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El olivo en la Península ibérica

Parece ser que los primeros olivos de la Península Ibérica fueron cultivados en Cádiz y Sevilla; Cádiz fue un enclave muy visitado por los fenicios, los cuales mantenían relaciones importantes a través de su puerto. Otro tanto ocurrió con Sevilla, cuyo río el Guadalquivir fue siempre navegable.
Cuando las tropas de Julio Cesar se enfrentaron en la Hispania con las de Pompeyo, éstos acamparon entre olivos en la región del Aljarafe que rodea a Sevilla, tradicional enclave de éstos árboles y famoso por su excelente aceite. Tales hechos fueron narrados en De bello hispanico por un narrador anónimo al servicio de César en el año 45 a. C. Esta es una de tantas menciones de olivares de la Bética del sur de España.
La palabra Córdoba significa molino de aceite y las menciones de sus olivares y la calidad del aceite por ellos producido ya era famosa desde el tiempo de los romanos, al punto de que el poeta hispanorromano Marcial llamaba a las regiones andaluzas Betis olifera.
La región de Ampurias, inicialmente una colonia griega rodeada de ciudades íberas cuyos vestigios aún se conservan, también fue un importante centro de introducción del olivo, que vio su esplendor en la época romana, en las fértiles tierras de Tarragona, lugar donde se producen hasta hoy día excelentes aceites finos.
Los pueblos árabes que recorrieron la península se encontraron con los magníficos olivares. El geógrafo y viajero Muhammad Al-Idrishi, que vivió entre 1100 y 1166, describe y señala los mayores olivares que se encontraban en la península: hace mención especial de los olivares de Priego de Córdoba y del resto de la Subbética. Señala el aceite sevillano como uno de los mejores de toda la Bética.
En la época de Al-andalus, se expandieron y mejoraron tanto las técnicas de cultivo como las de obtención del aceite; no hay que olvidar que en el oriente Mediterráneo, lugar de donde provenía la cultura árabe, tenían una larga tradición en este sentido. La mezcla cultural tanto agrícola como económica e intelectual dio como resultado la magnífica cultura agraria andalusí que floreció durante el califato de Córdoba.
Durante los siglos XV y XVII se consolidó la expansión y distribución geográfica de los olivares actuales, cuya mayor densidad de plantaciones se encuentra en el centro de Andalucía y comprende a las provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla.