El pastoreo.
(1ª parte)
En aquellos tiempos todo era una cadena perfectamente unida y en la que cada eslabón cumplía su misión desde hacía siglos. Ahora me voy a referir al ganado lanar y caprino en nuestro pueblo. Deza es eminentemente agrícola y fue también muy importante en ganadería. Las ovejas, en tiempos, fueron la mayor riqueza, por delante de la agricultura porque no había medios de acotolar la hierba y el cereal no producía casi nada. Fue a partir de labrar con vertedera, cuando se notó el verdadero incremento de cereales de nuestros campos, antes plagados de mielgas. La mielga es una especie de alfalfa salvaje con raíces profundas y correosas, que se comía los sembrados puesto que no les dejaban chupar ni la humedad ni los nutrientes del suelo y que además no había medios de eliminar a pesar de los muchos esfuerzos y de los muchos azadazos que se daban por todo el campo ya que medio año se pasaba la juventud, haciendo eso: Cavando mielgas y destripando terrones.
Todavía pueden verse en Deza, decenas de corrales de ovejas (parideras en otros sitios) medio hundidos o en total ruina por todo el término. Entonces había mucha gente dedicada al pastoreo por un mísero jornal pues la mayoría de los ganados eran de los labradores ricos adinerados, que además solían tener las mejores fincas. De hecho hubo pocos pastores autónomos que se dice hoy día o sea dueños de sus propias ovejas. Eran más los que por unas pocas fanegas de trigo al año, trabajaban por un amo que quizás les permitiera llevar una docena ovejas y un par de cabras para que sus niños por lo menos bebieran leche. Niños que a la fuerza habrían de ser pastores también el día de mañana, puesto que no había otra salida para ellos. Abandonaban la escuela muy pronto y enseguida llevaban hatos de dos o trescientas cabezas de ganado, siendo muy jovencitos.
En el siglo dieciocho, los paños, las mantas y los lienzos estuvieron en su punto álgido, en general, en toda Europa. Y era el ganado precisamente el que producía dicha riqueza. Aunque esto fuera cierto y podamos leer que en Deza había telares de lana, de lino, de cáñamo e industria de tintes y demás, nosotros, ya no hemos conocido nada de esto. Creo que en nuestros tiempos, a mediados del siglo pasado, era una ganadería de tipo estacionario que poco a poco fue a menos hasta el punto de llegar casi a la desaparición del pastoreo ambulante. De varias docenas de pastores, hoy solo quedan en Deza, tres ganaderos, eso si, bien organizados y de tipo productivo, semi industrial.
La vida del pastor de nuestros tiempos era una vida muy sacrificada y dedicada íntegramente al pastoreo ambulante. Iban buscando los mejores pastos para las ovejas y todo el gremio pastoril guardaba los rebaños como si fuesen de su propiedad. Cuando en verano se acababa de recoger en las piezas el último fajo de mies, ya había varios pastores para comerse el pasto, que era como se decía. Los pastores siempre estaban ojo avizor, mirando en lontananza para llevar sus ovejas al trote, allá donde podían llenarles la barriga. Parece que a ellos mismos les alimentaba más la comida de sus reses que la suya propia.
Cuando fueron menos los que se dedicaron al pastoreo, tuvieron la feliz idea de repartirse el término de todos los campos de Deza y cada cual tenía su entorno asegurado y no tenían que discutir por los pastos ni apresurarse a comérselos. Cada uno los guardaba para cuando le viniera mejor, con lo que ganaron tranquilidad y bienestar. Ahora entre tres o cuatro tiene todo el campo para ellos solos.
Cuando llegaba el verano y el calor era excesivo, las ovejas llegaban a amodorrarse. Ello quiere decir que formaban grupos compactos y no querían ni caminar, llegando incluso a darse el caso de asfixia en algunos ejemplares. Con objeto d evitar todo esto, los pastores se espabilaban y a esas horas tenían su rebaño encerrado en el corral, hasta que refrescaba el tiempo, que era ya al atardecer. Eso conllevaba un cambio de horario puesto que el ganado debería estar pasturando por la noche y el pastor no podía dormirse por lo que pudiese pasar. Hacia las once de la mañana, todos los pastores venían caminando hacia sus casas para poder descansar unas horas en la cama y comer antes de volverse a marchar. La marcha era una cosa digna de verse pues veías como a cierta hora todos salían con su manta, su zurrón, su perro y su gayata. Algunos los más afortunados y a veces los más viejos, iban montados en sus borriquillas y se dirigían al lugar del encuentro: Unos al puente del Molino de La Vega, otros al Puente de La Cuadrilla, los demás a La Ermita de San Roque y La Soledad. Allí se juntaban con el guarda jurado de la zona y discutían sus asuntos y llegado el caso se dirimían los altercados que hubiese habido, como por ejemplo haberse comido alguna pieza sin segar, la mies que estaba hascalada, alguna parcelilla de garbanzos etc. Entre ellos mismos deberían decir la verdad y salir garantes de los gastos ocasionados con su rebaño en algún descuido o por quedarse dormido por la noche, que también podía pasar. Generalmente todo se arreglaba por las buenas y las cosas se trataban directamente del afectado con el pastor aunque a veces tuviera que mediar alguien que peritara los daños pues ya se sabe que para conformar a unos y otros, cuesta un poco. El pastor debería llevar mucho cuidado puesto que si de las pocas medias de trigo que ganaba tenía que pagar daños, a ver de donde sacaba el pan para sus hijos.
Un abrazo.
(1ª parte)
En aquellos tiempos todo era una cadena perfectamente unida y en la que cada eslabón cumplía su misión desde hacía siglos. Ahora me voy a referir al ganado lanar y caprino en nuestro pueblo. Deza es eminentemente agrícola y fue también muy importante en ganadería. Las ovejas, en tiempos, fueron la mayor riqueza, por delante de la agricultura porque no había medios de acotolar la hierba y el cereal no producía casi nada. Fue a partir de labrar con vertedera, cuando se notó el verdadero incremento de cereales de nuestros campos, antes plagados de mielgas. La mielga es una especie de alfalfa salvaje con raíces profundas y correosas, que se comía los sembrados puesto que no les dejaban chupar ni la humedad ni los nutrientes del suelo y que además no había medios de eliminar a pesar de los muchos esfuerzos y de los muchos azadazos que se daban por todo el campo ya que medio año se pasaba la juventud, haciendo eso: Cavando mielgas y destripando terrones.
Todavía pueden verse en Deza, decenas de corrales de ovejas (parideras en otros sitios) medio hundidos o en total ruina por todo el término. Entonces había mucha gente dedicada al pastoreo por un mísero jornal pues la mayoría de los ganados eran de los labradores ricos adinerados, que además solían tener las mejores fincas. De hecho hubo pocos pastores autónomos que se dice hoy día o sea dueños de sus propias ovejas. Eran más los que por unas pocas fanegas de trigo al año, trabajaban por un amo que quizás les permitiera llevar una docena ovejas y un par de cabras para que sus niños por lo menos bebieran leche. Niños que a la fuerza habrían de ser pastores también el día de mañana, puesto que no había otra salida para ellos. Abandonaban la escuela muy pronto y enseguida llevaban hatos de dos o trescientas cabezas de ganado, siendo muy jovencitos.
En el siglo dieciocho, los paños, las mantas y los lienzos estuvieron en su punto álgido, en general, en toda Europa. Y era el ganado precisamente el que producía dicha riqueza. Aunque esto fuera cierto y podamos leer que en Deza había telares de lana, de lino, de cáñamo e industria de tintes y demás, nosotros, ya no hemos conocido nada de esto. Creo que en nuestros tiempos, a mediados del siglo pasado, era una ganadería de tipo estacionario que poco a poco fue a menos hasta el punto de llegar casi a la desaparición del pastoreo ambulante. De varias docenas de pastores, hoy solo quedan en Deza, tres ganaderos, eso si, bien organizados y de tipo productivo, semi industrial.
La vida del pastor de nuestros tiempos era una vida muy sacrificada y dedicada íntegramente al pastoreo ambulante. Iban buscando los mejores pastos para las ovejas y todo el gremio pastoril guardaba los rebaños como si fuesen de su propiedad. Cuando en verano se acababa de recoger en las piezas el último fajo de mies, ya había varios pastores para comerse el pasto, que era como se decía. Los pastores siempre estaban ojo avizor, mirando en lontananza para llevar sus ovejas al trote, allá donde podían llenarles la barriga. Parece que a ellos mismos les alimentaba más la comida de sus reses que la suya propia.
Cuando fueron menos los que se dedicaron al pastoreo, tuvieron la feliz idea de repartirse el término de todos los campos de Deza y cada cual tenía su entorno asegurado y no tenían que discutir por los pastos ni apresurarse a comérselos. Cada uno los guardaba para cuando le viniera mejor, con lo que ganaron tranquilidad y bienestar. Ahora entre tres o cuatro tiene todo el campo para ellos solos.
Cuando llegaba el verano y el calor era excesivo, las ovejas llegaban a amodorrarse. Ello quiere decir que formaban grupos compactos y no querían ni caminar, llegando incluso a darse el caso de asfixia en algunos ejemplares. Con objeto d evitar todo esto, los pastores se espabilaban y a esas horas tenían su rebaño encerrado en el corral, hasta que refrescaba el tiempo, que era ya al atardecer. Eso conllevaba un cambio de horario puesto que el ganado debería estar pasturando por la noche y el pastor no podía dormirse por lo que pudiese pasar. Hacia las once de la mañana, todos los pastores venían caminando hacia sus casas para poder descansar unas horas en la cama y comer antes de volverse a marchar. La marcha era una cosa digna de verse pues veías como a cierta hora todos salían con su manta, su zurrón, su perro y su gayata. Algunos los más afortunados y a veces los más viejos, iban montados en sus borriquillas y se dirigían al lugar del encuentro: Unos al puente del Molino de La Vega, otros al Puente de La Cuadrilla, los demás a La Ermita de San Roque y La Soledad. Allí se juntaban con el guarda jurado de la zona y discutían sus asuntos y llegado el caso se dirimían los altercados que hubiese habido, como por ejemplo haberse comido alguna pieza sin segar, la mies que estaba hascalada, alguna parcelilla de garbanzos etc. Entre ellos mismos deberían decir la verdad y salir garantes de los gastos ocasionados con su rebaño en algún descuido o por quedarse dormido por la noche, que también podía pasar. Generalmente todo se arreglaba por las buenas y las cosas se trataban directamente del afectado con el pastor aunque a veces tuviera que mediar alguien que peritara los daños pues ya se sabe que para conformar a unos y otros, cuesta un poco. El pastor debería llevar mucho cuidado puesto que si de las pocas medias de trigo que ganaba tenía que pagar daños, a ver de donde sacaba el pan para sus hijos.
Un abrazo.