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DEZA: El ablentado....

El ablentado.

Después de trillar hay que separar el grano de la paja y esta faena la llevamos acabo mediante el ablentado, aventado o abeldado.
No sé como el verbo aventar -echar al viento- se ha convertido en este otro de ablentar y abeldar, que dicen en otros sitios. La cosa comenzó hace milenios cuando el hombre se dio cuenta que las pajas se las lleva el viento y el grano cae al suelo, prácticamente en el mismo sitio donde se echó al aire. Con esta misma técnica de hace miles de años, hemos llegado prácticamente a nuestros días o sea que aquí tampoco hemos adelantado apenas nada en este aspecto. ¡Qué zoquetes, Dios mío! Tuvieron que llegar los años veinte del siglo pasado para que saliera a la luz la máquina de ablentar. Ya no se necesitaba que anduviese viento para llevar la cosecha a casa pues con ella se producía artificialmente y nos separaría el grano de la paja, con solo alimentar la tolva y darle vueltas a una manivela.
Decía un chico en nuestro foro de Deza, en Internet, que su profesor les había explicado la máquina de ablentar y que al verla en fotografía, no se parecía en nada a lo que les había explicado en clase. Yo tengo la misma sensación y pienso que es muy difícil hacerlo de palabra. De todas maneras voy a intentarlo lo mismo que he descrito otras cosas, anteriormente, no se si de un modo acertado o no. Tienes que hacerte a la idea de que es un cajón grande en uno de cuyos extremos hay un bombo y en el otro unas cribas con obertura al campo. En el bombo hay unas palas a las que se les hace girar con una manivela; al girar producen el aire, que convenientemente canalizado pasa a través de las cribas en la que va cayendo paja y grano a revueltas y que nosotros alimentaremos continuamente, desde una tolva preparada al efecto. La paja al pesar menos, sale al exterior y en grano cae por su peso por una pendiente, de la cual se va separando a un montón a medida que se acumula en la salida. Ya tenemos en un principio una teoría que hay que llevar a la práctica, de hecho un poco mas complicada puesto que la manivela acciona un engranaje que mueve las palas acopladas a un eje que tiene a su vez una excéntrica que transmite un movimiento de vaivén a las tolvas. Con ello conseguimos viento y movimiento y por tanto una energía que convenientemente aprovechada nos dará como resultado, lo que nosotros queríamos: separar el grano de la paja.
Al principio las máquinas de ablentar eran muy pesadas. Había que gastar muchas energías para hacerlas funcionar. No llevaban rodamientos en sus partes móviles y costaba mucho darle a la manivela; pero se percibía que era ventajoso pues la faena se podía hacer a cualquier hora anduviese aire o no, de día y de noche. En cambio aventar con horca solamente se podía hacer con viento y de día pues por la noche ya no se veía lo que se hacía.
Las primeras máquinas se hicieron en Deza, en la carpintería de José Luengo. El encargaba las piezas metálicas y el resto lo montaban ellos en su taller. Por cierto recibieron el apodo de “chocolateras”. Si hubiera alguna en buen estado sería una buena pieza de museo.
A finales de la década de los cuarenta empezaron a venir máquinas modernas de Vitoria unas y de Casasola de Arión (Valladolid), otras. Las hubo de diferentes medidas a partir del modelo mas pequeño que tenía el número uno, llegando al nueve, la mayor. La grande, que decíamos nosotros, necesitaba un motor para su funcionamiento y una cinta transportadora que subía la parva trillada a la tolva pues sacaba adelante todo lo que le echaras encima. Poco a poco se iba perfilando la cosechadora.
Para hacer funcionar una ablentadora se necesitan tres hombres aunque con dos y medio ya nos apañábamos: Uno para darle cuerda o sea girar la manivela, el otro para echar del montón a la tolva y el medio, para ir retirando el grano y la paja pues generalmente era un chico jovencillo el que se encargaba de estos dos menesteres, aunque a menudo se “ahogaba”; se le acumulaba la faena y no daba a vasto. Había que echarle una mano de vez en cuando y sacarlo a flote pues hasta incluso se dormía. Hablo por experiencia.
A veces la faena de ablentar resultaba molesta por causa del aire ambiente. Tú habías orientado la máquina con el fin de que el tamo y la paja al salir de las cribas se alejaran de ti; pero cuando cambiaba la dirección del viento y venía hacia donde tú estabas, había que parar la faena. No quedaba otro remedio que cambiar de posición y confiar en que no te molestara de nuevo puesto que la más ligera brisa, podía llegar a afectarte.
Hoy día en mis viajes veraniegos, he pasado por muchos sitios en donde el grano está a la vista de todo el mundo, de día y de noche. En nuestro mismo pueblo, tienes miles de kilos de grano a la intemperie, esperando que lleguen los camiones para transportarlo y en donde las tórtolas y los gorriones tienen su granero. Esto es una estampa clásica de los tiempos que corren, porque años ha, el que tenía un pequeño acopio de grano en su era, tenía de quedarse a guardarlo las veinticuatro horas del día y dormir junto a su montón. No se cuidaba por miedo a que viniesen las aves del cielo y se lo comieran; si no que podía venir el hombre del saco y llevárselo, cambiarlo de sitio, que se dice. Después de tanto trabajo no era cuestión de empezar a lamentarse por la pérdida de un bien que tantos desvelos había costado, por no haberlo guardado un poco mas. Así que el perro y el amo a dormir bajo las estrellas. Al fin y al cabo era el pan de tus hijos.
Otra faena que había que hacer y que divertía mucho a los chicos: Llenar el pajar. Ese edificio adosado a la era que está en pendiente, se llama pajar puesto que sirve para preservar la paja de los elementos atmosféricos durante todo el año.
Por la brochera se metía al pajar, la paja trillada, la cual había que apretar a patadas, de lo contrario parecía estar lleno en un santiamén y lo dejabas a la mitad de su capacidad. Allí dentro la chiquillería medio ahogados por el tamo y envueltos en el sólido elemento, deberían de salir, como salen las ballenas a la superficie, a respirar aire puro para no fenecer.
Me dirás que si no termino ya mi rollo. Un poco mas y pasamos a otro capítulo; pero no sin antes acribar nuestro grano, medirlo con la media, meterlo en las talegas, cargarlo a lomos de las mulas, llevarlo a casa y subirlo al granero. Como aquel que dice, casi nada.
Figúrate un montón de escaleras estrechas, empinadas, con rellanos cuadrados y resbaladizos. Pues cuando las hayas subido con una morcilla llena de grano que es una talega, que pesa por encima de sesenta kilos, que tendrás que multiplicar todo por seis, en el mejor de los casos, no habrás hecho más que una pequeña faena del día. Piensa si en vez de seis, el amo te hace subir un remolque lleno de sacos a los que no se les puede apenas hacer el nudo de la atadura, a un cuarto piso. Sé de muchos que lo han pasado y sobrevivieron para contarlo. Hasta luego amigos.

Un abrazo.