La noche del Viernes Santo, después de un vibrante sermón, con la iglesia abarrotada de fieles, se procedía a llevar los Santos a la Soledad, procesión dirigida por el prioste, hermano mayor que ostentaba el varal de La Santa Cruz y que abría la marcha con la imagen del Ecce Homo, precedida por las velas de las mas jóvenes de la hermandad o cofradía. En medio, El Nazareno con la cruz a cuestas y cerrando filas, La Virgen de la Soledad, acompañada por el sacerdote revestido con capa pluvial, rezando el Rosario. Le seguirían una multitud de mujeres que con sus dolientes canticos penitenciales pedirían al Señor misericordia divina para el pobre pecador arrepentido. Una marcha marcada por el barro de las calles y por la escasa luz eléctrica que se trataba de suplir con cuatro bombillas en las ventanas de los vecinos y por aquellas tablillas de cera de abeja virgen que titilaban al paso de las imágenes sagradas precedidas de hombres meditabundos y silenciosos que daban la sensación de sentimiento profundo y recogimiento interior. Hoy en día el ritual sigue siendo el mismo; pero con algunos matices importantes pues ya no hay barro, las luces no son de cera y el orden y la piedad de la mayoría, ha decaído. Sin embargo la asistencia sigue siendo muy numerosa. Por ahora sigue reinando el fuerte costumbrismo de siempre. A ver si esta noche no hace falta cubrir las imágenes con plástcos; aunque la lluvia está amenazando todo el día y será raro que a esa hora nos deje tranquilos.
Un abrazo.
Un abrazo.