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DEZA: “Vámonos a casa, maridito mío”. Bonito y viejo cuento...

Bueno, como la siembra ya está hecha y los sembrados comienzan a despertar, por efecto de la llegada de la primavera, voy a comenzar la ESCARDA.

La escarda.
Quitar cardos, que se aplica también a la eliminación de otras hierbas perjudiciales a los sembrados, se denomina escarda.
San Marcos nos narra en el capítulo trece de su evangelio, la parábola del trigo y la cizaña. Y dice así:
- Con el Reino de los cielos pasa como un hombre que sembró buena simiente en su campo; pero mientras todos dormían, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando los brotes crecieron y se formó la espiga, apareció también la cizaña. Los criados fueron a ver al amo y le dijeron:
- Señor, ¿No sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues como es que ahora ha salido cizaña?
El les respondió:
-Eso lo ha hecho un enemigo.
-Y los mozos le dijeron:
- ¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña?
El les respondió:
- No, no lo hagáis ahora no fuera caso que al arrancar la cizaña también arrancárais el trigo. Dejarlos que crezcan juntos hasta el tiempo de la siega y entonces diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y haced haces para quemarlos; en cambio, el trigo recogerlo y llevarlo a mi granero.
En Deza a pesar de que habían pasado muchos siglos desde aquel relato evangélico, pasaba lo mismo. Se sembraba lo mejor y a veces seleccionado y nacían toda clase de semillas perjudiciales. Desconozco si también salía cizaña ya que nunca he sabido como es esta planta, que además de hacer daño en los campos, hace mal si se siembra entre las personas, según he oído muchas veces en comentarios. Y encima, se dice que hay personas cizañosas, lo cual es verdad.
Lo cierto es que, lo que ahora se hace en cuatro pasadas con un tractor, con la máquina sulfatadora, entonces daba faena a grandes y chicos durante casi toda la primavera.
Los operarios llamados escardadores, a veces, formaban cuadrillas compuestas de chicos y chicas con ganas de juerga, que mientras hacían la faena se contaban chistes y chascarrillos e historietas presentes y pasadas. Allí no se libraba nadie de la crítica. De algunas de estas algarabías salieron noviazgos una veces apañados y otras por la ocasión del encuentro.
Naturalmente también había quien llevaba a su mujer y sus hijos; lo hacían en familia. En este caso era el padre el que entretenía a los suyos animándolos a darse prisa y así posiblemente poder encontrar algún nido de pajarillo, codorniz o de perdiz. A los chicos nos alegraba mucho encontrar alguno, de lo que fuese y mas si los pajarillos estaban en pelo bueno al tratarse de algún triguero o cucuruzada. Así te los podías llevar a casa y verlos vivos dos o tres días que aguantaban en ayunas. Era imposible alimentarlos adecuadamente. Y al final acababan desmayados y muertos de hambre y sed. Pobrecillos.
Lo más corriente al escardar, era cortar los cardos por la base y dejarlos aplanados en el suelo. Se repasaba toda la finca y algunas veces aparecían en grandes ronchas que consumían incluso los sembrados, sobre todo en años de sequía. Las malas pantas son más resistentes y aguantan mejor las contrariedades.
En la siega, encontrar cardos, era el mayor enemigo del segador puesto que no había persona que aguantara sus pinchazos, aparte de que las pinchas se enconan y dan malestar. Había por tanto que repasar todo el término y ello suponía mucha mano de obra, incluso empleando a menores pues todos éramos necesarios.
Una vez un recién casado llevó a su mujer a escardar y la pobre se aburría, con aquel sol de justicia que cae ya a mediados de mayo. La pobrecilla no sabía que excusa poner para irse a casa y le dijo al marido: He oído decir maridito mío, que los cardos no hacen mal trigo; que la lapa el sol se la palpa y que el ababol se lo come el sol, así que vámonos a casa pichoncito mío. El marido pensando que se lo pasaría mejor en casa que en la pieza cogió su mulilla y…hala al pueblo.
En esto que llega el verano, coge su hoz y se va a segar. Tan sólo de ver las brochas de los cardos cundidores, por encima del sembrado ya lo puso enfermo y más al darse cuenta de que todo estaba lleno de amapolas ya granadas y el trigo medio comido por la lapa. Solamente hizo falta que cogiera la hoz y en la primera arcada se llenara la mano de pinchas que le llegaron al alma. Tiró la herramienta y se volvió al pueblo en busca de su mujercita y podéis figuraros la que se armó. Y es que los cardos eran malos de verdad.
Entre los cardos más comunes se encuentra el cardo cundidor (Cirsium arderse) que es el de los sembrados y que también crece en los barbechos mal cuidados, siendo su simiente una plaga pues anegan grandes cantidades de terreno al esparcirse por medio del viento, montados en sus “piones”. (Sube, sube que te daré una nube…). Suelen aparecer mucho si se labra con el terreno blando. Las ovejas a veces tratan de comérselos pero con efectos deletéreos o sea que son venenosos a partir de cierta cantidad ingerida.
El cardo cundidor es el único cardo que se reproduce a partir de rizomas subterráneos y, cuando la planta está apunto de florecer, es el mejor momento para su eliminación. Con los nuevos herbicidas no queda ni rastro de ellos.
Tenemos también el cardo borriquero o escocés (Onopordon acanthium), el azota cristos, la cardencha o peine de gitana, el abreojos, el caillo, las uñas de gato, el cardo común (Cynara cardúnculus) del que se comen sus pencas (primo hermano de la alcachofa) y el corredor o rondador. Este último es el causante de que podamos saborear ese delicioso manjar tan apetecible como es la seta de cardillo, pues las esporas esparcidas por el aire sobre el terreno, encuentran su base de sustento en la raíz podrida de dicho cardo.
De hecho hay infinidad de cardos cuya característica principal es la de pinchar. En cualquier camino por el que transitemos, podemos verlos muchas veces más altos que nosotros mismos.
De la persona desabrida y seca, suele decirse de ella que es un cardo borriquero.
También se dice de otras que no hay por donde agarrarlas pues, como los cardos, pinchan por todas partes.
Cuando algún mozo rondaba a una moza y no le hacía mucho caso, aprovechaba la noche para ponerle en la puerta de su casa, una carretada de ortigas, como diciéndole que era todavía peor que un cardo borriquero.
Y ya que hablamos de la ortiga podemos hacer una pequeña descripción de esta planta perteneciente al género Urtica de la familia de las Urticaceae, todas ellas caracterizadas por tener pelos que liberan una sustancia ácida que produce escozor e inflamación en la piel. Es una de las "malas hierbas" más habituales en los ribazos de las huertas de nuestro pueblo, bien conocida por sus cualidades urticantes. Antiguamente se conocía también como "la hierba de los ciegos", pues hasta ellos, la reconocen con solo rozarla. Es característico de estas plantas el poseer unos pelos urticantes que tienen la forma de pequeñísimas ampollas llenas de un líquido irritante que al contacto con la piel producen una lesión y vierten su contenido (ácido fórmico, resina, histamina y una sustancia proteínica desconocida) sobre ella, provocando grandes abones (ronchas, escozor y prurito). Este picor se debe a la acción del ácido fórmico, compuesto del que contiene una gran cantidad. Estos pelos son muy duros y frágiles en la punta, por lo que es suficiente el roce para provocar su ruptura.
Las ortigas también se usan como alimento ya que una vez cocidas pierden el poder urticante y tienen un gusto agradable. Se comen como verdura, en sopa, en tortilla etc. Se prefieren los brotes tiernos y se deben de coger con guantes. Aunque dicen que aguantando la respiración no pican, no te lo creas pues es mentira. Popularmente las friegas con plantas de ortigas se consideran un remedio contra la artrosis y los dolores musculares, tal como la tortícolis. En la medicina científica también se ha comprobado una cierta acción de los preparados de ortiga contra la artrosis. Para combatir las picaduras involuntarias, en los Pirineos se frotan las zonas dañadas con hojas del “arros del pardal o de paret”. Nosotros lo llamamos cebo de pájaros. En otros sitios se usan las hojas de las malvas, frecuentes y fáciles de identificar. Hay un dicho que dice que si uno orina en el mismo lugar durante cierto tiempo, crece una ortiga. Antiguamente se usaban los azotes con ortigas para tratar el lumbago al parecer, con resultados efectivos. Se utiliza también como materia prima para la obtención de clorofila en procesos industriales. Se cuenta que en la antigua Roma, se azotaba con un ramo de ortigas debajo del ombligo, riñones y
nalgas a los hombres (sobre todo ancianos), para volver a dotarles del vigor perdido. Algo parecido hacían los antiguos griegos que tampoco tenían (pues todavía no se había inventado) la píldora Viagra. Los campesinos cuando quieren que las gallinas se vuelvan “lluecas” cluecas, las azotan con la planta fresca en la parte ventral. A los pocos días la gallina se encuentra en el estado apropiado para empollar los huevos. Creo que por el susto, dejan al menos de poner. Sin duda en nuestro pueblo tenemos un tesoro sin explotar. Habrá que pensar algo al respecto.

Un abrazo.

“Vámonos a casa, maridito mío”. Bonito y viejo cuento que no había recordado desde hace casi medio siglo. Eso de la escarda, abuelo, me trae también recuerdos de mi lejana adolescencia. Una primavera me mandó mi padre a escardar a las Cañadillas. Yo conocía la pieza aquella porque había estado ayudándole a sembrar pero cuando llegué y vi todo el sembrado lleno de cardos, creo que me asusté; me dije “esto no lo acabo nunca”, así que me senté bajo un azarollo y me leí una novela del prolífico Marcial Lafuente Estefanía, de esas de tiros; me comí la merienda y, por la tarde, me fui pronto al pueblo. Mi padre me preguntó cómo había ido la escarda, le dije que muy bien; y así quedó la cosa. Cuando fuimos a segar, habían crecido tanto los cardos que asomaban sus penachos delatores por encima del trigo. Mi padre como dicen ahora, agarró un cabreo que estuvo todo el día despotricando; aquella fue mi penitencia, además de los pinchazos de los cardos. Mi padre decía que los tenía que usar para hacer la revuelta, que asi llabmábamos a la acción de sujetar un puñado de mies con unas espigas entre la zoqueta y el dedo índice para hacerlo mas grande y echarlo a la gavilla. Pues con aquella penitencia, hice el propósito de la enmienda más efectivo de mi vida: aprendí la lección de que las cosas mal hechas, pronto o tarde se pagan.
Un saludo