Los ángeles del Cielo te miraban
y tu cara radiante sonreía
mientras, rozando el suelo, te venías
hasta donde mis brazos te esperaban.
El céfiro envidioso contemplaba
la criatura hermosa, que tenía
la perfección, la gracia y simpatía
cuando inseguro a mi se encaminaba.
¡Qué emoción contagiaba tu alegría
cuando tu frágil cuerpecillo escaso
tambaleándose hacia mí venía!.
¡Qué gran recuerdo tengo de este día
en que supiste dar tu primer paso!
¡Si hasta Dios envidiaba tu armonía…!
y tu cara radiante sonreía
mientras, rozando el suelo, te venías
hasta donde mis brazos te esperaban.
El céfiro envidioso contemplaba
la criatura hermosa, que tenía
la perfección, la gracia y simpatía
cuando inseguro a mi se encaminaba.
¡Qué emoción contagiaba tu alegría
cuando tu frágil cuerpecillo escaso
tambaleándose hacia mí venía!.
¡Qué gran recuerdo tengo de este día
en que supiste dar tu primer paso!
¡Si hasta Dios envidiaba tu armonía…!
! Que bonito poema!
Gracias, Alex. Celebro que te guste el soneto. Lo dediqué a mi hija el día que comenzó a dar sus primeros pasos y fue premiado en un certamen nacional. Un cordial saludo.