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DEZA: Que descanséis, amigos. Cuando pueda ya os contaré...

Hubo unos cazadores por Deza que perdieron un perro o lo dejaron abandonado (vete a saber) y andaba vagabundo por el pueblo viviendo como podía. El caso es que huía de la gente seguramente porque le pegaban, lo mismo que al lobo de Gubia que con tanta maestría nos relata Rubén Darío en una de sus bellas poesías. El caso es que mi padre cuidaba una perra de un yerno que estaba de vacaciones por el pueblo y la tenía encerrada al estar "salida", por miedo a que la "cubrieran". No querían descendencia, esa era la verdad. En un descuido, ese perro entró en el corralillo y en ese momento lo pilló mi padre dentro, cerrando la puerta seguidamente. El setter de pelo negro, se volvía loco enseñando los dientes amenazadores al extraño que lo había pillado in fraganti. Con buenas palabras y con cariño, mi padre, buen conocedor de estos animales, logró acercarse a él y acariciarlo con dulzura...
Aquel animal fue hasta su muerte el amigo fiel e incondicional de mi padre, de sus hijos y el juguete de todos sus nietos a los que quería más que a su vida.
Mereció un monumento. Su recuerdo, todavía despierta entre nosotros admiración y cariño por las muestras de fidelidad que demostró hacía su nuevo protector.

Un abrazo.

Es cierto, abuelo, que a muchos animales se les llega a querer tanto que su pérdida a veces supone una catarsis que no se podrá borrar nunca. De mis años en Deza recuerdo a mi perra, Marquesa, una sabuesa de grandes orejas, de pelaje color canela y estilizado cuerpo, con quien pasé muchos ratos agradables. Desde que una noche de invierno la trajo mi padre a casa, sentí un especial afecto por aquel cachorrillo que hizo que me sintiera su protector. Contribuí a criarla y, en poco tiempo, se convirtió en un simpático animal compañera de juegos, dócil, cariñosa y buena protectora de la casa, siempre dispuesta a recibir una caricia a la que ella correspondía moviendo alegremente la cola.
Pero el principal cometido de Marquesa era la caza; mi padre la había educado a su modo y el resultado fue muy satisfactorio. Con el característico olfato propio de su raza levantaba las piezas tan abundantes entonces, seguía su rastro y las perseguía ladrando volviéndolas una y otra vez, hasta que el cazador pudiera abatirlas. Por aquellos años a mi me gustaba acompañar a mi padre en alguna de sus salidas para cazar; después no me ha gustado ese deporte del que, en cierto modo, me considero detractor.
En cierta ocasión Marquesa desapareció sin dejar rastro. Estuvimos varios días buscándola por el campo donde mi padre la había visto por última vez y preguntando a la gente, hasta que un paisano nos dijo que había visto como unos cazadores la habían introducido en un coche y se la habían llevado. El paisano había tomado nota de la matrícula y, después de muchas indagaciones, conseguimos rescatarla de sus nuevos “dueños”. Aunque ellos en un principio trataron de otorgarse su propiedad negando que fuera nuestra, la alegría del animal al vernos, demostró la evidencia. El incidente simplemente acabó afeándoles su conducta.
Así transcurrieron seis o siete años y Marquesa, a pesar de dar algún que otro disgusto a mi madre en la cocina, era considerada como uno más de la familia. Pero un día no pudo levantarse; se quedó en su cama habitual que era la pajera de la cuadra de las mulas y, por más que lo intentaba, no podía levantarse. Llamamos al veterinario y le diagnosticó una enfermedad incurable entonces, administrándole muestras de unas medicinas que no fueron eficaces. A pesar de mis cuidados, su falta de apetito hizo que despreciara cuanta comida le acercaba. Estaba triste; el veterinario dijo que era depresión producida por su enfermedad, tenía fiebre, rinitis y neumonía. Unos días después comenzaron los espasmos y la rigidez de sus patas traseras. Volvió el veterinario y nos dijo que estaba en fase terminal y que no había salvación posible. El afecto hacia el animal hizo que permaneciera una semana en esas dolorosas circunstancias alargando su agonía- quizás aferrándome a la esperanza-, hasta que mi padre decidió que debíamos acabar con su sufrimiento.
Voy a omitir, por lo desagradable que resultaría, el final de esta historia pero siempre he recordado a Marquesa retozando alegre a mi alrededor correspondiendo a mis caricias.
Un saludo

Que descanséis, amigos. Cuando pueda ya os contaré de una perrita que tuve.
Saludos.