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El olivo en Roma y en Cartago

El gran florecimiento del cultivo del olivo vino aparejado con la expansión de todas las culturas. Ya fueran los fenicios o los griegos quienes implantaron su cultivo en la Península Ibérica, lo cierto es que tanto romanos como árabes ya se encontraron las plantaciones extensamente cultivadas por los pueblos íberos. Sin embargo, la gran expansión y mejoramiento de su cultivo se debió a los romanos, quienes lo llevaron a todas sus colonias, donde podía desarrollarse. Las técnicas de cultivo y poda ya están ampliamente documentadas y recogidas magistralmente en los libros de agricultura de Catón.
Los cartagineses enseñaron a los pueblos que dominaron las mejores técnicas de cultivo; establecieron que las plantaciones de árboles debían realizarse a 22 m de distancia de plantación entre ellos, tradición que se mantiene hoy día en muchas regiones del norte de África.
El respeto que mostraban los griegos hacia el olivo fue seguido por los romanos. Los varones nobles eran condecorados con coronas construidas con sus ramas. Numa, segundo emperador de Roma, se presentaba siempre con una rama de olivo en la mano. El árbol y sus ramas eran símbolos de paz, fertilidad y prosperidad.
Los poetas empujaban al pueblo a la vida sedentaria y tranquila del agricultor, no solo por razones idílicas sino por la despoblación que sufría el campo a causa de las guerras. Con esta idea, Catón describió los conocimientos sobre los cultivos y Virgilio escribió sus Bucólicas y Geórgicas, en los que se encuentran consejos a los agricultores. Del olivo y su cultivo dice:
"Contrariamente a la vid, el olivo no exige cultivo, y nada espera de la podadera recurvada ni de las azadas tenaces, una vez que se adhiere a la tierra y soporta sin desfallecer los soplos del cielo. Por sí misma la tierra, abierta con el arado, ofrece ya suficiente humedad a las diversas plantas y da buenos frutos cuando se utiliza debidamente la reja. Cultiva, pues, ¡Oh labrador!, el olivo, que es grato a la paz". Virgilio, Geórgicas