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DEZA: Si no recuerdo mal, alguien me dijo que Gonzalo Ruiz...

E L C A M P A N E R O
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras,
¿por qué tan tristes? ¿por qué de luto estáis?
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Cuentan que como él, nadie las hizo sonar.
Cuentan que como él, nadie las hizo volar.
El campanero, señores, el campanero, señores,
el campanero, en la torre, ha muerto de soledad.
Campanitas mañaneras, muchachitas tempraneras
¿Por qué me lloran si todo es rabia y traición?
Yo que les di mis caricias, yo que les di mi ternura,
las adoré con locura y miren lo que pasó.
Cuentan que como él....

La colaboración del abuelo sobre las campanas de Deza me han hecho retroceder un montón de años a aquéllos de mi juventud cuando, después de merendar con mis amigos de San Leonardo, dos de ellos solían arrancarse a dúo con un sentimiento que ponía emoción a esta bella canción. Al oírla me acordaba de Quasimodo el jorobado de Notre Dame, de la soledad de lor torreros (fareros) de Julio Verne, allá en la Tierra del Fuego, donde confluyen el Pacífico y el Atlántico -no muy lejos de donde deben andar Ana y María Eugenia- y, también por asociación, del santero de San Saturio, de cualquiera de aquellos santeros que vivían en la soledad de la cueva, antes de convertirse éstos -los santeros- en meros funcionarios que abren, terminan y se van, y también por extensión, de cualquier ermitaño que viviera en soledad.
Meriendas aquellas que se prodigaban en muchos pueblos de nuestra provincia, en la taberna, en el horno de amasar o en las bodegas, si las había, cuando todavía quedaban suficientes mozos para celebrarlas.
Ahora, supongo, la poca juventud que queda en nuestros pueblos cogerá el coche para trasladarse en los momentos de asueto hasta la capital o la cabecera de comarca.
También supongo que algún dezano nos contará aquí algo de sus momentos de expansión en los días festivos de antaño.
Un saludo.

Los domingos y festivos.

Hubo tiempos en los que faltar a Misa los domingos, era tenido en cuenta. En España se había pasado de un extremo a otro; del ateísmo feroz y persecutorio al nacional catolicismo de impostura forzosa. Vasta leer la historia de aquellos años. En algunos pueblos hasta pasaban lista según decían algunos, a la entrada de misa y la guardia civil perseguía a los que trabajaban en día fiestas. Es posible que fuera cierto en otros lados, pues en la viña del Señor ha habido de todo. En Deza no había ningún control aparentemente; pero quizá alguien lo llevaría anotado en su lista negra o por lo menos en su cabeza. Al final, sin consecuencias según mi parecer pues no conozco a nadie imputado, en este asunto.
Recuerdo una película en la que el matón del lugar le decía a su medio secretario que llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta una libreta con los nombres de los del pueblo: “A éste hazle una cruz”. Y el fulano quedaba fichado para posteriormente ajustarle las cuentas. Algo así…
En Deza cuando yo era chico había tres misas. A la misa mayor, que era a las 12, se tocaban las campanas a bando. En invierno era muy común ver a los hombres con su bufanda de astracán, símbolo festivo por excelencia, si bien todo el mundo iba lo mejor arreglado que podía y procuraba lucir sus mejores galas.
Los domingos en aquellos tiempos eran para mí unos días de mucha alegría. Sobre todo porque no había escuela y hacía las cosas que me apetecían como era correr, dar lata por casa, ir a buscar nidos, ir por la tarde a ver la Avelina a la Plaza en donde exponía su cesta de “Chuches” etc. Para la mayoría, un día festivo era siempre parecido. Acabada a Misa Mayor, se iban muchos a ver los partidos de pelota que por cierto, algunos días los había muy reñidos entre aquellos buenos pelotaris tal como el Delfín, el Ángel el Bisbís, el Abundio, el Tomás el Teo…etc. Después te ibas a comer, algunos hombres se subían al café y algunas vecinas se juntaban a jugar al julepe.
Otros esperaban a que se comenzaran las chapas. A las chapas se jugaba casi todos los domingos en los que no se estaba de eras y se hacía en un rincón de las escuelas de niñas. Siempre había un vigilante que se chivaba por si aparecía algún guardia. Si el guardia subía la cuesta de juego pelota, todos los jugadores recogían los dineros del suelo, escondían las chapas y se hacían el tonto. La cuestión es que nos los cogieran in fraganti pues de cogerlos jugando irían todos al cuartel y se las tendrían que ver con el Cabo 1º, de turno. Los guardias y el cabo ya sabían lo que estaban haciendo y les advertían que llevaran cuidado. Pero ellos volvían a reanudar el juego pues era la única manera de pasar la tarde del domingo, en algo. No había otra alternativa pues o te ibas a cazar si no estaba vedado o cogías la mujer y te ibas a ver los trigos, te estabas por casa arreglando y recosiendo los aparejos o te aburrías de lo lindo. Vaya tiempos aquellos.

Un abrazo.

Hace unas fechas, comentaba aquí cómo en algunos lugares de la provincia pasaba la juventud sus momentos de solaz en las tardes de los domingos, allá por los últimos sesenta y primeros setenta. En algunos pueblos, como decía, se reunían en la bodega o en el horno, si los había, o en la taberna. En los pueblos más importantes había baile dominical, incluso.
El abuelo comentó también los escasos momentos de asueto que disfrutaban en la dura época que les tocó vivir a los de su generación. Sin embargo, me hubiera gustado que algún dezano del periodo que comento hubiera añadido algo, de cómo se entretenían, lo que no ha ocurrido hasta ahora.
Supongo que los domingos de invierno serían tan aburridos como en todos los sitios. En verano cambiaría la cosa con los baños, el frontón, los paseos... También es cierto que ya en 1970 Deza contaba con 901 habitantes censados, aún suficientes para mantener un mínimo de juventud, entonces sin sufrir del todo el azote de despoblación que asola hoy la provincia.

Bueno, dezanos, por hoy ya está bien de expolios, que nos vamos a poner tristes. Me debéis una los de la generación nacida alrededor del 50: todavía no me habéis contado cómo os lo montábais -como se dice ahora- los domingos y festivos de vuestra mocedad. (En Soria, de "ermita en ermita", que si el Numancia en el viejo san Andrés, porque lo de comerse una rosca...)

Supongo, Manuel, que las "ermitas" que visitábais estaban subiendo el collado a la derecha; más concretamente en el tubo. En Deza había menos ermitas, pero en el bar del tio Fausto cafelín y partida, después a la Bodeguilla o a la tasca del tio Valeriano hasta que abrió el Perrenchín, al baile a movernos un poco y después al cine del Tardio.
Saludos

Supones bien, dezano, aunque no hacíamos asco a continuar tan "espirituosa" peregrinación por cualquier "ermita" que se terciase. El Tubo, como sabemos, fue un lugar muy concurrido para los adoradores sorianos -y foráneos- del dios Baco (ya sabemos que los muslimes no "creen" en tan venerada deidad, pero ellos se lo pierden). Y digo fue, en pasado, porque, al decir de los que continúan viviendo en la capital, ha caído bastante. Según se sube por el Collao (oficialmente Collado), torcías a la derecha por Aduana Vieja, la que sube al Instituto donde diera sus clases Antonio Machado, y te encontrabas con el Buja, el que fuera sede de la Peña Taurina Soriana, después Pedrito. Tenía una cabeza de toro disecada, en honor a la sede taurina.
Ya en la plaza de san Clemente, a la que dio nombre una iglesia románica de aspecto rural -que no llegué a conocer, derribada para dar paso a la mole que albergó el edificio de Telefónica-, te encontrabas con el Iruña de Ángel el Alpargatero, el Pacho, de Gregorio y Lázaro, el Poli, el Patata, de Nicesio, El Brasil, de los hermanos Benja y Abelio, un histórico extremo izquierdo del Numancia, y ya fuera de la plaza, en el callejón de san Clemente que vuelve al Collao, el Caribe y el Bambi. Ya no quedan sus antiguos dueños y el ambiente es otro.
La gente de la provincia que solía acudir a Soria los jueves, día de mercado, tenían, según los pueblos, su bar de preferencia para encontrarse con sus paisanos, aunque eran muchos los que hacían sus corrillos en la puerta del Torcuato, en el centro del Collao (o Collado).
Por cierto, ¿teniais los de Deza un bar preferido?
Un saludo.

Hola, Manuel: pues si, los dezanos teníamos en Soria nuestro bar preferido. Posiblemente no lo recuerdes, porque hace mucho tiempo que desapareció. No recuerdo el nombre del bar, pero si que estaba en la plaza de Yagüe, creo que junto a la mantequería York y cerca de una guarnicionería que creo que se llamaba Guarro; el dueño era un dezano de pro y se llamaba Primo García. Tenía dos hijos que yo recuerde: Pilar, ya fallecida, que se casó en Deza y otro hijo que creo que se llamaba Angel. Además parábamos por el Tubo o por el Alcázar, que también era de otro paisano.
Saludos

Amigo dezano, ahora sí que me has dejado en fuera de juego. No recuerdo el bar que dices, por lo que tuvo que desaparecer bastante antes de los años cincuenta del siglo pasado. Pregunto a gente de Soria, y tampoco lo recuerdan. En la fachada sur de la plaza del Chupete -antiguamente- de Yagüe, o de Mariano Granados, estaba la tienda de deportes Marrón, la guarnicionería de las Guarro, como bien dices, la librería del señor Morales, que luego puso el bar Tony, hoy Queru, la peluquería de Marcos Sanz, también vendían en un local las entradas de los toros, la York y la ferretería de Claudio Alcalde, hoy ocupada por un banco. En fin, como digo, tuvo que ser hace muchos años. En esa plaza existió el bar Talibesay, que tampoco conocí.
Saludos.

En el local donde vendían las entradas para los toros, creo que tenían las taquillas de ventas de billetes para los autobuses de Gonzalo Ruiz, yo al menos cuando iba al Burgo, creo que se sacaban allí.

Si no recuerdo mal, alguien me dijo que Gonzalo Ruiz colocó a bastantes dezanos en sus talleres, extremo que desconozco. Es cierto que en aquellos años de mediados del siglo pasado este empresario tenía una amplia plantilla de empleados, no sólo en sus talleres mecánicos sino en su flota de autobuses que recorría la provincia. Los talleres de la calle Sorovega, junto a la Plaza Mayor y la calle Postas, fueron muy conocidos por todos los sorianos. De esa calle Sorovega salía el autobús -el coche de línea se decía, o la exclusiva, incluso- que iba a Gómara, Deza y Cihuela. Recuerdo verlo pasar, al caer la tarde, calle Postas abajo camino del viejo puente de piedra del Duero, en los años de mi infancia. Vienen a mi memoria aquellos autobuses antiguos con una enorme baca en la parte superior, a la que se accedía por una escalera de metal por la parte trasera del vehículo y en la que se transportaban equipajes y mercancías variopintos. No sé si en alguna ocasión iría incluso algún viajero por falta de sitio abajo, cosa que ocurría en otros autobuses de la época. Quién sabe si, al verlo pasar desde la calle donde jugábamos los críos de entonces, mi mirada se cruzaría alguna vez con la de aquellos anónimos viajeros paisanos de la raya; tal vez con la del abuelo, pefeval, dezano... Quién sabe.
Saludos, amigos.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
El coche de línea de Deza me trae, por asociación, una anécdota bastante conocida, creo, que oí contar hace mucho tiempo. No sé si ocurrió en la provincia de Soria o en la de Guadalajara; puede que en otra. El caso es que en la baca de uno de aquellos coches de línea llevaban un ataúd de un pueblo a otro. En el de destino había fallecido una persona y, como no había carpintero, o al menos no disponía de féretros, lo llevaban para acoger al difunto. Al pasar por un pueblo no había asientos libres ... (ver texto completo)
Se me hace difícil entender que entre tantos dezanos de la diáspora, y los pocos que residen en el pueblo y usen internet, no abunden vivencias, hechos anecdóticos o curiosos que traer a estas páginas. A propósito del coche de línea, supongo que el viaje a Soria sería por la mañana temprano para que a los viajeros les diese tiempo a hacer sus gestiones -compras, médicos, visitar al chico o a la chica que estudiaba en la capital- hasta la hora de coger el coche de vuelta, ya por la tarde.
En Soria ... (ver texto completo)
Qué bien recuerdo todavía, Manuel, aquel viejo autobús de la empresa de Gonzalo Ruiz que nos trasladaba a Soria. También a dos de sus carismáticos personajes: Sixto, el conductor y Donato, el cobrador. Por entonces era el único cordón umbilical que nos unía al mundo exterior. Le llamábamos el coche de las siete, porque era precisamente a esas horas cuando pasaba por el pueblo en su recorrido ascendente y descendente. Además, el esperarlo paseando por la carretera, cerca de su parada, constituía una ... (ver texto completo)