El espliego.
El espliego, el tomillo y el romero son tres plantas aromáticas que se dan muy bien en el lado oeste de Deza o sea al poniente, simplemente por el hecho de que son cerros no muy aptos para el cultivo del cereal y hay muchos de ellos que están yermos. Allí se crían a su albedrío y en los años lluviosos se dan muy buenas cosechas que repercuten en la producción de miel y por lo tanto, siempre viene bien a los bolsillos de los apicultores. Hoy en día la única utilidad de dichas plantas consiste en que nuestras abejas pastoreen a sus anchas por un mar repleto de florecillas diminutas; pero por lo que vemos, no insignificantes. Las sequías persistentes y los pedriscos pueden mermar mucho la producción de un año al otro, con una diferencia muy significativa.
Pero el espliego tuvo también sus días de gloria. Ahora me propongo contaros la siega del espliego y el procedimiento para hacer la esencia de lavanda.
Allá a últimos de agosto empezaban a montar la caldera de destilación. La caldera en sí es una cosa muy sencilla pues solamente se compone de un gran recipiente, una tapa que cierre lo más herméticamente posible y el alambique. La caldera del espliego, como se llamaba entonces, la instalaban en un lugar no determinado puesto que lo escogía un encargado, según su criterio, debiendo tratar con el amo del terreno lo concerniente al dinero del arriendo temporal. Yo siempre la vi montada en alguna de las fincas de la Dehesa. Recuerdo por lo menos tres sitios diferentes; pero el lugar mas habitual era en una finca del Darío “El Culón” o de la Catalina, que no sé quién sería el titular o si lo eran los dos a la vez. Allí hubo una noria que extraía agua con la ayuda de un animal y de un trozo en secano hizo el Darío una huerta en que cultivaba su verdura.
En la misma orilla del Río Henar cavaban un buen hoyo y semi-enterraban la caldera de cuya parte superior salía una tubería que iba a parar a un alambique que estaba cubierto siempre de agua. No podía ser de otra manera puesto que allí tendrían que condensar los gases que se desprendieran de hervir la carga una vez preparada y lista.
Ya tenemos montada la caldera. Ahora nos falta la materia prima para hacerla funcionar y en nuestro caso es el espliego.
Estamos a últimos de agosto y casi todo el mundo está en las faenas de la era. Algunos que tienen poca cosecha de cereales, quizá hayan acabado y es cuestión, si se puede, de ganar algunas pesetillas extras. Éste evento se presenta cada año y los que se dedican a ello ya habrían echado el ojo a los sitios en donde se encontraban los mejores tajos. Así que era cuestión, el primer día de apertura, de madrugar y llegar los primeros para hacer pronto su carga y si conviene exflorear un poco el entorno escogiendo las mejores arcadas antes de que las pille otro. Más tarde ya se podrá reseguir lo menudo que quede pues habrá suficientes días como para pelar y repelar todo el espliego del término.
Para ir a segar espliego no necesitas otra cosa que una hoz y un animal que te traiga la carga a cuestas, puesto que generalmente los lugares están un poco alejados y entre cerros sin sendas ni caminos. Basta con una pequeña borriquilla y no olvides de llevarte unos pocos vencejos para atar los fajos y también un poco de merienda, la bota y la petaca.
Había quienes hacían su carga y seguidamente la transportaban; si bien otros preferían segar primero y ya habría tiempo para llevarlo, de lo contrario te podían quitar el tajo escogido y al volver encontrarte que lo había ocupado otro que te había visto segando tan animado. Todo era de todos.
Según de donde vinieses tendrías que cruzar el Puente del Molino de la Vega o bien el Puente de la Cuadrilla y enseguida te pesarían tu carga en arrobas. Era así como se hacía entonces en mercancías que no venía de un kilo. La esencia que se obtendría, seguro que la pesarían en miligramos al venderla; pero claro, la mata del espliego no tenía todavía ese valor que alcanzarían después, sus vapores condensados, sus efluvios.
Pero empecemos a cargar la caldera. Hay que preparar una tongada o sea una carga para destilar. Para ello será necesario llenar la caldera, incluso reapretando con los pies para que no quede espacio hueco y echar el agua establecida en muchos años de prácticas y que se cogerá del mismo río. Después poner arcilla de grano fino que carezca de piedrecillas y colocar encima la tapa cogida con gruesas grapas de acero que de vez en cuando habrá que sustituir, por echarse a perder, al abrirse. Hay que tener repuesto o no podrías continuar ya que saldrían fugas, por donde escaparían los vapores juntamente con la esencia.
Las primeras calderadas se calentaban con leña ligera o con aliagas. Después se aprovecharía la mata destilada y secada al sol, que previamente había ya soltado sus esencias al haber pasado por el purgatorio y que de hecho también le esperaba los tormentos del infierno, al tener que pasar por aquella puerta estrecha e ir a parar al horno. Y que al arder, daría el calor necesario para destilar de nuevo, otra calderada. Allí no quedaba residuos de nada excepto las pequeñas trazas de esencia que se llevaba el agua del Henar, río abajo para perfumar el agua a los bañistas del Molino de la Vega y cuatro cenizas que se esparcían por los alrededores,
Una vez que se había encendido el fuego ya no se dejaba apagar ni de día ni de noche. Únicamente se bajaba la intensidad de la llama en los momentos de la carga y descarga, para permitir que se trabajara sin excesivo calor. Mientras iba destilando líquido por el alambique se atizaba el horno más o menos, sin pasarse, pues tampoco convenía sofocarlo y que se nos fueran los gases sin condensar pues se perdía dinero en ello. Como en todo, la virtud estaba en medio o sea que la práctica como en todas las cosas, es esencial.
En la caída del alambique había una especie de regadera que recogía el chorrito que salía, agua mezclada con esencia. Era un separador que dejaba salir el agua al exterior y guardar en su interior los aceites aromáticos. Desconozco la proporción de agua y esencia; pero por deducción sería menos del uno por ciento o por mil. Lo que sí es acierto, es que había que vigilar que no marchara ni una sola gota de aquel aceite el exterior, pues el precio era muy alto, según decían; yo no lo supe nunca. Lo que podías escuchar es que iba muy cara y que de un litro de esencia hacían muchos litros de colonia.
Lo que sabemos ahora es que efectivamente de nuestro espliego, que es un arbusto herbáceo de la familia de la menta, muy apreciado y que se llama “lavándula vera” se elaboran muchas clases de colonias, la más conocida mundialmente como colonia lavanda, de uso universal. Yo tengo predilección por una que se llama, “Vetiver de Puig” que tiene un olor discreto; pero muy especial.
Las colonias las preparan en laboratorios con recetas magistrales y fórmulas secretas cerradas con mil llaves. Con ello evitan las grandes firmas que se puedan hacer copias de sus formulaciones exclusivas y por lo tanto perder el éxito que tienen los perfumes de los famosos y sobre todo de las famosas.
Lo que si es cierto es que los perfumistas hacen resaltar que en su composición solamente entran alcoholes de origen natural y no dicen si son solamente etílicos. El alcohol metílico es también natural y es muy peligroso para la salud y eso tendría que estar consignado.
A mi lo que me choca en los perfumes, es que todavía siguen usando el sistema antiguo de medidas y nos digan en los envases que tiene tantas o cuantas onzas de volumen al igual que cuando en el pueblo ibas a comprarla a granel y el Paco te decía que cuantas onzas querías.
En lo referente a lo que podemos decir de la otra planta llamada romero, es poca cosa puesto que aparte de la importancia que tiene para las abejas y la miel, que es mucha naturalmente, a nosotros en aquellos tiempos, solamente nos hacía su buen servicio al servirnos para encender el fuego del hogar pues seco arde muy bien y además desprendía buenos olores por las casas. Siempre se traía alguna gavilla entre la leña para la cocina. Hoy día he visto que lo venden para hacer infusiones, lo mismo que a su amigo y compañero el tomillo. Precisamente los catarros que cojo me los suelo curar a base de un jarabe casero de tomillo, limón y miel. Desde luego no te harán ningún daño si te decides probarlos tal como te digo. Con el romero no he hecho la prueba; pero tampoco tiene que estar malo. Una mujer me dijo un día que a ella le gustaban las hojas de olivo, en infusión. Así que…
Un abrazo.
El espliego, el tomillo y el romero son tres plantas aromáticas que se dan muy bien en el lado oeste de Deza o sea al poniente, simplemente por el hecho de que son cerros no muy aptos para el cultivo del cereal y hay muchos de ellos que están yermos. Allí se crían a su albedrío y en los años lluviosos se dan muy buenas cosechas que repercuten en la producción de miel y por lo tanto, siempre viene bien a los bolsillos de los apicultores. Hoy en día la única utilidad de dichas plantas consiste en que nuestras abejas pastoreen a sus anchas por un mar repleto de florecillas diminutas; pero por lo que vemos, no insignificantes. Las sequías persistentes y los pedriscos pueden mermar mucho la producción de un año al otro, con una diferencia muy significativa.
Pero el espliego tuvo también sus días de gloria. Ahora me propongo contaros la siega del espliego y el procedimiento para hacer la esencia de lavanda.
Allá a últimos de agosto empezaban a montar la caldera de destilación. La caldera en sí es una cosa muy sencilla pues solamente se compone de un gran recipiente, una tapa que cierre lo más herméticamente posible y el alambique. La caldera del espliego, como se llamaba entonces, la instalaban en un lugar no determinado puesto que lo escogía un encargado, según su criterio, debiendo tratar con el amo del terreno lo concerniente al dinero del arriendo temporal. Yo siempre la vi montada en alguna de las fincas de la Dehesa. Recuerdo por lo menos tres sitios diferentes; pero el lugar mas habitual era en una finca del Darío “El Culón” o de la Catalina, que no sé quién sería el titular o si lo eran los dos a la vez. Allí hubo una noria que extraía agua con la ayuda de un animal y de un trozo en secano hizo el Darío una huerta en que cultivaba su verdura.
En la misma orilla del Río Henar cavaban un buen hoyo y semi-enterraban la caldera de cuya parte superior salía una tubería que iba a parar a un alambique que estaba cubierto siempre de agua. No podía ser de otra manera puesto que allí tendrían que condensar los gases que se desprendieran de hervir la carga una vez preparada y lista.
Ya tenemos montada la caldera. Ahora nos falta la materia prima para hacerla funcionar y en nuestro caso es el espliego.
Estamos a últimos de agosto y casi todo el mundo está en las faenas de la era. Algunos que tienen poca cosecha de cereales, quizá hayan acabado y es cuestión, si se puede, de ganar algunas pesetillas extras. Éste evento se presenta cada año y los que se dedican a ello ya habrían echado el ojo a los sitios en donde se encontraban los mejores tajos. Así que era cuestión, el primer día de apertura, de madrugar y llegar los primeros para hacer pronto su carga y si conviene exflorear un poco el entorno escogiendo las mejores arcadas antes de que las pille otro. Más tarde ya se podrá reseguir lo menudo que quede pues habrá suficientes días como para pelar y repelar todo el espliego del término.
Para ir a segar espliego no necesitas otra cosa que una hoz y un animal que te traiga la carga a cuestas, puesto que generalmente los lugares están un poco alejados y entre cerros sin sendas ni caminos. Basta con una pequeña borriquilla y no olvides de llevarte unos pocos vencejos para atar los fajos y también un poco de merienda, la bota y la petaca.
Había quienes hacían su carga y seguidamente la transportaban; si bien otros preferían segar primero y ya habría tiempo para llevarlo, de lo contrario te podían quitar el tajo escogido y al volver encontrarte que lo había ocupado otro que te había visto segando tan animado. Todo era de todos.
Según de donde vinieses tendrías que cruzar el Puente del Molino de la Vega o bien el Puente de la Cuadrilla y enseguida te pesarían tu carga en arrobas. Era así como se hacía entonces en mercancías que no venía de un kilo. La esencia que se obtendría, seguro que la pesarían en miligramos al venderla; pero claro, la mata del espliego no tenía todavía ese valor que alcanzarían después, sus vapores condensados, sus efluvios.
Pero empecemos a cargar la caldera. Hay que preparar una tongada o sea una carga para destilar. Para ello será necesario llenar la caldera, incluso reapretando con los pies para que no quede espacio hueco y echar el agua establecida en muchos años de prácticas y que se cogerá del mismo río. Después poner arcilla de grano fino que carezca de piedrecillas y colocar encima la tapa cogida con gruesas grapas de acero que de vez en cuando habrá que sustituir, por echarse a perder, al abrirse. Hay que tener repuesto o no podrías continuar ya que saldrían fugas, por donde escaparían los vapores juntamente con la esencia.
Las primeras calderadas se calentaban con leña ligera o con aliagas. Después se aprovecharía la mata destilada y secada al sol, que previamente había ya soltado sus esencias al haber pasado por el purgatorio y que de hecho también le esperaba los tormentos del infierno, al tener que pasar por aquella puerta estrecha e ir a parar al horno. Y que al arder, daría el calor necesario para destilar de nuevo, otra calderada. Allí no quedaba residuos de nada excepto las pequeñas trazas de esencia que se llevaba el agua del Henar, río abajo para perfumar el agua a los bañistas del Molino de la Vega y cuatro cenizas que se esparcían por los alrededores,
Una vez que se había encendido el fuego ya no se dejaba apagar ni de día ni de noche. Únicamente se bajaba la intensidad de la llama en los momentos de la carga y descarga, para permitir que se trabajara sin excesivo calor. Mientras iba destilando líquido por el alambique se atizaba el horno más o menos, sin pasarse, pues tampoco convenía sofocarlo y que se nos fueran los gases sin condensar pues se perdía dinero en ello. Como en todo, la virtud estaba en medio o sea que la práctica como en todas las cosas, es esencial.
En la caída del alambique había una especie de regadera que recogía el chorrito que salía, agua mezclada con esencia. Era un separador que dejaba salir el agua al exterior y guardar en su interior los aceites aromáticos. Desconozco la proporción de agua y esencia; pero por deducción sería menos del uno por ciento o por mil. Lo que sí es acierto, es que había que vigilar que no marchara ni una sola gota de aquel aceite el exterior, pues el precio era muy alto, según decían; yo no lo supe nunca. Lo que podías escuchar es que iba muy cara y que de un litro de esencia hacían muchos litros de colonia.
Lo que sabemos ahora es que efectivamente de nuestro espliego, que es un arbusto herbáceo de la familia de la menta, muy apreciado y que se llama “lavándula vera” se elaboran muchas clases de colonias, la más conocida mundialmente como colonia lavanda, de uso universal. Yo tengo predilección por una que se llama, “Vetiver de Puig” que tiene un olor discreto; pero muy especial.
Las colonias las preparan en laboratorios con recetas magistrales y fórmulas secretas cerradas con mil llaves. Con ello evitan las grandes firmas que se puedan hacer copias de sus formulaciones exclusivas y por lo tanto perder el éxito que tienen los perfumes de los famosos y sobre todo de las famosas.
Lo que si es cierto es que los perfumistas hacen resaltar que en su composición solamente entran alcoholes de origen natural y no dicen si son solamente etílicos. El alcohol metílico es también natural y es muy peligroso para la salud y eso tendría que estar consignado.
A mi lo que me choca en los perfumes, es que todavía siguen usando el sistema antiguo de medidas y nos digan en los envases que tiene tantas o cuantas onzas de volumen al igual que cuando en el pueblo ibas a comprarla a granel y el Paco te decía que cuantas onzas querías.
En lo referente a lo que podemos decir de la otra planta llamada romero, es poca cosa puesto que aparte de la importancia que tiene para las abejas y la miel, que es mucha naturalmente, a nosotros en aquellos tiempos, solamente nos hacía su buen servicio al servirnos para encender el fuego del hogar pues seco arde muy bien y además desprendía buenos olores por las casas. Siempre se traía alguna gavilla entre la leña para la cocina. Hoy día he visto que lo venden para hacer infusiones, lo mismo que a su amigo y compañero el tomillo. Precisamente los catarros que cojo me los suelo curar a base de un jarabe casero de tomillo, limón y miel. Desde luego no te harán ningún daño si te decides probarlos tal como te digo. Con el romero no he hecho la prueba; pero tampoco tiene que estar malo. Una mujer me dijo un día que a ella le gustaban las hojas de olivo, en infusión. Así que…
Un abrazo.