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DEZA: Y es que la salud Manuel, solamente la apreciamos cuando...

Con mucha frecuencia, los humanos solemos hacer como el avestruz: esconder la cabeza para no ver lo (desagradable) que nos rodea, como si el dolor, la enfermedad o la muerte, no formasen parte de nuestra existencia, como si ocultándolos dejasen de ser una realidad. Hace años, no tantos, los enfermos permanecían en la cama de su casa, rodeados y aliviados por seres queridos y cuando llegaba la hora de partir no estaban solos. Ahora parece que ya no existe el dolor ni la enfermedad, pues los alejamos en asépticos hospitales y tanatorios.
Esta reflexión se me ha hecho más presente cuando, hace unos horas, visitaba a un familiar en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Ves dolor, sufrimiento, soledad, pero también esperanza y ganas de vivir y, sobre todo, una gran humanidad que se traduce en palabras de cariño, animo y una infinita paciencia por parte del personal sanitario que día a día convive con sus pacientes. Tú, después, sales y, aunque impresionado por lo que has visto, sientes el alivio de que la vida sigue, que no te ha tocado a ti. Vuelves a tu lugar de destino y vuelves a reflexionar sobre lo anterior cuando observas a algún irresponsable al volante de un vehículo con el que parece sentirse invulnerable.

Y es que la salud Manuel, solamente la apreciamos cuando la perdemos. No saboreamos la dicha de estar sanos. Yo que he pasado por una prueba pequeña comparada con otras, me di cuenta que hay mucho padecimiento. Oí muchos ayes, lloros, gente decelerada... En una palabra: Mucho sufrimiento. Y yo en veinticuatro horas que estuve ingresado no me rebullí porque me consideraba un afortunado entre tanto mal. Y eso que tenía dos agujas clavadas, una en la mano y otra en el brazo con suero y los electrodos y el tensiómetro permanentes.
¡Cuando salí que afortunado me sentí Dios mío...!

Un abrazo.