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DEZA: Y puesto que estamos en el interior de la monumental...

Y puesto que estamos en el interior de la monumental iglesia de nuestro pueblo, y aspiramos el suave olor de la cera de las tablillas y del incienso, quiero hacer mención de un objeto que, de recuperarse, merecería figurar también en un museo etnológico. Ya lo colgué en el anterior foro, pero lo considero de nuevo para que lo recuerden quienes lo conocieron y lo sepan los más jóvenes. En todos los pueblos desde la antigüedad, la muerte siempre se ha imaginado con símbolos y en Deza teníamos uno muy expresivo:
La Minica. Nuestro buen amigo José Luís Sáez me dice que su nombre es “animica”- diminutivo de ánima- y yo creo que, efectivamente, ese sería su nombre, aunque probablemente y por una corruptela, terminamos llamándole minica. Era una imagen siniestra, respeto de los mayores y terror de los niños. Si eras remilgado comiendo, te decían: come, que te vas a quedar como la minica o simplemente, te pareces a la minica…. Pues bien, la minica consistía en una cabeza de madera policromada, sesgada por el cuello, que se colocaba junto al altar mayor sobre un catafalco negro ribeteado de amarillo. No recuerdo si era durante toda la cuaresma o únicamente la semana de difuntos. Dicha cabeza representaba a escala natural a una persona de mediana edad, con grandes ojeras y media sonrisa que le daba un aspecto siniestro, y se cubría con un viejo bonete. Aunque nunca le perdimos el respeto, cuando ya éramos unos hombrecitos, hacíamos pequeñas apuestas para ver quien era capaz de quitarle el bonete; si la apuesta era aceptada, el osado se sumergía en la semioscuridad de la iglesia junto a los testigos que vigilaban desde la puerta para dar fe de su hazaña. Esta costumbre permaneció durante muchos años y cuentan que, en una de estas apuestas, un mocete se tumbó previamente sobre el catafalco encasquetándose el bonete, y sus amiguetes apostaron con otro para que fuera a darle un beso. Cuando éste se inclinaba para hacerlo, el bromista le echó los brazos al cuello dándole un fuerte abrazo. Desconozco como acabó la broma, pero estoy seguro que, si me lo hubieran hecho a mi, con el miedo que le tenía, no habría sido precisamente a incienso a lo que habría olido. Un saludo