En la anterior etapa del foro, habíamos hecho varias menciones al Santísimo Cristo del Consuelo, patrono de Deza, que han desaparecido. He podido recuperar esta participación que adjunto. También he advertido varias incidencias en la estadística que indica la última pestaña de la derecha, asi como el número de fotos enviadas: a mi, p. e., me reconoce siete, que son precisamente la mitad de las que he insertado.
Esta es la imagen del patrono de nuestro pueblo. Ante ella se postraron muchas generaciones de dezanos, nuestros abuelos. En él encontraron el consuelo y a Él se encomendaron en el último momento. Siempre se invocaba cuando nuestros mayores se encontraban en un apuro, cuando la naturaleza descargaba pedrisco, cuando un hijo sorteaba o marchaba para la mili, cuando alguien moría o simplemente para una necesidad perentoria. Todavía conservo la pequeña estampa de Él que me dieron mis padres cuando salí del pueblo. Su respeto y devoción lo denuncia la pátina que cubre toda la imagen, testimonio de la ofrenda de miles de velas, cuyo humo le dio ese color moreno al igual que a las imágenes mas veneradas. Sabemos que sobre el origen de la imagen existe una leyenda que pasa de padres a hijos y mis recuerdos alcanzan a los tiempos en que las paredes estaban repletas de exvotos que expresaban el agradecimiento por el milagro recibido. Los miembros de cera y las muletas dejadas por los favorecidos, hace muchos años que desaparecieron de las paredes, pero la devoción no desaparecerá. Hasta hace pocos años se cubría con unos encajes, pero creo que está mejor con el lienzo, perizonium, original que es el que ostenta. A poco que nos fijemos en la expresión del rostro, veremos en él serenidad, dulzura, bondad. La imagen es de un realismo asombroso. Cuanto más la miro, más me gusta. Tiene una gran expresión de sentimiento, de amabilidad y de cercanía y está muy logrado, además del rostro, lo referente a la anatomía de pectorales y costillas. Es sin duda una imagen del gótico- del siglo XII al XV y bien pudiera ser que el Monasterio de Huerta no sea totalmente ajeno a su elaboración, olvidando viejas leyendas, puesto que los cistercienses promovieron el desarrollo del gótico. En lo que yo particularmente no estoy de acuerdo es en los nombres que figuran en el tapiz del fondo. Esos señores seguramente no habían leído a Mateo 6.3 "que no sepa tu mano…" Rogaría a la cofradía que considerara su desaparición, aunque no sé si existe dicha cofradía, ni si la componen solo dezanos o miembros de los catorce pueblos que están o estaban bajo la protección del Cristo, y que decidían cuando había que iniciar la novena de las rogativas para implorar la lluvia.
Un saludo
Esta es la imagen del patrono de nuestro pueblo. Ante ella se postraron muchas generaciones de dezanos, nuestros abuelos. En él encontraron el consuelo y a Él se encomendaron en el último momento. Siempre se invocaba cuando nuestros mayores se encontraban en un apuro, cuando la naturaleza descargaba pedrisco, cuando un hijo sorteaba o marchaba para la mili, cuando alguien moría o simplemente para una necesidad perentoria. Todavía conservo la pequeña estampa de Él que me dieron mis padres cuando salí del pueblo. Su respeto y devoción lo denuncia la pátina que cubre toda la imagen, testimonio de la ofrenda de miles de velas, cuyo humo le dio ese color moreno al igual que a las imágenes mas veneradas. Sabemos que sobre el origen de la imagen existe una leyenda que pasa de padres a hijos y mis recuerdos alcanzan a los tiempos en que las paredes estaban repletas de exvotos que expresaban el agradecimiento por el milagro recibido. Los miembros de cera y las muletas dejadas por los favorecidos, hace muchos años que desaparecieron de las paredes, pero la devoción no desaparecerá. Hasta hace pocos años se cubría con unos encajes, pero creo que está mejor con el lienzo, perizonium, original que es el que ostenta. A poco que nos fijemos en la expresión del rostro, veremos en él serenidad, dulzura, bondad. La imagen es de un realismo asombroso. Cuanto más la miro, más me gusta. Tiene una gran expresión de sentimiento, de amabilidad y de cercanía y está muy logrado, además del rostro, lo referente a la anatomía de pectorales y costillas. Es sin duda una imagen del gótico- del siglo XII al XV y bien pudiera ser que el Monasterio de Huerta no sea totalmente ajeno a su elaboración, olvidando viejas leyendas, puesto que los cistercienses promovieron el desarrollo del gótico. En lo que yo particularmente no estoy de acuerdo es en los nombres que figuran en el tapiz del fondo. Esos señores seguramente no habían leído a Mateo 6.3 "que no sepa tu mano…" Rogaría a la cofradía que considerara su desaparición, aunque no sé si existe dicha cofradía, ni si la componen solo dezanos o miembros de los catorce pueblos que están o estaban bajo la protección del Cristo, y que decidían cuando había que iniciar la novena de las rogativas para implorar la lluvia.
Un saludo
Corría el año 1878. Sentados sobre el poyo que bordea a lo largo de toda la fachada Nordeste de la monumental iglesia de Deza, entre el contrafuerte próximo al campanario y la esquina de la calle que baja de la de “la Red”“, tres paisanos charlan acerca de los problemas con la sequía: ya hace cuatro meses que no llueve y, de no hacerlo pronto, la cosecha se perderá o al menos no granarán bien los trigos ni las cebadas.
El tío Félix, que es el más viejo, sentencia:
-Las cebadas se están secando antes de tiempo y su color blanco indica que no granarán bien. Ahora deberían tener ese color avinagrado que caracteriza su madurez.
-Pues a los trigos y a los centenos no les va a ir mejor- replica el tío Cándido-, mientras se abrocha torpemente la hebilla de las abarcas.
-No creo que tarde mucho en llover- dice el tío Juan -, no he dormido en toda la noche por los dolores de las piernas; creo que barrunto la humedad. Mañana es el último día de la novena al Santísimo Cristo del Consuelo y, por la tarde, acudirán muchos vecinos de los catorce pueblos que están bajo su protección. Se saldrá en procesión después de ocho días haciendo rogativas, pero no se ve una sola nube.
Los tres paisanos visten de calzón y, aunque rebasan en pocos años los cincuenta, ya parecen viejos. El tío Cándido, que es el más joven, está lisiado desde hace muchos años y se ayuda, para andar, de dos sencillas muletas que le ha fabricado el carpintero.
-Yo creo, Cándido -dice el tío Félix-, que podías acercarte ahora a rezar al camarín del Stmo. Cristo, aprovechando que las mujeres lo están preparando para la procesión de mañana, y pedirle que te cure la espalda.
El tío Cándido hace tiempo que desea que se obre el milagro; cada día siente que la enfermedad va progresando, y cree que es una buena ocasión para rezar al Cristo y solicitar su favor. Apoyado en las muletas penetra en la Iglesia; frente a la puerta, en el camarín, el Hermano Mayor y varias mujeres se afanan en preparar los ornamentos, las andas y todo lo necesario para la procesión. Permanece de pies, puesto que la enfermedad no le permite ponerse de rodillas, y eleva su oración. Pide al Cristo de Deza que le cure de la enfermedad que le tiene postrado desde hace varios años. De repente, siente tal peso sobre sus hombros que le hace abandonar las muletas mientras gira varias veces sobre si mismo. Después cae al suelo. Los allí presentes verifican como se levanta y, sin abandonar la vista de la imagen, comienza a andar para después postrarse de rodillas. La noticia corrió por toda la comarca y, en la procesión del día siguiente, fue uno de los que llevaron las andas. Dicen que aquel día llovió y se salvaron las cosechas.
El tío Candido era abuelo de mi madre, quien me lo ha contado. No sé si el milagro figurará
en los archivos de la parroquia, pero cuando yo era niño y contemplaba los exvotos de cera que cubrían las paredes del camarín, siempre me señalaba el par de rústicas muletas que, según ella, pertenecieron a mi bisabuelo.
Un saludo
El tío Félix, que es el más viejo, sentencia:
-Las cebadas se están secando antes de tiempo y su color blanco indica que no granarán bien. Ahora deberían tener ese color avinagrado que caracteriza su madurez.
-Pues a los trigos y a los centenos no les va a ir mejor- replica el tío Cándido-, mientras se abrocha torpemente la hebilla de las abarcas.
-No creo que tarde mucho en llover- dice el tío Juan -, no he dormido en toda la noche por los dolores de las piernas; creo que barrunto la humedad. Mañana es el último día de la novena al Santísimo Cristo del Consuelo y, por la tarde, acudirán muchos vecinos de los catorce pueblos que están bajo su protección. Se saldrá en procesión después de ocho días haciendo rogativas, pero no se ve una sola nube.
Los tres paisanos visten de calzón y, aunque rebasan en pocos años los cincuenta, ya parecen viejos. El tío Cándido, que es el más joven, está lisiado desde hace muchos años y se ayuda, para andar, de dos sencillas muletas que le ha fabricado el carpintero.
-Yo creo, Cándido -dice el tío Félix-, que podías acercarte ahora a rezar al camarín del Stmo. Cristo, aprovechando que las mujeres lo están preparando para la procesión de mañana, y pedirle que te cure la espalda.
El tío Cándido hace tiempo que desea que se obre el milagro; cada día siente que la enfermedad va progresando, y cree que es una buena ocasión para rezar al Cristo y solicitar su favor. Apoyado en las muletas penetra en la Iglesia; frente a la puerta, en el camarín, el Hermano Mayor y varias mujeres se afanan en preparar los ornamentos, las andas y todo lo necesario para la procesión. Permanece de pies, puesto que la enfermedad no le permite ponerse de rodillas, y eleva su oración. Pide al Cristo de Deza que le cure de la enfermedad que le tiene postrado desde hace varios años. De repente, siente tal peso sobre sus hombros que le hace abandonar las muletas mientras gira varias veces sobre si mismo. Después cae al suelo. Los allí presentes verifican como se levanta y, sin abandonar la vista de la imagen, comienza a andar para después postrarse de rodillas. La noticia corrió por toda la comarca y, en la procesión del día siguiente, fue uno de los que llevaron las andas. Dicen que aquel día llovió y se salvaron las cosechas.
El tío Candido era abuelo de mi madre, quien me lo ha contado. No sé si el milagro figurará
en los archivos de la parroquia, pero cuando yo era niño y contemplaba los exvotos de cera que cubrían las paredes del camarín, siempre me señalaba el par de rústicas muletas que, según ella, pertenecieron a mi bisabuelo.
Un saludo
La historia que aquí nos cuenta pefeval de su bisabuelo, interpretaciones de cada uno aparte, es verosímil por cuanto el testimonio de lo ocurrido ha pasado de padres a hijos en un tiempo relativamente cercano y muy pocas generaciones. Dentro de otros doscientos años alguien podría pensar que estábamos ante otra leyenda -muchas de las consideradas leyendas tienen un fondo histórico cierto, aunque pueda haber rasgos que se exageren- y habría quien lo pusiese en duda, como de lo que fui testigo en la ermita de San Saturio de Soria. Estaba yo una tarde de hace muchos años contemplando la vidriera que dice así: “Romualdo Barranco, natural de Carbonera, niño de seis años y medio, habiendo caído desde esta ventana hasta cerca de la orilla del Duero, fue hallado, puesto de rodillas, sin haber recibido lesión alguna por intercesión del santo. Año 1772", cuando unos jóvenes -chicos y chicas se burlaban mientras leían el texto considerándolo una patraña. Dos viejecitas que contemplaban la escena reaccionarios indignadas, explicándoles a los jóvenes incrédulos que ellas eran parientes de aquel antepasado que cayó por allí. Y como lo oí lo cuento, unos cuantos años más tarde. (No seré yo quien cuestiones hechos prodigiosos, para unos milagros y para otros no, pero que, sin duda, escapan a lo que llamamos lógica.)
Un saludo.
Un saludo.
El escrito de pefeval, y nuestros respectivos comentarios sobre el santero de San Saturio, a propósito del "ordinario de Deza" y el que traigo a colación sobre el niño que cayó desde la ermita -por cierto, con algunas erratas léxicas por mi parte, por culpa de mi vicio de escribir a vuelapluma-, me traen el recuerdo de la figura del santero. Qué quieren que les diga, pero aquellos santeros, con todo su ritual, se han convertido en meros funcionarios, dicho sea con todo el respeto. Y no es igual. Se ha perdido ese aura mágica, misteriosa y religiosa que emanaban.
En el libro de Gaya Nuño se recoge lo que recibió El Santero cuando le concedieron la plaza y sus obligaciones: "el sayal de las procesiones, las llaves de la ermita y la caja del santo. El señor Alcalde de barrio me informó de mis obligaciones; tener abierta la ermita a las horas de luz, y todo tan limpio como un oro; facilitar, no ayudar, a los señores curas que dijeran misa; podía y debía pedir limosna con la imagen del santo una vez por semana, y lo recaudado serían gajes; si había boda, servir el chocolate en el salón; si turistas, acompañarles y celebrar la gloria de Saturio. Nada me indicaron sobre mujeres; parece que podía tener más que un sultán, siempre que fuera lejos de los recintos sagrados."
Hoy, aunque sobre el papel las obligaciones de aquel santero y del actual vigilante vienen a ser las mismas, se han perdido, sin embargo, todas aquellas exigencias de carácter religioso y la costumbre de pedir limosna por las calles. De igual forma se perdió el sayal, la caja del santo, la tonsura y la barba. En lo que respecta a mujeres, a saber cada cual. En fin, que los tiempos cambian (o adelantan) que es una barbaridad.
En el libro de Gaya Nuño se recoge lo que recibió El Santero cuando le concedieron la plaza y sus obligaciones: "el sayal de las procesiones, las llaves de la ermita y la caja del santo. El señor Alcalde de barrio me informó de mis obligaciones; tener abierta la ermita a las horas de luz, y todo tan limpio como un oro; facilitar, no ayudar, a los señores curas que dijeran misa; podía y debía pedir limosna con la imagen del santo una vez por semana, y lo recaudado serían gajes; si había boda, servir el chocolate en el salón; si turistas, acompañarles y celebrar la gloria de Saturio. Nada me indicaron sobre mujeres; parece que podía tener más que un sultán, siempre que fuera lejos de los recintos sagrados."
Hoy, aunque sobre el papel las obligaciones de aquel santero y del actual vigilante vienen a ser las mismas, se han perdido, sin embargo, todas aquellas exigencias de carácter religioso y la costumbre de pedir limosna por las calles. De igual forma se perdió el sayal, la caja del santo, la tonsura y la barba. En lo que respecta a mujeres, a saber cada cual. En fin, que los tiempos cambian (o adelantan) que es una barbaridad.
Estoy de acuerdo, Manuel, en que la historia está llena de determinados acontecimientos extraordinarios y prodigiosos que son difíciles de admitir por su dudosa verosimilitud. Muchos de ellos terminan convirtiéndose en leyenda pero, cuando se trata de un suceso reciente, para el que ni siquiera los más racionalistas o empiristas encuentran explicación, nuestros limitados conocimientos nos hacen sospechar de todo aquello a lo que no alcanza la lógica. Por la formación que recibí de niño, nunca he creído en supersticiones, es más, siempre las he considerado producto de la ignorancia, pero ante sucesos tan contemporáneos como el de mi bisabuelo en Deza, el del niño de Carboneras en San Saturio, el de Miguel Pellicer vecino de Calanda en Zaragoza, etc., considero que son resultados prodigiosos que se escapan de toda lógica. No dudo de que alguno de ellos esté amañado. Desde la más remota antigüedad y, lo que es más extraño, en los cinco continentes con muy diversas civilizaciones y creencias sin estar relacionadas entre si, han existido los chamanes y los brujos. Supongo que has leído novelas como las de Jean M Auel “El clan del oso cavernario” o las de Noah Gordon “Chamán”; en ellas se explica, con todo lujo de detalles, aquella exotérica cultura y la consideración de que gozaban entre las tribus. Sigo creyendo que hay unas pocas personas que poseen poderes especiales. En Deza vivía una señora que, sin conocimientos de traumatología, colocaba los huesos dislocados y otras muchas curaciones similares. En Valtueña, la señora Dorotea, aunque analfabeta, era célebre por sus curaciones- recuerdo que a mi madre le sanó un brazo-. Un santero de Calatayud sanó a otra persona muy querida; y un buen ejemplo también es la capilla del Niño del Remedio en Madrid, toda ella repleta de exvotos y agradecimientos. Recurrimos y pedimos el milagro cuando la medicina convencional ha llegado a su límite, porque hay algo ancestral en nuestro interior que nos mueve a buscarlo. Un viejo proverbio castellano dice que cuando estamos en peligro nos agarramos a un clavo ardiendo, y otro bíblico- San Mateo 17-14 al 20- que la fe mueve montañas.
Hace muchos años que no visito San Saturio. ¿Todavía lleva barba el santero?
Un saludo
Hace muchos años que no visito San Saturio. ¿Todavía lleva barba el santero?
Un saludo
Aunque vivo a muchos kilómetros de Soria, cuando vuelvo a la tierra no dudo en dar una vuelta por la ermita de San Saturio. Es un paraje evocador donde se unen íntimamente el río, los álamos, los roquedales, la cueva, la ermita y el santo en un entorno mágico.
Ya dije por aquí que, aunque es cierto que los últimos santeros pueden estar más acordes con los tiempos actuales tan prosaicos, uno recuerda con cierta nostalgia la figura de aquellos antiguos santeros -como los que describe Gaya Nuño- con su tosco hábito pardo de fraile, su calvicie y su barba. Formaban un todo con el paisaje y la historia de la ermita y el santo al que, incluso, se parecían.
Hoy el santero es un educado y correcto funcionario -creo que casado y con hijos- que viste el uniforme como cualquier empleado público que haga funciones de conserje, y que cobra su sueldo del Ayuntamiento. Abre la ermita, la mantiene limpia, responde a los visitantes que le preguntan, cierra la puertas al terminar la jornada y se marcha a su casa. No, no tiene barba, so pena que se la haya dejado últimamente. Es cierto que, como en el dicho, el hábito no hace al monje, si se me permite la licencia, pero yo, puestos a elegir, me quedo con los antiguos santeros. Cuestión de gustos.
Ya dije por aquí que, aunque es cierto que los últimos santeros pueden estar más acordes con los tiempos actuales tan prosaicos, uno recuerda con cierta nostalgia la figura de aquellos antiguos santeros -como los que describe Gaya Nuño- con su tosco hábito pardo de fraile, su calvicie y su barba. Formaban un todo con el paisaje y la historia de la ermita y el santo al que, incluso, se parecían.
Hoy el santero es un educado y correcto funcionario -creo que casado y con hijos- que viste el uniforme como cualquier empleado público que haga funciones de conserje, y que cobra su sueldo del Ayuntamiento. Abre la ermita, la mantiene limpia, responde a los visitantes que le preguntan, cierra la puertas al terminar la jornada y se marcha a su casa. No, no tiene barba, so pena que se la haya dejado últimamente. Es cierto que, como en el dicho, el hábito no hace al monje, si se me permite la licencia, pero yo, puestos a elegir, me quedo con los antiguos santeros. Cuestión de gustos.