La mitología titubea ante la figura de Helena, no sabe si considerarla la imagen de la femme fatale o un nuevo arquetipo de lo femenino. El caso es que la hija de Leda y Zeus ocupa el centro del ciclo mitológico de la guerra de Troya. Una mujer capaz de provocar una guerra de ese calibre no es solo una mujer, sino la personificación de una parte esencial de la feminidad.
Por nacer de un huevo, Helena muestra algunos rasgos especiales. El más decisivo es la libertad. Helena no es alumbrada por su madre, sino que ella misma tiene que romper el cascarón. Ese origen ovíparo le dará, en sentido figurado, alas para tomar decisiones a lo largo de su vida. Como veremos, Helena puede elegir marido, una verdadera excepción en la sociedad en la que se encuentra; por esa doble calidad de mamífero y ave, tiene poder seductor (como las Sirenas, que también participaban, no simbólica sino físicamente, de la naturaleza femenina y la ornitológica) y puede decidir si amamanta o no a sus hijos. Helena es dueña de su virginidad, una virginidad que no está protegida por una armadura y un escudo, como en Atenea, sino por un cascarón que sólo ella puede decidir romper. Un hombre es capaz de arrebatar la “honra” a una de las cofrades de Atenea, en cambio Helena se entrega libremente. Por eso, no es propiamente raptada por Paris, sino que, más bien, se deja raptar. (Ovidio pone estas palabras en boca de Enone, la ninfa que amaba Paris en el monte Ida: “la que secuestran tantas veces es porque se deja secuestrar”, Cartas de las heroínas, 5).
El “rapto de Helena” no es un rapto-secuestro como el que sufren muchas de las compañeras de Atenea, tampoco un rapto-arrebato atizado por Afrodita, ni un rapto-retención presidido por Hera. No, el “rapto de Helena” es una decisión libre, tomada con todas sus consecuencias: nada más y nada menos que el desencadenamiento de una guerra. El propio don Quijote, cuando ve, en el último mesón en que se hospeda, “pintada de malísima mano el robo de Elena”, dice Cervantes que “notó… que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón” (Don Quijote de la Mancha, II, cap. LXXI).
En un principio, ya desde el monte Ida, Helena parece una victoria de Afrodita, su protectora; posteriormente un triunfo de Hera, pues llega a tener cinco “maridos” —Teseo, Menelao, Paris, Aquiles y Deífobo—; incluso, a veces, se nos presenta como una cofrade de Atenea, dueña y señora de sus propias decisiones.
Helena es la mujer fuera de los estereotipos, que no se somete a la tríada divina, sino que es Afrodita, Atenea y Hera, según su voluntad. Helena es la “cuarta mujer”.
Un abrazo, amigos de Deza
Por nacer de un huevo, Helena muestra algunos rasgos especiales. El más decisivo es la libertad. Helena no es alumbrada por su madre, sino que ella misma tiene que romper el cascarón. Ese origen ovíparo le dará, en sentido figurado, alas para tomar decisiones a lo largo de su vida. Como veremos, Helena puede elegir marido, una verdadera excepción en la sociedad en la que se encuentra; por esa doble calidad de mamífero y ave, tiene poder seductor (como las Sirenas, que también participaban, no simbólica sino físicamente, de la naturaleza femenina y la ornitológica) y puede decidir si amamanta o no a sus hijos. Helena es dueña de su virginidad, una virginidad que no está protegida por una armadura y un escudo, como en Atenea, sino por un cascarón que sólo ella puede decidir romper. Un hombre es capaz de arrebatar la “honra” a una de las cofrades de Atenea, en cambio Helena se entrega libremente. Por eso, no es propiamente raptada por Paris, sino que, más bien, se deja raptar. (Ovidio pone estas palabras en boca de Enone, la ninfa que amaba Paris en el monte Ida: “la que secuestran tantas veces es porque se deja secuestrar”, Cartas de las heroínas, 5).
El “rapto de Helena” no es un rapto-secuestro como el que sufren muchas de las compañeras de Atenea, tampoco un rapto-arrebato atizado por Afrodita, ni un rapto-retención presidido por Hera. No, el “rapto de Helena” es una decisión libre, tomada con todas sus consecuencias: nada más y nada menos que el desencadenamiento de una guerra. El propio don Quijote, cuando ve, en el último mesón en que se hospeda, “pintada de malísima mano el robo de Elena”, dice Cervantes que “notó… que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón” (Don Quijote de la Mancha, II, cap. LXXI).
En un principio, ya desde el monte Ida, Helena parece una victoria de Afrodita, su protectora; posteriormente un triunfo de Hera, pues llega a tener cinco “maridos” —Teseo, Menelao, Paris, Aquiles y Deífobo—; incluso, a veces, se nos presenta como una cofrade de Atenea, dueña y señora de sus propias decisiones.
Helena es la mujer fuera de los estereotipos, que no se somete a la tríada divina, sino que es Afrodita, Atenea y Hera, según su voluntad. Helena es la “cuarta mujer”.
Un abrazo, amigos de Deza