentía y arrojo, sin esconder sus ideales. «Al acabar la guerra –dirá años después– estuve preso veintisiete meses primero, y luego en el 46 me volvieron a detener y pasé otros cuatro años. Conocí muchas cárceles: Madrid, Burgos, Ocaña, Vitoria».