DEZA: EL ESPLIEGO...

EL ESPLIEGO

El espliego es un arbusto herbáceo perenne, de la familia de la MENTA, muy apreciado por sus fragantes flores en verticilos, que retienen su aroma durante mucho tiempo si se cogen y se secan cuidadosamente. Prospera en muchos terrenos y se reproduce fácilmente por esquejes de madera joven o bien con ramificaciones que tengan raíces, de partes viejas.
Además de criarse en estado salvaje, da mucho mayor rendimiento si se cultiva por el hombre.
Si se destilan sus flores obtendremos el aceite de espliego del que hacen perfumes. Nosotros lo llamábamos esencia.
Y es precisamente una esencia, que como está sacada de la “lavándula vera” da su nombre a la colonia de lavanda, de uso universal.
En Deza, durante muchos años hubo instalada una caldera en la desa “dehesa” a orillas del río Henar ya que el alambique tiene que estar refrigerado por agua para que condense, la esencia. Hoy en día no se podría hacer de aquella manera pues no se pueden contaminar los ríos con las trazas de los aceites que se escapaban. Tampoco dejarían que se escapase nada pues tiene un precio muy elevado. El rendimiento era muy bajo, pues los medios comparados con los de ahora, eran muy rudimentarios.
La siega del espliego era libre. Podía ir todo aquel que tuviera por lo menos un borriquillo para traer la carga, que se pesaba en arrobas y se extendía en hileras para que no fermentara, hasta que le llegaba el turno de ir a la caldera a cocer y soltar sus aromas. Había personas que se sacaban un buen sueldo y venía bien a la juventud para tener sus cuartillos para la Fiesta Mayor de Septiembre.
Las abejas libaban las flores y elaboraban y siguen elaborando la estupenda y rica miel de espliego. Hoy en Deza ya no se instala caldera ni se siega y por otra parte, como no se siega ya casi se ha perdido. No sería rentable ir a recogerlo.
El agua del baño, como era del río, se perfumaba y daba un sabor que todavía, después de muchos años, la recuerdo.

POESÍA AL TEMA.

La caldera del espliego.
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La colonia de Lavanda
tiene olor universal
y en el aseo se usa
de un modo muy personal.
Lo que no sabe la gente
salvo raras excepciones
que esta exquisita fragancia
proviene de nuestros montes.
Mejor dicho, de los cerros
que son montañas peladas
que rodean nuestros pueblos
y que están abandonadas.
Algún día fueron tierras
muchas de ellas de labranza
cuando los pueblos estaban
en su cima, en su pujanza.
Cuando arañaban la tierra
al tener que alimentar
a tanta gente que había
con ganas de comer pan.
Con ganas de pasar hambre
llamándolo por su nombre
pues en cada casa había
media docena de hombres
fueran grandes o pequeños
que pedían su ración
pues todos tenemos boca
sin ninguna distinción.
No sabemos el por qué,
cuando los tiempos cambiaron,
las cuestas quedaron yermas
las tierras se abandonaron
y se poblaron de plantas
que el viento y lluvia llevaron
del matorral que quedaba
que no se había arrasado.
Y una de ellas fue el espliego
que también llaman lavanda
de cuyas flores azules
se elaboran mil fragancias.
A finales de verano
y al acabar de las eras
mucha gente lo segaba
llevándolo a la caldera.
Si la cosecha era corta
y las mulas no trillaban
los mas pobres del lugar
con las hoces afiladas
saltaban de mata en mata
haciendo buenas arcadas
que formarían los fajos
que después se acarreaban
hasta una huerta, en la dehesa
que en romana te pesaban
y convertido en arrobas
con un vale te pagaban.
Tu cobrarías mas tarde
un dinero bien ganado
y tendrías para fiestas
los gastos asegurados.
Y ya la carga en el suelo
y el bencejo desatado
lo extendían en hileras
de medio metro de alto.
Así no fermentaría
y al meterlo en la caldera
se extraía su fragancia
completamente y sin merma.
Y sometido a cocción
después de poner la tapa
con una junta de arcilla
cogida de gruesas grapas
para evitar que fugara,
aquel horno revivía
con llamas de cuatro metros
que la caldera envolvían
y así poder calentar
el interior de la carga
que convertida en vapor
por los tubos escapaba.
Y aquel monstruo gordinflón
comenzaría a escupir
por una tripa muy larga
una esencia, un elixir
que hábilmente separada
mediante decantación,
una especial regadera
recogía en su interior
y un hombre especializado
mediante comprobación
separada, de las aguas
la guardaba en un bidón.
Dios sabe lo que valdría
y el cuidado que ponían
para que no se escapara
ni una gota sola, al día.
Lo poco que se perdía
era contaminación
de las aguas del Henar,
que llevaban ese olor
al molino de la Vega
perfumándonos el baño
y añadiendo ese sabor
que duraba todo año.
Hasta acabar existencias
el ciclo se repetía
requemando y destilando
por la noche y por el día.
Las fiestas estaban cerca
y en el bolsillo sonaban
las perras gordas y chicas
que alegremente gastaban
gracias a que en nuestro pueblo
el espliego se criaba
y sus ramas y sus flores
lo llenaban de fragancia
y el en panal las abejas
la miel siempre perfumaban
no con de parfum París
¡Con esencias de Lavanda!

Vicente González Aleza

Poesía costumbrista de la 1ª mitad del
siglo XX