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DEZA: Continuando con los recuerdos de mi niñez en Deza,...

Continuando con los recuerdos de mi niñez en Deza, hoy saco a colación otro breve e inocente relato que allí ocurrió hace muchos años, y que comenté la semana pasada con uno de sus protagonistas mientras tomábamos unas cañas.
Una de las rutas de senderismo que solemos realizar en verano es la del paraje que conocemos como Las Cortes, cuyo centro está ubicado en el pozo del mismo nombre. Para quien no lo conozca le diré que se encuentra entre el camino viejo de La Alameda, que baja del Estrecho, y la carretera SO-P-3005 al otro lado de la Umbría Esteras que separa la muela, donde termina la Cañada Frontón y limita por la parte rocosa que sube hasta el Alto de la Cruz. El pozo se encuentra casi seco. El navajo, bebedero de ovejas y de caza que permanecía casi siempre lleno y habitado por miles de ranas, ahora es solamente un pequeño charco cubierto de aneas, juncos y espadañas debido, quizás, a que las profundas labores de labranza realizadas por los tractores han obstruido el encañado, o simplemente porque ha descendido su nivel freático.
Pues bien, mi tío J. qepd, una de las personas a quien recuerdo con más cariño, tenía una pieza cerca del pozo. En una ocasión en que se encontraba tableando, al levantar la vista mientras empinaba la bota bajo una chaparra, observó que un torcazo había establecido allí su nido. Como no estaba muy alto, comprobó que en el nido había un pichón “en cañones”. Mi tío pensó lo rico que estaría guisado una vez que estuviera en “pelo bueno” y, para que no escapara del nido, ató un fino cordel a una de sus patas. Sabemos que la paloma torcaz es la de mayor tamaño de su especie que tenemos en España, que suele habitar en lugares donde hay bellotas y que viajan desde en norte de Europa en grandes bandadas como las que pasaban por el Caminegro, aunque algunas se adaptan en determinados lugares donde permanecen todo el año.
Cuando consideró que el pichón estaría ya “a punto”, aprovechando un día en que iba a echar el nitrato, se asomó al nido con el propósito de hacerse con el ave, pero su ilusión se convirtió en frustración al observar que el pájaro había desaparecido, quedando únicamente la cuerda colgando con síntomas evidentes de haber sido cortada. Enseguida sospechó que el autor del “robo”había sido F., y no le faltaba razón; porque a mi amigo F. se le daba muy bien eso de buscar nidos y aprovechó el día en que su padre le mandó a escardar a la pieza que hacía mojón con la suya, para apoderarse del pichón que ya estaba crecido y gordito gracias al cebo de su madre.
Desde entonces, cuando se encontraban, mi tío le miraba con una mirada acusadora, y en una ocasión le dijo:
- ¡Ya sé que fuiste tu!.
Un saludo