Un último rasgo de la fisonomía de San Bernardo, que es esencial señalar también, es el lugar eminente que tiene, en su vida y en sus obras, el culto de la Santa
Virgen, y que ha dado lugar a toda una floración de leyendas, que son quizás aquellas
por lo que ha permanecido más popular. Amaba dar a la Santa Virgen el título de
Nuestra Señora, cuyo uso se generalizó después de su época, y sin duda en gran parte
gracias a su influencia; es que era, como se ha dicho, un verdadero «caballero de
María», y que la consideraba verdaderamente como a su «señora», en el sentido caballeresco de esta palabra. Si se atiende a este hecho del papel que desempeña el
amor en su doctrina, y que desempeñaba también, bajo formas más o menos simbólicas, en las concepciones propias a las Órdenes de Caballería, se comprenderá fácilmente por qué hemos puesto cuidado en mencionar sus orígenes familiares. Devenido monje, permaneció siempre caballero como lo eran todos aquellos de su raza; y,
por eso mismo, se puede decir que de alguna manera estaba predestinado a desempe-
ñar, como lo hizo en tantas circunstancias, el papel de intermediario, de conciliador y
de árbitro entre el poder religioso y el poder político, porque tenía en su persona como una participación en la naturaleza del uno y del otro. Monje y caballero todo junto, éstos dos caracteres eran los de los miembros de la «milicia de Dios», de la Orden
del Temple; eran también, y primeramente, los del autor de su regla, del gran santo a
quien se ha llamado el último de los Padres de la Iglesia, y en quien algunos quieren
ver, no sin alguna razón, el prototipo de Galaad, el caballero ideal y sin tacha, el
héroe victorioso de la «gesta del Santo Grial». RENÉ GUÉNON
Virgen, y que ha dado lugar a toda una floración de leyendas, que son quizás aquellas
por lo que ha permanecido más popular. Amaba dar a la Santa Virgen el título de
Nuestra Señora, cuyo uso se generalizó después de su época, y sin duda en gran parte
gracias a su influencia; es que era, como se ha dicho, un verdadero «caballero de
María», y que la consideraba verdaderamente como a su «señora», en el sentido caballeresco de esta palabra. Si se atiende a este hecho del papel que desempeña el
amor en su doctrina, y que desempeñaba también, bajo formas más o menos simbólicas, en las concepciones propias a las Órdenes de Caballería, se comprenderá fácilmente por qué hemos puesto cuidado en mencionar sus orígenes familiares. Devenido monje, permaneció siempre caballero como lo eran todos aquellos de su raza; y,
por eso mismo, se puede decir que de alguna manera estaba predestinado a desempe-
ñar, como lo hizo en tantas circunstancias, el papel de intermediario, de conciliador y
de árbitro entre el poder religioso y el poder político, porque tenía en su persona como una participación en la naturaleza del uno y del otro. Monje y caballero todo junto, éstos dos caracteres eran los de los miembros de la «milicia de Dios», de la Orden
del Temple; eran también, y primeramente, los del autor de su regla, del gran santo a
quien se ha llamado el último de los Padres de la Iglesia, y en quien algunos quieren
ver, no sin alguna razón, el prototipo de Galaad, el caballero ideal y sin tacha, el
héroe victorioso de la «gesta del Santo Grial». RENÉ GUÉNON