Los serradores, herreros y cesteros, son oficios que ya no existen en Deza. Los mismo ha pasado con el tejar, los tres zapateros, el estañador, el alpargatero y los dos hojalateros.
Una familia dezana se dedicaba a hacer fideos. Se trasladaban a la casa de la familia que quería los fideos y los hacían allí mismo.
Molinos de harina Los cinco molinos de harina de Deza en los que se molía con el agua de los manantiales, también han desaparecido.
Deza ha tenido tradición vinícola y de sacar aguardiente. Contaban con su propio medidor oficial de vino y de aguardiente.
El espliego se segaba en agosto y ponían unas calderas para quemarlo en la orilla del río Henar. De ahí sacaban la esencia.
Del lino se aprovechaba la fibra y la semilla, así como el cáñamo, del que se obtenía la fibra y los cañamones.
Una familia dezana se dedicaba a hacer fideos. Se trasladaban a la casa de la familia que quería los fideos y los hacían allí mismo.
Molinos de harina Los cinco molinos de harina de Deza en los que se molía con el agua de los manantiales, también han desaparecido.
Deza ha tenido tradición vinícola y de sacar aguardiente. Contaban con su propio medidor oficial de vino y de aguardiente.
El espliego se segaba en agosto y ponían unas calderas para quemarlo en la orilla del río Henar. De ahí sacaban la esencia.
Del lino se aprovechaba la fibra y la semilla, así como el cáñamo, del que se obtenía la fibra y los cañamones.
El espliego se segaba en agosto y ponían unas calderas para quemarlo en la orilla del río Henar. De ahí sacaban la esencia.
Esto me parece muy interesante, ¿se podría ampliar la explicación? Por ejemplo como era el proceso. Si puede ser.
Un saludo
Esto me parece muy interesante, ¿se podría ampliar la explicación? Por ejemplo como era el proceso. Si puede ser.
Un saludo
Proceso del espliego.
En atención a nuestra amiga Las Matas de La Nuez de arriba.
El espliego, el tomillo y el romero son tres plantas aromáticas que se dan muy bien en el lado oeste de Deza o sea al poniente, simplemente por el hecho de que son cerros no muy aptos para el cultivo del cereal y hay muchos de ellos que están yermos. Allí se crían a su albedrío y en los años lluviosos se dan muy buenas cosechas que repercuten en la producción de miel y por lo tanto, siempre viene bien a los bolsillos de los apicultores. Hoy en día la única utilidad de dichas plantas consiste en que nuestras abejas pastoreen a sus anchas por un mar repleto de florecillas diminutas; pero por lo que vemos, no insignificantes. Las sequías persistentes y los pedriscos pueden mermar mucho la producción de un año al otro, con una diferencia muy significativa.
Pero el espliego tuvo también sus días de gloria. Ahora me propongo contaros la siega del espliego y el procedimiento para hacer la esencia de lavanda.
Allá a últimos de agosto empezaban a montar la caldera de destilación. La caldera en sí es una cosa muy sencilla pues solamente se compone de un gran recipiente, una tapa que cierre lo más herméticamente posible y el alambique. La caldera del espliego, como se llamaba entonces, la instalaban en un lugar no determinado puesto que lo escogía un encargado, según su criterio, debiendo tratar con el amo del terreno lo concerniente al dinero del arriendo temporal. Yo siempre la vi montada en alguna de las fincas de La Dehesa. Recuerdo por lo menos tres sitios diferentes.
En la misma orilla del Río Henar cavaban un buen hoyo y semi-enterraban la caldera de cuya parte superior salía una tubería que iba a parar a un alambique que estaba cubierto siempre de agua. No podía ser de otra manera puesto que allí tendrían que condensar los gases que se desprendieran de hervir la carga una vez preparada y lista.
Ya tenemos montada la caldera. Ahora nos falta la materia prima para hacerla funcionar y en nuestro caso es el espliego.
Seguiremos...
Un abrazo.
En atención a nuestra amiga Las Matas de La Nuez de arriba.
El espliego, el tomillo y el romero son tres plantas aromáticas que se dan muy bien en el lado oeste de Deza o sea al poniente, simplemente por el hecho de que son cerros no muy aptos para el cultivo del cereal y hay muchos de ellos que están yermos. Allí se crían a su albedrío y en los años lluviosos se dan muy buenas cosechas que repercuten en la producción de miel y por lo tanto, siempre viene bien a los bolsillos de los apicultores. Hoy en día la única utilidad de dichas plantas consiste en que nuestras abejas pastoreen a sus anchas por un mar repleto de florecillas diminutas; pero por lo que vemos, no insignificantes. Las sequías persistentes y los pedriscos pueden mermar mucho la producción de un año al otro, con una diferencia muy significativa.
Pero el espliego tuvo también sus días de gloria. Ahora me propongo contaros la siega del espliego y el procedimiento para hacer la esencia de lavanda.
Allá a últimos de agosto empezaban a montar la caldera de destilación. La caldera en sí es una cosa muy sencilla pues solamente se compone de un gran recipiente, una tapa que cierre lo más herméticamente posible y el alambique. La caldera del espliego, como se llamaba entonces, la instalaban en un lugar no determinado puesto que lo escogía un encargado, según su criterio, debiendo tratar con el amo del terreno lo concerniente al dinero del arriendo temporal. Yo siempre la vi montada en alguna de las fincas de La Dehesa. Recuerdo por lo menos tres sitios diferentes.
En la misma orilla del Río Henar cavaban un buen hoyo y semi-enterraban la caldera de cuya parte superior salía una tubería que iba a parar a un alambique que estaba cubierto siempre de agua. No podía ser de otra manera puesto que allí tendrían que condensar los gases que se desprendieran de hervir la carga una vez preparada y lista.
Ya tenemos montada la caldera. Ahora nos falta la materia prima para hacerla funcionar y en nuestro caso es el espliego.
Seguiremos...
Un abrazo.
Seguimos con el espliego
Estamos a últimos de agosto y casi todo el mundo está en las faenas de la era. Algunos que tienen poca cosecha de
cereales, quizá hayan acabado y es cuestión, si se puede, de ganar algunas pesetillas extras. Éste evento se presenta cada año y los que se dedican a ello ya habrían echado el ojo a los sitios en donde se encontraban los mejores tajos. Así que era cuestión, el primer día de apertura, de madrugar y llegar los primeros para hacer pronto su carga y si conviene exflorear un poco el entorno escogiendo las mejores arcadas antes de que las pille otro. Mas tarde ya se podrá reseguir lo menudo que quede pues habrá suficientes días como para pelar y repelar todo el espliego del término.
Para ir a segar espliego no necesitas otra cosa que una hoz y un animal que te traiga la carga a cuestas, puesto que generalmente los lugares están un poco alejados y entre cerros sin sendas ni caminos. Basta con una pequeña borriquilla y no olvides de llevarte unos pocos vencejos para atar los fajos y también un poco de merienda, la bota y la petaca.
Había quienes hacían su carga y seguidamente la transportaban; si bien otros preferían segar primero y ya habría tiempo para llevarlo, de lo contrario te podían quitar el tajo escogido y al volver encontrarte que lo había ocupado otro que te había visto segando tan animado. Todo era de todos.
Según de donde vinieses tendrías que cruzar El Puente del Molino de La Vega o bien El Puente de La Cuadrilla y enseguida te pesarían tu carga en arrobas. Era así como se hacía entonces en mercancías que no venía de un kilo. La esencia que se obtendría, seguro que la pesarían en miligramos al venderla; pero claro, la mata del espliego no tenía todavía ese valor que alcanzarían después, sus vapores condensados, sus efluvios.
Pero empecemos a cargar la caldera. Hay que preparar una tongada o sea una carga para destilar. Para ello será necesario llenar la caldera, incluso reapretando con los pies para que no quede espacio hueco y echar el agua establecida en muchos años de prácticas y que se cogerá del mismo río. Después poner arcilla de grano fino que carezca de piedrecillas y colocar encima la tapa cogida con gruesas grapas de acero que de vez en cuando habrá que sustituir, por echarse a perder, al abrirse. Hay que tener repuesto o no podrías continuar ya que saldrían fugas, por donde escaparían los vapores juntamente con la esencia.
Las primeras calderadas se calentaban con leña ligera o con aliagas. Después se aprovecharía la mata destilada y secada al sol, que previamente había ya soltado sus esencias al haber pasado por el purgatorio y que de hecho también le esperaba los tormentos del infierno, al tener que pasar por aquella puerta estrecha e ir a parar al horno. Y que al arder, daría el calor necesario para destilar de nuevo, otra calderada. Allí no quedaba residuos de nada excepto las pequeñas trazas de esencia que se llevaba el agua del Henar, río abajo para perfumar el agua a los bañistas del Molino de la Vega y cuatro cenizas que se esparcían por los alrededores,
Una vez que se había encendido el fuego ya no se dejaba apagar ni de día ni de noche. Únicamente se bajaba la intensidad de la llama en los momentos de la carga y descarga, para permitir que se trabajara sin excesivo calor. Mientras iba destilando líquido por el alambique se atizaba el horno más o menos, sin pasarse, pues tampoco convenía sofocarlo y que se nos fueran los gases sin condensar pues se perdía dinero en ello. Como en todo, la virtud estaba en medio o sea que la práctica como en todas las cosas, es esencial.
Seguiremos...
Un abrazo.
Estamos a últimos de agosto y casi todo el mundo está en las faenas de la era. Algunos que tienen poca cosecha de
cereales, quizá hayan acabado y es cuestión, si se puede, de ganar algunas pesetillas extras. Éste evento se presenta cada año y los que se dedican a ello ya habrían echado el ojo a los sitios en donde se encontraban los mejores tajos. Así que era cuestión, el primer día de apertura, de madrugar y llegar los primeros para hacer pronto su carga y si conviene exflorear un poco el entorno escogiendo las mejores arcadas antes de que las pille otro. Mas tarde ya se podrá reseguir lo menudo que quede pues habrá suficientes días como para pelar y repelar todo el espliego del término.
Para ir a segar espliego no necesitas otra cosa que una hoz y un animal que te traiga la carga a cuestas, puesto que generalmente los lugares están un poco alejados y entre cerros sin sendas ni caminos. Basta con una pequeña borriquilla y no olvides de llevarte unos pocos vencejos para atar los fajos y también un poco de merienda, la bota y la petaca.
Había quienes hacían su carga y seguidamente la transportaban; si bien otros preferían segar primero y ya habría tiempo para llevarlo, de lo contrario te podían quitar el tajo escogido y al volver encontrarte que lo había ocupado otro que te había visto segando tan animado. Todo era de todos.
Según de donde vinieses tendrías que cruzar El Puente del Molino de La Vega o bien El Puente de La Cuadrilla y enseguida te pesarían tu carga en arrobas. Era así como se hacía entonces en mercancías que no venía de un kilo. La esencia que se obtendría, seguro que la pesarían en miligramos al venderla; pero claro, la mata del espliego no tenía todavía ese valor que alcanzarían después, sus vapores condensados, sus efluvios.
Pero empecemos a cargar la caldera. Hay que preparar una tongada o sea una carga para destilar. Para ello será necesario llenar la caldera, incluso reapretando con los pies para que no quede espacio hueco y echar el agua establecida en muchos años de prácticas y que se cogerá del mismo río. Después poner arcilla de grano fino que carezca de piedrecillas y colocar encima la tapa cogida con gruesas grapas de acero que de vez en cuando habrá que sustituir, por echarse a perder, al abrirse. Hay que tener repuesto o no podrías continuar ya que saldrían fugas, por donde escaparían los vapores juntamente con la esencia.
Las primeras calderadas se calentaban con leña ligera o con aliagas. Después se aprovecharía la mata destilada y secada al sol, que previamente había ya soltado sus esencias al haber pasado por el purgatorio y que de hecho también le esperaba los tormentos del infierno, al tener que pasar por aquella puerta estrecha e ir a parar al horno. Y que al arder, daría el calor necesario para destilar de nuevo, otra calderada. Allí no quedaba residuos de nada excepto las pequeñas trazas de esencia que se llevaba el agua del Henar, río abajo para perfumar el agua a los bañistas del Molino de la Vega y cuatro cenizas que se esparcían por los alrededores,
Una vez que se había encendido el fuego ya no se dejaba apagar ni de día ni de noche. Únicamente se bajaba la intensidad de la llama en los momentos de la carga y descarga, para permitir que se trabajara sin excesivo calor. Mientras iba destilando líquido por el alambique se atizaba el horno más o menos, sin pasarse, pues tampoco convenía sofocarlo y que se nos fueran los gases sin condensar pues se perdía dinero en ello. Como en todo, la virtud estaba en medio o sea que la práctica como en todas las cosas, es esencial.
Seguiremos...
Un abrazo.