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DEZA: Parce ser que el invierno está dando los últimos coletazos....

Parce ser que el invierno está dando los últimos coletazos. Los árboles comienzan a desperezarse y a sonreirnos con sus flores. Los verdes sembrados alfombrán nuestros campos... Se está obrando el milagro que cada año nos sorprende cuando el sol comiensa a calentar. Pero... ¿Sabemos realmente como ocurre todo ello?

La siembra.

El verbo genérico de sembrar, puede alcanzar una gran variedad de faenas a realizar por el hombre con cualquier simiente que haya sobre la tierra y que es prácticamente infinita. No obstante cuando en este capítulo nos referimos a la siembra, lo haremos pensando en los trabajos a realizar en nuestros campos para conseguir cereales.
A mediados de octubre ya se comenzaba a sembrar. Las simientes durante siglos se escogieron de los mejores granos que se disponía. Posteriormente fue de obligado cumplimiento el seleccionar las semillas con una complicada maquinaria de bombos de diferentes medidas y diámetros, para asegurar el rendimiento de las cosechas. E imprescindible también, una buena sulfatada con sulfato de cobre. Hoy en día puedes usar simientes esterilizadas de parásitos y hongos con especificaciones precisas de lo que quieres recoger en tus cosechas, el día de la recolección.
Volviendo a las mulas, contaremos que cuando salían de la cuadra a la calle ya comenzaban a cagar y a fumar, con aquellos chorros tremendos de vapor que la respiración producía al salir el aire caliente de sus pulmones por la nariz y que llegaban casi al suelo, sobre todo si era día de escarcha. Los moñigos que a su paso depositaban en las calles, semejaban pastelillos humeantes recién salidos del horno.
La siembra se comenzaba “almarcenando” o sea haciendo márgenes, tal como si se fuesen marcando los barbechos con caminos rectos, que ayudarían a seguir un método infalible para saber por donde se iba. Después con un saco colgado en el costado, el buen sembrador, siguiendo este sencillo marcaje, repartiría la simiente y el abono homogéneamente pues al nacer no deberían aparecer ni claros ni espesuras, ni tampoco ronchas mal abonadas, sobre el terreno. Previo paso del arado y la tabla, con objeto de enterrar todo lo mejor posible, pronto empezaría el grano a grillar y si la tierra tenía tempero suficiente, a los pocos días, ya se verían puntear las nuevas plantitas. El agua de la lluvia haría el resto
Ya desde antiguo existían también para todo aquel que las pudiera comprar, las máquinas de sembrar estiradas por una yunta de mulas y que se usaron con éxito durante muchos años. Posteriormente con la llegada del tractor entraron en acción otras mayores y con mejores controles de siembra; aunque en poco tiempo todo puede quedar obsoleto ya que cada temporada aparecen otros nuevos modelos mucho más adelantados que dejan para la chatarra los que apenas se habían estrenado. Son los adelantos de la ciencia. Uno de ellos te hace la siembra directamente en el terreno, sin ni siquiera arar la tierra que está de rastrojo de ese mismo año y a profundidades establecidas con anterioridad, por el agricultor.
Si echamos una mirada a la parábola del sembrador, (Lucas, 8) podemos ver las posibilidades que tiene un grano de trigo según el sitio donde caiga, de llegar a fructificar el cien por cien o perderse para siempre. Esto lo ha de tener presente el labrador, en todo momento: No lanzarlo al camino, ni echarlo en terreno poco profundo; sino en tierra fértil y enterrarlo, para que con las lluvias, pueda germinar y con el tiempo dar su fruto.

Un abrazo.