Virila fue, y así lo reconoce la historia, un santo abad del Monasterio benedictino de Leyre. Este monasterio se encuentra en la provincia de Navarra, cerca de la de Zaragoza y del pantano de Yesa. Los amables guías de la Diputación Foral de Navarra, que muestran a los turistas el recinto y los aledaños del monasterio, me contaron esta bonita historia que llegó a impresionarme:
Según el guía, el abad, al igual que todos los días, salió del monasterio para hacer su cotidiana meditación, mientras paseaba por entre los arbustos y monte bajo de chaparras y bojes que rodean el cenobio. Era una soleada mañana de Mayo y, a fin de contemplar la exuberante naturaleza de su entorno, se sentó en una pequeña roca en medio de un claro del monte. Entonces, oyó cantar al ruiseñor y se quedó extasiado por aquellos maravillosos trinos. Levantó los ojos a cielo y formuló una súplica:
-“Señor, trescientos años de mi vida por este momento”.- Y Dios le oyó.
Con la feliz serenidad del que posee la divina gracia, el abad se quedó dormido. Otra versión de la historia dice que se perdió persiguiendo al ruiseñor por la sierra de Errando, pero yo me inclino por la primera. Cuando despertó, se acercó al monasterio intentando acceder al recinto por la angosta puerta del lado este, que era la que utilizaba habitualmente. Se sorprendió al acercarse al lego que ejercía su oficio de portero al ver que el hábito del mismo no era el habitual. El lego se le acercó inquiriéndole su presencia y sus deseos.
-Quien sois y qué deseáis-, preguntó el fraile.
-Soy el abad Virila y vengo de mi diaria meditación- respondió el abad, extrañado de la pregunta.
-No os conozco, dijo el lego, sin embargo se llama su reverencia igual que un abad de este monasterio que desapareció hace trescientos años, mientras meditaba en el monte.
Un saludo.
Según el guía, el abad, al igual que todos los días, salió del monasterio para hacer su cotidiana meditación, mientras paseaba por entre los arbustos y monte bajo de chaparras y bojes que rodean el cenobio. Era una soleada mañana de Mayo y, a fin de contemplar la exuberante naturaleza de su entorno, se sentó en una pequeña roca en medio de un claro del monte. Entonces, oyó cantar al ruiseñor y se quedó extasiado por aquellos maravillosos trinos. Levantó los ojos a cielo y formuló una súplica:
-“Señor, trescientos años de mi vida por este momento”.- Y Dios le oyó.
Con la feliz serenidad del que posee la divina gracia, el abad se quedó dormido. Otra versión de la historia dice que se perdió persiguiendo al ruiseñor por la sierra de Errando, pero yo me inclino por la primera. Cuando despertó, se acercó al monasterio intentando acceder al recinto por la angosta puerta del lado este, que era la que utilizaba habitualmente. Se sorprendió al acercarse al lego que ejercía su oficio de portero al ver que el hábito del mismo no era el habitual. El lego se le acercó inquiriéndole su presencia y sus deseos.
-Quien sois y qué deseáis-, preguntó el fraile.
-Soy el abad Virila y vengo de mi diaria meditación- respondió el abad, extrañado de la pregunta.
-No os conozco, dijo el lego, sin embargo se llama su reverencia igual que un abad de este monasterio que desapareció hace trescientos años, mientras meditaba en el monte.
Un saludo.