Buenos días Deza: Hoy quisiera contaros la historia de un gallo de veleta que quiso ser como los demás. Era una noche estrellada de invierno y el frio se metía en los huesos. El sereno pasó por la plaza soplándose los dedos para entrar en calor. De haber mirado a la torre de la iglesia hubiese visto, a pesar de que no corría ni un soplo de aire, que el gallo estaba forzejeando y moviéndose de una manera inusual. (De haberlo notado hubiera pensado que un nuevo repaso del herrero Enrique y de su ayudante el de Torrijo no le vendría nada mal). El pobre, estaba harto del frío, de la lluvia y de las pedradas e insultos de los niños que lo acusaban de que no marcaba bién la dirección del viento, al estar oxidado y de oir que no servía ya para nada. Y así días y años... Y que pensó seriamente en escapar dijesen lo que dijesen cuando amaneciera.
Empezó desplegando las alas y no podía; los pies y tampoco. Es una pena, pensó. Y se puso a llorar. El sereno pensó que llovía y abrió su paraguas Pero hizo un esfuerzo mas y pudo al fin saltar sobre el tejado. Su sonido herrumbroso despertó a todos los loncetes que dormían debajo de las tejas del alero. (El sereno miró hacia arriba; pero no vió nada). Tan pronto como pudo se puso a correr pues tenía las patas entumecidas y necesitaba ejercicio. Intentó abrir sus alas y el metal no cedía. ¡Qué trabajo costaba! Le dolía todo el cuerpo por los esfuerzos realizados; pero... uno más y ¡clin! ¡clin! y el metal cedió. Llegó hasta el alero, desbordante de alegría, dió un salto y se lanzó al vacío. Al principio su pesado cuerpo apenas podía mantener el equilibrio a pesar de agitar sus alas con todas sus fuerzas. Lo pagó el paraguas del sereno al que hizó un desgarrón terrible.
- ¡Qué habrá sido eso...!- exclamó el sereno alarmado.
Pero el gallito empezó a correr por las calles del pueblo, con sus alas extedidas buscando un refugio. Vió un gran corralón abierto y allí se metió. ¡Vaya delicia! Allí había vaquillas, cochinillos... Y se sintió, de golpe feliz. Se apresuró a buscar el gallinero y hete aquí que la raposa salía con la mejor gallina, entre sus dientes. Se avanlanzó sobra ella y de un picotazo en la cabeza, que la dejó atontada, le hizo dejarla y huyó aterrorizada. Las mujeres y los niños, al oir el alboroto vieron al gallo ¡El gallo de la torre...! e intentaron pillarlo. El sereno, corría detrás de él amenazándolo con su chuzo... ¡Tu fuiste el que me rompió el paraguas...! Pero el gallo había alcanzado las escaleras y subía a toda velocidad.
¡Corre, corre! Ponte en la veleta como siempre y aquí no ha pasado nada, le gritaban la cigüeña desde su nido y los loncetes. Y nuestro gallito subió a la veleta pronunciando el último kikiriki que se le ha oído.. Desde entonces cayó sobre él la rigidez del hierro, quedando inmóvil para siempre.
¡Buena tunda le diste a la traidora raposa!- le dijeron-
Nuestro gallito pegó sus alas al cuerpo y se preparó para aguantar el viento, allá arriba, junto a las nubes, por doscientos años más...
Así me lo contaron hace años. Lo que no sabían era donde pasó. ¿Pudo ser en Deza...? Ya me lo diréis si lo sabéis, amigos. Buenos días Deza y un abrazo.
Empezó desplegando las alas y no podía; los pies y tampoco. Es una pena, pensó. Y se puso a llorar. El sereno pensó que llovía y abrió su paraguas Pero hizo un esfuerzo mas y pudo al fin saltar sobre el tejado. Su sonido herrumbroso despertó a todos los loncetes que dormían debajo de las tejas del alero. (El sereno miró hacia arriba; pero no vió nada). Tan pronto como pudo se puso a correr pues tenía las patas entumecidas y necesitaba ejercicio. Intentó abrir sus alas y el metal no cedía. ¡Qué trabajo costaba! Le dolía todo el cuerpo por los esfuerzos realizados; pero... uno más y ¡clin! ¡clin! y el metal cedió. Llegó hasta el alero, desbordante de alegría, dió un salto y se lanzó al vacío. Al principio su pesado cuerpo apenas podía mantener el equilibrio a pesar de agitar sus alas con todas sus fuerzas. Lo pagó el paraguas del sereno al que hizó un desgarrón terrible.
- ¡Qué habrá sido eso...!- exclamó el sereno alarmado.
Pero el gallito empezó a correr por las calles del pueblo, con sus alas extedidas buscando un refugio. Vió un gran corralón abierto y allí se metió. ¡Vaya delicia! Allí había vaquillas, cochinillos... Y se sintió, de golpe feliz. Se apresuró a buscar el gallinero y hete aquí que la raposa salía con la mejor gallina, entre sus dientes. Se avanlanzó sobra ella y de un picotazo en la cabeza, que la dejó atontada, le hizo dejarla y huyó aterrorizada. Las mujeres y los niños, al oir el alboroto vieron al gallo ¡El gallo de la torre...! e intentaron pillarlo. El sereno, corría detrás de él amenazándolo con su chuzo... ¡Tu fuiste el que me rompió el paraguas...! Pero el gallo había alcanzado las escaleras y subía a toda velocidad.
¡Corre, corre! Ponte en la veleta como siempre y aquí no ha pasado nada, le gritaban la cigüeña desde su nido y los loncetes. Y nuestro gallito subió a la veleta pronunciando el último kikiriki que se le ha oído.. Desde entonces cayó sobre él la rigidez del hierro, quedando inmóvil para siempre.
¡Buena tunda le diste a la traidora raposa!- le dijeron-
Nuestro gallito pegó sus alas al cuerpo y se preparó para aguantar el viento, allá arriba, junto a las nubes, por doscientos años más...
Así me lo contaron hace años. Lo que no sabían era donde pasó. ¿Pudo ser en Deza...? Ya me lo diréis si lo sabéis, amigos. Buenos días Deza y un abrazo.