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DEZA: El labrador no podría dejarse en casa ni su chaqueta,...

El labrador no podría dejarse en casa ni su chaqueta, ni su boina, ni su sombrero y debería calzar una buenas albarcas ya que tendría que andar entre terrones y surcarriadas, una cantidad considerable de kilómetros, al día. Y menos todavía debería olvidar su merienda, su bota, su botija y sus bártulos de fumador. Había que echar de vez en cuando un cigarrillo para que descansen los animales y el conductor del arado.
Al mediodía tampoco debería olvidarse de dar agua a sus animales después de que hubieran comido y reposado un tiempo prudencial. Generalmente se conocía algún manantial o pozo cercano, de lo contrario había que llevar el agua con cántaros. Era un inconveniente porque al ser de barro se rompían al menor descuido. No se conocía todavía el plástico que hubiera resultado tan práctico. La gente con posibilidades, a veces disponía de una borrica que le servía para acarrear el líquido elemento, en cántaros metidos en las aguaderas. Este arnés hecho de esparto podía llevar en sus cobijones de cuatro a seis vasijas según modelo o sea dos o tres en cada costado.
Con todos los ingredientes que hemos enumerado podríamos haber pasado un día de labranza normal que suponemos sin lluvias, ni truenos, ni nieve, ni granizo y yendo bueno, que se dice, que no es otra cosa que encontrar el terreno en óptimas condiciones. Todo lo contrario, también hubiera sido posible, o sea que podías haberte encontrado un día aciago de los que ni siquiera merece la pena recordarse.
Por la mañana se desparramaban las yuntas del pueblo en todas direcciones; por la cuesta de San Roque, por el Alto de las Escaleras, por La Carretera de Bordalba o bien por la de Soria camino del El Barranco de Serón y de Las Muelas… Por la tarde, los labradores retornarían camino de casa montados en sus caballerías, posiblemente echando su cigarrillo y sus joticas al aire, unas veces dedicadas a la novia del alma y en todo caso, pensando en su mujer y sus hijos. ¡Qué bien aquellas del Ángel el Bisbís…!
Hay una canción castellana muy bonita que dice: “Los labradores por la mañana el primer surco va por su dama. Al mediodía cortan la rosa de Alejandría. Ya por la tarde sueltan la yunta, vamos que es tarde…”
Con la llegada a casa todavía no se había acabado la faena del día pues había que descargar los aperos, desaparejar, atar los animales en la estaca del pesebre, tener la pajera llena y prepararles un pienso. Después, llevarlos al abrevadero para que echen su buen trago en las limpias aguas procedentes del manantial de Algadir y del Suso y a descansar. Eso si no tenías que ir a la secretaría, a la hermandad, visitar algún enfermo grave o a la barbería. Todo era posible…Tengamos en cuenta que en aquellos tiempos, la visita a los enfermos era habitual aun no siendo vecinos ni familiares, cuanto ni más si lo eran. Una herencia muy bonita que me dejó mi padre y que la voy cumpliendo.
El labrador ideal debería de gozar de muy buena salud y ser un hombre hecho y derecho, puesto que sus trabajos eran muy pesados. No obstante, había muchas veces que hacer de tripas corazón y arrear con lo que viniera dejando incluso la piel en la besana, si convenía. Algunos padres necesitados, sacaban a sus hijos antes de los catorce años de la escuela y ya los mandaban a labrar con su yunta. Y había chicos que presumían de ello, puesto que eran considerados ya unos hombrecitos en toda la regla.
Lo primero que se labraba, si el tempero lo permitía, eran los rastrojos para que la paja fuese pudriéndose con la humedad de las lluvias. Era la tierra que debía quedarse en barbecho o sea en descanso durante un año. Venía después de una temporada, el binado o sea la segunda labor.
Las tierras del año anterior se acababan de preparar para la siembra añadiendo previamente los abonos orgánicos, de origen animal. El que no los tenía, no echaba nada y así iban sus cosechas. El que disponía de sirle de las ovejas de su corral, ciertamente podía asegurar que sus cosechas valdrían el doble que las de los que solamente alimentaban sus tierras con cuatro pajuceros mal podridos, en su pequeño muladar a donde iban a parar todos los desechos orgánicos de la casa. Hoy día los abonos químicos hacen milagros y son estos los que se usan habitualmente aunque al principio los labradores fueron muy reticentes a usarlos en sus tierras. Algunos decían que las embrujaban. Otros tuvieron primero que experimentarlos y hacer pruebas con ellos. Al ver los resultados, ya nadie puso en duda su eficacia.
Hasta ahora habremos usado en nuestros campos unos instrumentos muy antiguos y que solamente hacían rayas en la tierra: El arado romano y la vertedera. En caso de tener un par de caballos percherones podrías haber labrado la tierra con un brabán con el que harías una labor bastante considerable en profundidad, siempre y cuando fueras joven. Para gente mayor ya no valía pues había que hacer un gran esfuerzo para dirigirlo y dar la vuelta al final de cada surco amén de seguir al trote aquellos animales. Si quieres a alguien mal, dice el refrán, con caballo lo veas arar.
De pronto, bendita era la hora, llegó la revolución industrial a los campos y nos encontramos con el tractor, máquina que recibe este nombre porque realiza su fuerza estirando las herramientas mediante tracción. Al principio eran de pocos caballos de fuerza, muy complicados y muy duros de llevar, aunque lo bueno era que ya se iba montado en él; pero poco a poco llegaron a alcanzar tal grado de perfección que incluso labran las tierras con radio-control. Sin llegar a tanto, hoy día, puedes comprarte uno que tenga aire acondicionado, nevera, radio, dirección asistida, control de profundidad, cambio eléctrico… etc. Y al que le puedes acoplar sin apenas trabajo, todas las clases de herramientas que puedas imaginarte. A partir de aquí cualquiera puede ser labrador, solamente con la condición de que tenga muchas y buenas tierras para poder amortizar la maquinaria que vale mucho dinero y trae consigo cuantiosos gastos.

Por hoy, vale.

Un abrazo.