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DEZA: Gracias, abuelo, por este capítulo de etnología.

La era y la trilla.

La palabra era tiene varias acepciones en el diccionario. Podemos leer: Lugar donde se trillan las mieses, cuadro de tierra en que el hortelano cultiva verduras y también superficie plana en donde se trituran los minerales
A nosotros nos sirve la primera definición ya que es en ella donde trillábamos los cereales. En nuestro pueblo, ese lugar estaba destinado solamente para era y el terreno no tenía otra función puesto que estaba empedrado expresamente y allí no se cultivaba nada. Solamente crecía la hierba y algún cardo setero, entre las juntas y nada más. Por cierto, el Doroteo, que era pastor, encontró una seta en una de ellas, de campeonato. Antes de empezar las faenas de trilla se escardaba un poco por encima y se hacía rodar un pesado rodillo, estirado por un animal, el cual dejaba las piedras aplanadas o sea al mismo nivel aproximadamente unas de otras, después de varias pasadas. Tampoco convenía que fuese un lugar duro y compacto pues en ese caso las herraduras de las patas de las mulas hubiesen machacado mucho grano en la trilla y lo que pretendíamos era recoger lo más posible sin que se perdiera a poder ser, ni uno sólo.
Los solares destinados para era estaban casi siempre aguantados por hormas de piedra que servían para soportar la tierra de una pendiente, que se había hecho llana, artificialmente. Muchas veces estaban colindantes unas de otras y como cosa curiosa diré que las peñasquillos tenían especial predilección por hacer sus nidos entre los huecos de las piedras de la pared.
La primera parva que se trillaba en el solar de la era, como es lógico, salía con piedrecillas y tierra y se procuraba que ese grano no fuese para alimentar las mulas puesto que era perjudicial para la dentadura de las caballerías ya de por sí muy desgastada al tener que moler, de eso viene molares, tanta paja y tanto grano durante su vida útil. Tened en cuenta que un par de mulas llegaban a comerse toda la paja de la cosecha de un labrador, en un año. De hecho hubo animales muy queridos, trabajadores y voluntariosos que se tuvieron que sacar de casa, antes de tiempo, porque ya no podían masticar con normalidad. El que no come, ya se sabe…
En Deza había eras por todas partes, señal de que es un pueblo eminentemente agrícola. Estaban las del Mediano, muy numerosas y muy apreciadas en los tiempos de ablentar, aventar o albeldar a mano y de acarrear con mulas. Su valor decayó bastante al hacerse habitual el carro pues no hay caminos suficientemente amplios, que conduzcan allí. Algunos propietarios optaron por buscarse otro lugar más idóneo para el nuevo transporte.
En mediano tenía todas las ventajas de la era en aquellos años pues daba mucho sol desde muy temprano, soplaba viento todos los días y veías venir las tormentas con tiempo suficiente. Esto último muy importante pues te podías librar de buenas si no recogías la parva a tiempo. El viento fue muy necesario antes de que viniesen las máquinas de ablentar. Otro invento nuevo.
Nos cuenta Mercedes García Arenal, en su libro “Los moriscos y el tribunal de Cuenca”, que en este lugar, El Mediano, celebraban los moriscos la salida de la luna al comienzo del mes del Ramadán. Eso a menudo les trajo consecuencias graves y a veces duras penas de cárcel por el tribunal de la Santa Inquisición que se lo tenía prohibido. Un trozo de historia muy interesante.
Estaban también las eras Bajeras, algunas más llanas y accesibles que las anteriores; las eras del Cerro de la Horca al pie del cual se encontraba la pequeña era de mi padre en la que salía muy tarde el sol y pronto le pegaba la sombra de la tarde. De ello se deduce que valía poco; pero estaba muy cerca de casa. Tenía una casilla excavada debajo de una risca y manaba agua todo el invierno. Lo mejor de todo es que el agua del botijo que se guardaba allí, estaba fresca como una rosa. La risca, hasta en las horas del mediodía hacía sombra y aunque perezca extraño, en ese punto se trillaba más que en ningún otro pues nuestros machos siempre iban a parar… ¿A dónde? Pues a la sombra. Y ya puestos a contar, también diré que al toque del mediodía se paraban en este puesto y adivinaban cuando el sacristán cogía la cuerda y ya no querían tirar. Echaban el freno y ya no había quién les hiciera dar una nueva vuelta. Y efectivamente, al segundo ya se oía la campana. Anteriormente esta era había sido del tio Celedonio “El Perdido”, un hermano de mi abuela. El se la vendió al tio Ezequiel “el Picarín” y éste a mi padre.
Mi padre, con un primo suyo de Embid, el cual tenía autorización para poseer y usar explosivos, habían probado de tirar a base de dinamita, un morrón que sobresalía a la era y apenas hicieron mella en él. Después de cincuenta años, sin causa aparente y sin ayuda de nadie, un día se vinieron abajo solas, cientos de toneladas de piedra que enrunaron el solar completamente. Ahora a nadie le estorban ya. De haberse producido entonces el derrumbamiento hubieran dejado a mi padre sin espacio para trillar pues aquello no hubiera habido quién lo quitara. Posiblemente hasta se hubiese alegrado, vete a saber.
También había eras por el Cabezuelo, por la Soledad y al poniente, por la carretera de Bordalba. Las últimas que aparecieron fueron las que bordeaban la recién hecha carretera de La Alameda y por último las dos de San Roque del tio Manuel de la Lucila y del tio Raimundo. Estas dos se hicieron con el fin de no bajar la cuesta con las mulas cargadas y ahorrar tiempo. Vete a saber si mereció la pena pues también había sus inconvenientes.
Había otras eras desparramadas por todo el término, sobre todo en los lugares apartados del pueblo. Se hacían siempre y cuando mereciese la pena pues tenías que poseer propiedades suficientes como para que te resultara rentable. Las más numerosas estaban por las Hoyas, el Gibao y la Enzamarilla, al poniente. También estaban repartidas por todo el perímetro del campo, en los lugares más alejados. Generalmente se componían de un ruedo y de una casilla donde poder dormir y resguardarse de la noche y de las inclemencias, las mulas y el amo. Los propietarios solían decir, en mi casilla…
Para trillar tenías que tener en la era suficiente espesura de mies por la cual se deslizaba el trillo estirado por la yunta, sin que tocara el suelo, desde el principio al final puesto que las chinas de pedernal, podrían desprenderse de la tabla. El trillo era un armatoste de madera de un metro de ancho por dos de largo aproximadamente, en el que el conductor iba montado encima. Lo efectivo, lo que realizaba el trabajo, era lo de debajo puesto que llevaba un arsenal de chinas de pedernal y sierras incrustadas, que a cada pasada realizada en círculo, cortaba la paja hasta dejarla prácticamente molida y desprendido el grano, al cabo de dar cientos de vueltas. La parte delantera estaba curvada, como los esquís hacia arriba, con el fin de que la parva pasara por debajo y no se atascara. Otra cosa que vendría del tiempo de los romanos o de antes, pues ya se usaba el sílex en herramientas de neolítico, encontradas en los yacimientos arqueológicos de nuestro pueblo. Mira lo que se había adelantado en siglos y siglos. La agricultura estaba abandonada de la mano de Nuestro Señor. No así las armas para matar que al estar en las manos del diablo, en los tiempos del trillo, ya usaban los mejores aceros del mundo para su construcción. Pero vayamos al grano.
Había varios fabricantes de trillos, por allá en tierras de pinares, que los traían a vender a la plaza y los mejores sin duda eran los de Cantalejo, de tres tablas, en vez de seis que era lo normal. Cantalejo, provincia de Segovia, posiblemente fabricara sus trillos desde los tiempos de la romanización de Iberia. La estructura, de hecho era la misma pues apenas había padecido modificaciones a través de tantos siglos de vigencia. Allí se dedicaban a fabricarlos durante los meses de frío y los comercializaban a partir de Mayo. Aún cuando el trillo desapareció de las labores agrícolas, todavía se siguen fabricando en la actualidad todo el año pues son muy buscados como piezas de decoración. En Deza también los hacían en las carpinterías, por encargo. Tú escogías el que iba con la yunta que tenías, puesto que era esencial que los animales lo estiraran con soltura y no acabaran el día, molidos. El motor en aquellos tiempos, estaba en la musculatura y en los pulmones de los animales de que disponías, que generalmente era tu yunta de mulas o machos y alguna de burros también.

Muy buena la poesía de pefeval.

Seguiremos...

Un abrazo.

Gracias, abuelo, por este capítulo de etnología.