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DEZA: La remolacha....

Después de tres o cuatro días sin enviar mi rollo sobre cosas de Deza, hoy quisiera relataros algo de su toponimia. La toponimia consiste en el estudio etimológico de los nombres propios de un lugar. La propia "toponimia" proviene etimológicamente del griego (tópos), "lugar" y (ónoma), "nombre".
En Deza existen nombres que provienen del árabe tal como el río Algadir, la fuente Muza, La fuente Azañón, la Fuente Almanzorre. Los hay del latín, tal como la Fuente del Suso. Otros que designan una particularid histórica tal como el Cerrilo de los Judios, donde hubo un cementerio, la Cuesta del Rayo; también son características del terreno, como el Cerrillo Colorao, el llano Sansero, el Alto la Calva, el Caminegro etc.
Pero el topónimo más largo que existe en el mundo es el de la capital de Tailandia, Bangkok, Krung Thep Maha Nakhon. Su nombre tradicional completo es Krung Thep, que se escribe en el alfabeto latino de esta manera: Amonrattanakosin Mahintharayutthaya Mahadilokphop Noppharatratchathaniburirom Udomratchaniwetmahasathan Amonphimanawatansathit Sakkathattiyawitsanukamprasit.
Otro topónimo largo muy famoso es el de la localidad galesa de Llanfair PG (abreviado) que en galés significa 'iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco cerca de un torbellino rápido y la iglesia de San Tisilo cerca de la gruta roja'.
Seguiremos...

Un abrazo.

La vega y las huertas.

Se denomina vega a la porción de terreno generalmente llano, que en ocasiones frecuentes, bien sea por turno o por derecho adquirido, el propietario puede proceder a regarlo, si lo necesita. En Deza hay una vega bastante larga y ancha. Está la Vega Somera y la Vega Bajera y entre medias la Dehesa, el Molino de la Vega, el Melonar, la Tañería, las Costanillas, los Cerraos, el Palenque, la Peña del Manto, los Ojos… etc. Algunos de estos parajes se podían regar si bajaba agua por el Río Henar y otros estaban sujetos a aguas partidas o a aguas perdidas, según...
Las aguas que no estaban sujetas a normas establecidas o sea que no tenían turno asignado se tenían que regar pidiendo la vez y para ello había que estar presente en determinado lugar, cuidándola que se decía, permaneciendo allí día y noche. Valía cualquier persona física que estuviese en el lugar y lo mismo servía un niño que un adulto. Podían estar en el puesto varias personas al tiempo y si llegaba uno nuevo pedía la vez y para conservarla tenía que estar presente pues si marchaba, la perdía igual que la perdían los demás si se ausentaban. Al puesto en donde estabas te llevaban la comida y tenías allí una botija de agua, un saco de paja y una manta para dormir y la estancia en ese lugar, algunas veces, solía durar varios días con sus noches. Para los chicos eso era un martirio ya que siempre pillaba en tiempo de vacaciones y no te podías ir ni a jugar con los compañeros, si bien es verdad que si tenías otros hermanos podía llegarte un relevo que te librara por un tiempo de aquella esclavitud, de lo contrario estabas perdido. Se aguantaba así, incluso días, para poder regar un poco de huerta en el que la familia tenía algo de remolacha, cuatro surcos de patatas y poco más. Todo miseria…
Había varios puestos en los que se cuidaba el agua, repartidos generalmente en los sitios donde se desviaban los caudales por acequias de riego, en la zona. Yo recuerdo unos cuantos, como por ejemplo en la cochera de los Tejedores, en el Molino de la Vega, en La Canaleja y creo que otro en el Tejar. Posiblemente hubiera alguno más.
Las aguas más abundantes y más seguras de Deza con un caudal constante todo el año, son las de Algadir y estaban distribuidas en ajarbes. Aunque en la actualidad se sigue con el mismo procedimiento, ahora es habitual el regar tu huerta siempre que puedas, si no está regando nadie. Cada día de la semana, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde, el agua iba en dirección a una determinada zona o sea a siete diferentes lugares de riego que generalmente eran huertas y huertecillos. En algunos ajarbes el agua estaba partida de antemano para siempre y en otros se repartía entre los asistentes en un determinado lugar y hora. La diferencia entre una y otra forma es que si algún propietario no acudía, en el primer caso regaba su tiempo el que iba delante y en el segundo el agua del que no había venido, se la repartían entre todos, equitativamente.
Por las noches, a partir de las veinte horas que son las ocho de la tarde, el agua pertenecía por derecho propio a los molinos. Los molineros se cuidaban de abrirla a la hora en punto, desde tras-castillo y desde el Barrio del Olmo en dirección a sus cubos que son depósitos grandes en los se puede almacenar el agua a voluntad y por lo tanto se puede controlar, abriendo más o menos, la velocidad de la muela, que es la que marcará la faena a realizar.
Una vez que el agua pasaba de los molinos, tenía derecho de riego la zona oeste de la carretera nacional N 252: Güellos, Melonares, Tañerías…etc. Si sobraba se podía encauzar hacia el Molino de la Vega que podría aprovecharla si el caudal del Río Henar, en esos momentos era escaso. Venía bien para reforzar.
Y la gente, hay que ver, regaba hasta con ansia. Parece que tenían una sed implacable que no se podía apagar ni con el agua del cielo. Agua del cielo, no quita riego, solían decir para justificarlo. Y algún azadazo se escapó de vez en cuando por unos minutos de agua de más o de menos.
Hay sitios en los que el agua está sujeta a ciertas reglas y hay que pagar un canon para poder regar. En Deza nunca se ha pagado nada por ese derecho adquirido gratis, de tiempos inmemoriales. En lo que había que contribuir todos, era en la limpieza de las acequias de riego. Hoy en cambio el que quiera regar que se las limpie él mismo.
Prácticamente, todos lo terrenos de regadío estaban plantados de árboles frutales. Incluso Deza producía fruta para la exportación, especialmente peras, ciruelas y manzanas. En primavera ya podías vender tu cosecha por estimación objetiva y el comprador se cuidaba (antes de comprarlas los fruteros, por Deza, los árboles no se habían sulfatado nunca) de los tratamientos fitosanitarios. Tanto podías perder, como ganar, según fuese el año. No era gran negocio el mercado de la fruta pues se dio el caso de llevársela y no pagarla.
Había perales de roma, de don guindo, de malacara, de campanilla, de agua, de limón, sanjuaneras, tendrales…
Manzanas de verde doncella, pinchonas, reinetas, hotel, morro liebre, sangre de toro
Ciruelas camuesas, pinchonas, claudias…
En fin, que había de todo. Daba gusto darte un paseo por la carretera hacia el Sanroquillo en donde te encontrarías a tu paso, maravillosos paisajes, como la Casilla de Don Saturnio o del Mariscal, la Peña del Manto y el Vallejo. Podrías contemplar cientos de frutales de los que sabías el nombre de sus dueños; pero que no importaba, te daba lo mismo, porque todos eran tuyos, cuando eras chico, al igual que los cerezos y demás. ¿Quién si no, era el que probaba sus primeros frutos y hacía sus cacheras particulares, al igual que hacen las ardillas?
Nuestro pueblo producía muchas nueces. Había nogueras muy viejas y enormes que acabaron en manos de los especuladores, para fabricación de muebles, al darse cuenta que la gente de los pueblos las daba por cuatro perras gordas y que no les importaba cortarlas y convertirlas en dinero contante y sonante. Desaparecieron cientos de ellas. Prácticamente no quedó ninguna, cuyo tronco tuviese más de treinta centímetros de diámetro. El caso es que ahora ya no se plantan. Antes, en cualquier rincón encontrabas alguna, aunque fuese en terreno de secano.
Había la costumbre de ir a rebuscar las nueces y era la única manera que los desheredados de la fortuna, pudieran tener unos cuantos kilos en casa, después de escarbar y rebuscar de entre la hierba y la maleza una vez que el dueño les había dado mil vueltas.
Cuando yo era niño, en Deza estaba de moda la remolacha. Aquellas huertas que antaño estuvieron plantadas de lino y cáñamo, estaban destinadas entonces a la remolacha de donde se obtendría la azúcar blanca, que tanto tardó en llegar puesto que yo me crié con azúcar moreno exclusivamente y con miel del colmenar de mi abuela. Ya hablaremos de ello.

Un abrazo.

La remolacha.

No me voy a meter en tecnicismos pues escribiría cosas que no son de mi cosecha. Solo diré que la remolacha es un bulbo que se cría hincado en el suelo y que contra más gordo se hace mejor puesto que se paga por peso, a tanto la tonelada. En Deza se plantó casi toda la vega porque el rendimiento era alto y se sacaba dinero. Pero todo tiene un pero y es que la remolacha esquilma la tierra donde se cría o sea que absorbe todos los minerales existentes en el suelo y pronto hay que cultivarla a base de abonos y nitratos. Esto encarece la producción y ya no es rentable su explotación a no ser en terrenos grandes y mecanizados. Encima nos vienen ahora de que hay exceso de azúcar y te ponen un cupo que no se puede rebasar.
En nuestro pueblo hubo algunos años en los que se recolectaron cinco mil toneladas lo que supone cinco mil días de apuros, frío y juramentos o quizá más.
Para el cultivo de la remolacha, primero tenías que firmar un contrato con la azucarera de Terrer que te imponía sus condiciones, te proveía de la simiente correspondiente y ya podías hacer tus planes para la siembra. Se empezaba labrando la huerta o pieza de regadío, en invierno. Al principio de la primavera se echaba a la tierra todo el ciemo de que disponías y después de labrarla de nuevo y surquearla, ponías unos granos enterrados en el suelo ayudado por un paletín o paleta. Me están doliendo los riñones, al pensarlo. Se esperan unos días y si hay humedad suficiente, veras enseguida como nacen las matitas, de color verde claro a las que el pulgón está esperando para hincarles el diente. Si tienes suerte y pasa el bichito de largo, tendrás que entresacarlas y dejar una sola; habrá que cavar, sin demora la hierba que nace haciéndole la competencia y llevar mucho cuidado pues si te cargas la plantita de remolacha ya tenemos un fallo que cuesta reponer puesto que las de al lado ya se habrán hecho dueñas del terreno vacío y no dejaran que se desarrolle bien, otra nueva planta. En el reino vegetal lo mismo que en el animal existe la competencia despiadada del tú o el yo y es importante tenerlo en cuenta también, en todo proceso de cultivos y en la vida misma, incluso entre hermanos. Vaya…
Cuando aprieta el calor y no llueve, que es lo que pasa normalmente, tienes que regar la huerta. Posiblemente estarás muerto de sueño pues te tocará, sin dudar, el riego por la noche y has estado segando durante el día. Sé de algunos que se echaban en el surco a dormir y esperaban hasta mojarse, con lo cual se despertaban y de esta manera sabían cuando se tenía que cambiar al agua de cavalillo. Así hacías dos faenas: regar y dormir. El cavalillo no era otra cosa que la distribución de la tierra en seis o siete surcos separados por otro mayor sembrado a dos caras.
Tendrías que repasar la hierba varias veces, eso que se dice escardar y quizá pasar el aladrillo y comerte los hígados porque la burra pisaba las remolachas tal como que si lo hiciese aposta. Y aún queda lo peor.
Por allá a últimos del mes de noviembre abrirían la báscula y comenzaban a pesar. El frío llegaba antes que ahora y había que empezar a sacarla o arrancarla de una tierra helada en la que los hielos nocturnos, hacía días que estaban presentes con continuas escarchas de aquí te espero. Ésta era sin duda la mejor faena de todas puesto que por lo menos hacías ejercicio físico importante. Después tenías que agarrarlas de las hojas y hacer montones de vez en cuando, para estar un rato esculando sin moverte del puesto. Esto viene a decir traducido, limpiarle el culo de hojas o si te suena mejor, exfoliarla. Hazte una idea de lo que había que padecer, pensando solamente en que cada remolacha era un trozo de hielo, igual que si la cogieras de un congelador en el que tú mismo estabas dentro. Así todo el santo día quizá tapado con la bufanda y la chaqueta abrochada hasta el cuello porque hacía un frío que pelaba, incluso con días de continuos algarazos de nieve y agua nieve, para acabar de fastidiar la cosa.
Una vez cargados los serones de las mulas, usando tus manos de nuevo, tenías que ir a pesar a una báscula que a lo mejor (peor) está abarrotada de gente esperando descargar. Esperar paciente con unas mulas que a lo mejor (peor) estaban de broma y te tiraban las remolachas al suelo, eso si no te volcaban el serón entero y tuvieras que volver a cargarlas de nuevo. En el mejor de los casos, llega, pesa y peléate con el pesador porque el descuento que te hace por la tierra pegada es excesivo. No es cuento ni recargar el relato, era la pura verdad.
Aún falta relatar los apuros de los arrieros o sea de los que tenían carro. Si con una mula llevabas doscientos kilos, eso era poca cosa y había que llevar por lo menos dos o tres toneladas de golpe. Para eso estaba el carro, hombre. Hay que meterlo en la pieza con la mula de varas solamente. Llevar el carro a su sitio, llenarlo y enganchar la reata para estirar; pero aquello apenas se movía. Entonces había que enfadarse, gritar, rezar la letanía de todos los santos y desgañitarse. Nada, el carro se ha metido hasta los ejes y hay que descargar la mitad de la carga y probar de nuevo. Al final hemos perdido más tiempo, nuestras almas están llenas de pecados horribles y todo para nada. No se si aquella noche se dormiría tranquilamente o se soñaría con el atasco monumental o con el diablo en persona.
Ahora a esperar que echen el pregón de que reparten el azúcar que te toca y el de que pases a cobrar tus calamidades, previo descuento del valor de la simiente, de esto de lo otro y del más allá. Esa era la vida de entonces.
La remolacha forrajera se empleaba solamente para alimentar el ganado y los cerdos y tenía un ligero color rojo. También servía para este menester, la azucarera, que cortada y cocida se la comían tan a gusto; pero claro, esta se guardaba para venderla. Además se les echaba como pienso con un poco de harina de cebada, la pulpa que no es otra cosa que el residuo de la remolacha exprimido, que vuelve a tomar cuerpo cuando se pone en remojo unas horas. Un producto con poco alimento pues ya le habían extraído y chupado en la fábrica todos los componentes de valor.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
El mostillo.

Aunque son alimentos que en otros tiempos tuvieron su protagonismo, me ha parecido bien relatar como se hacían.
La remolacha azucarera, una vez limpia completamente, se ponía a hervir en un recipiente con agua y resultaba de ello una melaza que se usaba para hacer mostillo casero. La fabricación de este producto era fácil puesto que no había que hacer otra cosa que reducir el líquido y mezclarlo con harina hasta que espesara. No había que añadir azúcar puesto que ya la llevaba incorporada. ... (ver texto completo)
Se podrían hacer muchos comentarios sobre este nuevo trabajo del abuelo. Por resumir, vaya mi respeto y admiración para toda la gente del campo, por la vida tan dura que ha llevado. Como dice un personaje de la novela de Delibes. "El disputado voto del señor Cayo", tendríamos que acudir a estas gentes de los pueblos si tuviésemos la necesidad de sobrevivir. (O algo así.)
Gracias, abuelo.