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DEZA: domingo 1 de marzo de 2009...

Eugenio Noel

Eugenio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz, (Madrid, 6 de septiembre de 1885 - Barcelona, 23 de abril de 1936), escritor español.

De humildes orígenes, estudió con los Escolapios y demostró una gran pasión por la lectura. Ingresó en el Seminario del Colegio y Casa Misión de los Cartujos de Tardajos, a dos leguas de Burgos, estudios que costeó la duquesa de Sevillano. Aunque allí descubrió su poca vocación, volvió a Madrid donde prosiguió sus estudios en el Seminario Conciliar de San Dámaso; tuvo amores entonces con la cantante María Noel, que le dio el apellido para su seudónimo. Ella inspiró Alma de santa (1909). Estuvo sin embargo todavía becado por la duquesa en Malinas (Bélgica) para estudiar con el famoso cardenal Mercier, del que fue discípulo. A su vuelta a Madrid, asistió breve tiempo a clases de Derecho.

Tras dejar la religión, llevó una vida de periodista bohemio, de ideología republicana y socialista. Asistió a la tertulia valleinclanesca del Nuevo Café de Levante. En 1909 se alistó voluntario para luchar en Marruecos. Sus artículos sobre la campaña de África en España Nueva, el periódico republicano que dirigía Rodrigo Soriano, fueron recopilados en Notas de un voluntario y uno de ellos, el primero, «Cómo viven un marqués y un duque en campaña», le valió la cárcel Modelo; al salir de allí conoció a la cubana Amada, que sería la pasión de su vida. En 1913 inicia su campaña antiflamenca recorriendo toda España, viajes de los que dejó escritas varias crónicas, en las que se fijó en especial en las injusticias sociales. Comprometido siempre con causas sociales, mantuvo a lo largo de toda su vida una pertinaz campaña contra el flamenquismo y contra la fiesta de los toros, lo que le supuso no pocos disgustos.

Murió en la miseria en una cama alquilada de un hospital barcelonés; al enviarse su cadáver a Madrid, se extravió en una vía muerta de Zaragoza, lo encontraron y fue enterrado en el cementerio civil de Madrid.

Obra
Alma de santa, con ingredientes autobiográficos; El flamenquismo y las corridas de toros, República y flamenquismo, Pan y toros y uno de sus libros más importantes, Escenas y andanzas de la campaña antiflamenca. La capea, aparece en 1915, y es, junto a Las siete cucas, el libro más reeditado de Noel. Nervios de la raza es también de 1915, afín a la ideología noventayochista. Castillos de España, Señoritos chulos, fenómenos, gitanos y flamencos, Vidas de santos, mártires, diablos clérigos y almas en pena, Semana Santa en Sevilla, Juicios de valor, Piel de España, Vidas pintorescas de fenómenos, toreros enfermos, diestros y siniestros de embrutecimiento nacional, España, nervio a nervio, Raza y alma, Aguafuertes ibéricos, La revolución hispana. Cómo ha caído la República española en el alma de nuestras colonias americanas, Taurobolios y verdades contrastadas.

domingo 1 de marzo de 2009
El escritor que murió de hambre
Artículo de Gregorio Morán en La Vanguardia
La literatura española no es muy variada en muertes. Hay algunos suicidas; pocos, si tenemos en cuenta que es un oficio cuya singularidad asume cierto desquiciamiento. Algunos creen que eso revela la huella de la genialidad, pero no es cierto. Se han suicidado más escritores sin talento que geniales. Todo escritor, por esencia, es un tipo raro, porque si fuera normal se dedicaría a profesiones más sanas, seguras y acrisoladas. Muchos murieron en la cama, de viejos, y cuanto más idiotas estaban, más los celebraron. Luego figuran y desde hace mucho los académicos de la Real, que son gente que vive de la pluma -tomando esta en un sentido muy laxo- pero que por suerte para la literatura no viven de ella, aunque lo hagan parecer.
No recuerdo de ningún académico de la Lengua Española que se haya suicidado; primero porque son gente más consolidada que los bonos del Tesoro, y por si fuera poco, nada propensa al mal de amores, por razones de edad y patrimonio. Fueron famosas las inclinaciones hacia el lupanar y la timba de algunos de ellos, pero eso no mata a nadie. Hay algunos escritores, y grandes, que cayeron por excesos con el alcohol y las malas compañías sexuales, pero fueron muertes lentas, casi mansas y aceptadas. De miseria y abandono, muchos. Pero de hambre, lo que se dice de hambre, yo sólo conozco a Alejandro Sawa.
Las singularidades de nuestra historia, con el conservadurismo en dominante hegemonía -palabra finísima con la que aquellos que procedemos de la izquierda radical, espurios herederos de Gramsci, solemos designar al aplastante dogmatismo de la Iglesia católica española durante siglos-, ha consentido que en los libros de enseñanza de la literatura del siglo XX figurase el padre Coloma, modesto jesuita al que sus colegas de compañía volvieron tarumba, autor de auténticas bazofias de prosa alambicada, cursi y retorcida, como Pequeñeces y Jeromín, ilegibles hoy salvo para sadomasoquistas, y sin embargo no aparecen plumas que aún pueden leerse con placer y benevolencia. Por ejemplo, Alejandro Sawa, que no fue un gran escritor pero que sí consiguió páginas periodísticas notables, media docena de novelas valientes -alguna de ellas con pretensiones- y la adaptación teatral de una novela de Alphonse Daudet que obtuvo gran éxito, Los reyes en el destierro.
Hay escritores que sin ser grandes por su obra son sin embargo figuras de primer orden en el paisaje literario de un país. Alejandro Sawa es para la literatura española eso, una personalidad que exige ser estudiada, porque con él y su entorno está gran parte de la mejor literatura que se hará en España en el filo entre el XIX y el XX. Sevillano, seminarista en Málaga, aspirante a lo que fuera en Madrid, Sawa -curioso apellido, que nos remite al gran escritor de Trieste, Umberto Saba, y a un vago aire grecoturco de Salónica-Esmirna- va a recoger en su biografía elementos insólitos para nuestra apocada cultura finisecular.