E L C A M P A N E R O
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras,
¿por qué tan tristes? ¿por qué de luto estáis?
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Cuentan que como él, nadie las hizo sonar.
Cuentan que como él, nadie las hizo volar.
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras
¿Por qué me lloran si todo es rabia y traición?
Yo que les di mis caricias, yo que les di mi ternura,
las adoré con locura y miren lo que pasó.
Cuentan que como él....
La colaboración del abuelo sobre las campanas de Deza me han hecho retroceder un montón de años a aquéllos de mi juventud cuando, después de merendar con mis amigos de San Leonardo, dos de ellos solían arrancarse a dúo con un sentimiento que ponía emoción a esta bella canción. Al oírla me acordaba de Quasimodo el jorobado de Notre Dame, de la soledad de lor torreros (fareros) de Julio Verne, allá en la Tierra del Fuego, donde confluyen el Pacífico y el Atlántico -no muy lejos de donde deben andar Ana y María Eugenia- y, también por asociación, del santero de San Saturio, de cualquiera de aquellos santeros que vivían en la soledad de la cueva, antes de convertirse éstos -los santeros- en meros funcionarios que abren, terminan y se van, y también por extensión, de cualquier ermitaño que viviera en soledad.
Meriendas aquellas que se prodigaban en muchos pueblos de nuestra provincia, en la taberna, en el horno de amasar o en las bodegas, si las había, cuando todavía quedaban suficientes mozos para celebrarlas.
Ahora, supongo, la poca juventud que queda en nuestros pueblos cogerá el coche para trasladarse en los momentos de asueto hasta la capital o la cabecera de comarca.
También supongo que algún dezano nos contará aquí algo de sus momentos de expansión en los días festivos de antaño.
Un saludo.
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras,
¿por qué tan tristes? ¿por qué de luto estáis?
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Cuentan que como él, nadie las hizo sonar.
Cuentan que como él, nadie las hizo volar.
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras
¿Por qué me lloran si todo es rabia y traición?
Yo que les di mis caricias, yo que les di mi ternura,
las adoré con locura y miren lo que pasó.
Cuentan que como él....
La colaboración del abuelo sobre las campanas de Deza me han hecho retroceder un montón de años a aquéllos de mi juventud cuando, después de merendar con mis amigos de San Leonardo, dos de ellos solían arrancarse a dúo con un sentimiento que ponía emoción a esta bella canción. Al oírla me acordaba de Quasimodo el jorobado de Notre Dame, de la soledad de lor torreros (fareros) de Julio Verne, allá en la Tierra del Fuego, donde confluyen el Pacífico y el Atlántico -no muy lejos de donde deben andar Ana y María Eugenia- y, también por asociación, del santero de San Saturio, de cualquiera de aquellos santeros que vivían en la soledad de la cueva, antes de convertirse éstos -los santeros- en meros funcionarios que abren, terminan y se van, y también por extensión, de cualquier ermitaño que viviera en soledad.
Meriendas aquellas que se prodigaban en muchos pueblos de nuestra provincia, en la taberna, en el horno de amasar o en las bodegas, si las había, cuando todavía quedaban suficientes mozos para celebrarlas.
Ahora, supongo, la poca juventud que queda en nuestros pueblos cogerá el coche para trasladarse en los momentos de asueto hasta la capital o la cabecera de comarca.
También supongo que algún dezano nos contará aquí algo de sus momentos de expansión en los días festivos de antaño.
Un saludo.
Los domingos y festivos.
Hubo tiempos en los que faltar a Misa los domingos, era tenido en cuenta. En España se había pasado de un extremo a otro; del ateísmo feroz y persecutorio al nacional catolicismo de impostura forzosa. Vasta leer la historia de aquellos años. En algunos pueblos hasta pasaban lista según decían algunos, a la entrada de misa y la guardia civil perseguía a los que trabajaban en día fiestas. Es posible que fuera cierto en otros lados, pues en la viña del Señor ha habido de todo. En Deza no había ningún control aparentemente; pero quizá alguien lo llevaría anotado en su lista negra o por lo menos en su cabeza. Al final, sin consecuencias según mi parecer pues no conozco a nadie imputado, en este asunto.
Recuerdo una película en la que el matón del lugar le decía a su medio secretario que llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta una libreta con los nombres de los del pueblo: “A éste hazle una cruz”. Y el fulano quedaba fichado para posteriormente ajustarle las cuentas. Algo así…
En Deza cuando yo era chico había tres misas. A la misa mayor, que era a las 12, se tocaban las campanas a bando. En invierno era muy común ver a los hombres con su bufanda de astracán, símbolo festivo por excelencia, si bien todo el mundo iba lo mejor arreglado que podía y procuraba lucir sus mejores galas.
Los domingos en aquellos tiempos eran para mí unos días de mucha alegría. Sobre todo porque no había escuela y hacía las cosas que me apetecían como era correr, dar lata por casa, ir a buscar nidos, ir por la tarde a ver la Avelina a la Plaza en donde exponía su cesta de “Chuches” etc. Para la mayoría, un día festivo era siempre parecido. Acabada a Misa Mayor, se iban muchos a ver los partidos de pelota que por cierto, algunos días los había muy reñidos entre aquellos buenos pelotaris tal como el Delfín, el Ángel el Bisbís, el Abundio, el Tomás el Teo…etc. Después te ibas a comer, algunos hombres se subían al café y algunas vecinas se juntaban a jugar al julepe.
Otros esperaban a que se comenzaran las chapas. A las chapas se jugaba casi todos los domingos en los que no se estaba de eras y se hacía en un rincón de las escuelas de niñas. Siempre había un vigilante que se chivaba por si aparecía algún guardia. Si el guardia subía la cuesta de juego pelota, todos los jugadores recogían los dineros del suelo, escondían las chapas y se hacían el tonto. La cuestión es que nos los cogieran in fraganti pues de cogerlos jugando irían todos al cuartel y se las tendrían que ver con el Cabo 1º, de turno. Los guardias y el cabo ya sabían lo que estaban haciendo y les advertían que llevaran cuidado. Pero ellos volvían a reanudar el juego pues era la única manera de pasar la tarde del domingo, en algo. No había otra alternativa pues o te ibas a cazar si no estaba vedado o cogías la mujer y te ibas a ver los trigos, te estabas por casa arreglando y recosiendo los aparejos o te aburrías de lo lindo. Vaya tiempos aquellos.
Un abrazo.
Hubo tiempos en los que faltar a Misa los domingos, era tenido en cuenta. En España se había pasado de un extremo a otro; del ateísmo feroz y persecutorio al nacional catolicismo de impostura forzosa. Vasta leer la historia de aquellos años. En algunos pueblos hasta pasaban lista según decían algunos, a la entrada de misa y la guardia civil perseguía a los que trabajaban en día fiestas. Es posible que fuera cierto en otros lados, pues en la viña del Señor ha habido de todo. En Deza no había ningún control aparentemente; pero quizá alguien lo llevaría anotado en su lista negra o por lo menos en su cabeza. Al final, sin consecuencias según mi parecer pues no conozco a nadie imputado, en este asunto.
Recuerdo una película en la que el matón del lugar le decía a su medio secretario que llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta una libreta con los nombres de los del pueblo: “A éste hazle una cruz”. Y el fulano quedaba fichado para posteriormente ajustarle las cuentas. Algo así…
En Deza cuando yo era chico había tres misas. A la misa mayor, que era a las 12, se tocaban las campanas a bando. En invierno era muy común ver a los hombres con su bufanda de astracán, símbolo festivo por excelencia, si bien todo el mundo iba lo mejor arreglado que podía y procuraba lucir sus mejores galas.
Los domingos en aquellos tiempos eran para mí unos días de mucha alegría. Sobre todo porque no había escuela y hacía las cosas que me apetecían como era correr, dar lata por casa, ir a buscar nidos, ir por la tarde a ver la Avelina a la Plaza en donde exponía su cesta de “Chuches” etc. Para la mayoría, un día festivo era siempre parecido. Acabada a Misa Mayor, se iban muchos a ver los partidos de pelota que por cierto, algunos días los había muy reñidos entre aquellos buenos pelotaris tal como el Delfín, el Ángel el Bisbís, el Abundio, el Tomás el Teo…etc. Después te ibas a comer, algunos hombres se subían al café y algunas vecinas se juntaban a jugar al julepe.
Otros esperaban a que se comenzaran las chapas. A las chapas se jugaba casi todos los domingos en los que no se estaba de eras y se hacía en un rincón de las escuelas de niñas. Siempre había un vigilante que se chivaba por si aparecía algún guardia. Si el guardia subía la cuesta de juego pelota, todos los jugadores recogían los dineros del suelo, escondían las chapas y se hacían el tonto. La cuestión es que nos los cogieran in fraganti pues de cogerlos jugando irían todos al cuartel y se las tendrían que ver con el Cabo 1º, de turno. Los guardias y el cabo ya sabían lo que estaban haciendo y les advertían que llevaran cuidado. Pero ellos volvían a reanudar el juego pues era la única manera de pasar la tarde del domingo, en algo. No había otra alternativa pues o te ibas a cazar si no estaba vedado o cogías la mujer y te ibas a ver los trigos, te estabas por casa arreglando y recosiendo los aparejos o te aburrías de lo lindo. Vaya tiempos aquellos.
Un abrazo.
Una vez más, gracias al abuelo sabemos más cosas de Deza. Estas que cuenta deben ser anteriores en un par de décadas, al menos, a las que contaba yo, que representan, más o menos, la diferencia de edad de ambos. Por cierto, totalmente de acuerdo en lo de que en España se pasaba de un extremo a otro, lo que constituye el signo histórico de este país nuestro.
Un saludo.
Un saludo.