A PROPOSITO DEL LIRIO
Esta leyenda está basada en una preciosa canción de cuna, Es una canción triste y desesperada pero no por ello menos bella. Trata del amor más allá de la muerte, de la soledad que uno siente cuando un ser amado ya no está.
Espero que al menos disfrutéis leyendo esta historia.
Cuando la gente habla de América automáticamente se imagina altos rascacielos que tocan las nubes, puestos de perritos calientes en cada esquina y las calles y avenidas colapsadas por el tráfico. Pues bien, yo os pido que por un instante olvidéis esta imagen de América y retrocedáis varios siglos en el tiempo. Hubo una época en la que estas tierras eran salvajes y fértiles, los ríos eran caudalosos y sus aguas cristalinas y puras. Los paisajes, repletos de vegetación y criaturas, eran increíblemente bellos y los cielos parecían estar mucho más cerca y las estrellas más blancas y brillantes. Los nativos de estas tierras eran los indios, personas que poseían costumbres y creencias fascinantes. Consideraban cada elemento de la naturaleza como a un dios: la tierra, la lluvia, el viento…viejos dioses hoy en día olvidados. Además eran seres muy familiares y protectores. Por las noches solía sentarse toda la tribu alrededor de una hoguera y explicar viejas historias y leyendas. Una de estas leyendas, quizá la más bonita de todas ellas, se situaba en las más verdes praderas de todo el oeste. El murmullo de la naturaleza era roto por un profundo eco, un ininterrumpido golpeteo de tambor. Es el grito desesperado de un jefe de tribu que anhela y llora porque se ha muerto la india que era todo su amor. Y todas las noches a la luz de la luna, el indio grita y llama a su amada, implora al cielo que vuelva y le canta canciones de amor y dolor.
“Lirio azul de mi vida, yo te espero cada noche en este lago. No sé donde te encuentras ni si estás bien pero yo, muy egoístamente, te pido que vuelvas. Porque sin ti el mundo se me antoja triste y gris, las lágrimas no dejan de brotar de mis ojos y siento que el corazón dejará de latirme si no puedo verte una vez más. Sólo vivo por la esperanza de volver a estar a tu lado y que con las puntas de tus dedos me vuelvas a rozar. Deliro de amor por ti. Lirio Azul, Lirio Azul, mi Lirio Azul.”
De repente el viento se tornó más fuerte haciendo que los árboles se balanceasen furiosamente, las aves que bebían en la orilla del lago levantaron el vuelo y el agua parecía estar ahora más fría. Las nubes del cielo se abrieron dejando ver las estrellas y la luna que con su brillantez bañaba todo el paisaje de blanca luz. El indio se sintió confuso e incluso por unos instantes sintió temor pero todo ese miedo desapareció cuando divisó a lo lejos, allá donde se reflejaba la luna, una figura. Era una mujer desnuda y de tez morena. El agua le cubría hasta la cintura, sus negros cabellos negros le tapaban los senos y sus preciosos ojos eran color azabache. Era su amada, su india, su Lirio Azul. El indio se acercó a ella, el agua le impedía ir deprisa y cuando al final se encontró a su lado respiraba agitadamente por el esfuerzo. Se puso enfrente de su amada colmado por la emoción pero sonriente, ella, en cambio, no sonreía. Estaba más hermosa que nunca pero su mirada era fría y distante, su boca estaba triste y una lágrima brotó desde sus ojos, rodó por sus mejillas y cayó al lago. El indio no comprendía su tristeza e instintivamente acercó su cara a la de ella y la besó. Sólo le rozó los labios muy tierna y suavemente pero fue suficiente para transmitir todo el amor que sentía.
A la mañana siguiente una mujer de la tribu fue a por agua fresca del lago y en sus orillas encontró el cuerpo sin vida del jefe indio. Estaba acurrucado y sonreía, entre sus manos había una hermosa flor, un lirio azul. La leyenda cuenta que se fue con su amada, con su india, con su Lirio Azul
Esta leyenda está basada en una preciosa canción de cuna, Es una canción triste y desesperada pero no por ello menos bella. Trata del amor más allá de la muerte, de la soledad que uno siente cuando un ser amado ya no está.
Espero que al menos disfrutéis leyendo esta historia.
Cuando la gente habla de América automáticamente se imagina altos rascacielos que tocan las nubes, puestos de perritos calientes en cada esquina y las calles y avenidas colapsadas por el tráfico. Pues bien, yo os pido que por un instante olvidéis esta imagen de América y retrocedáis varios siglos en el tiempo. Hubo una época en la que estas tierras eran salvajes y fértiles, los ríos eran caudalosos y sus aguas cristalinas y puras. Los paisajes, repletos de vegetación y criaturas, eran increíblemente bellos y los cielos parecían estar mucho más cerca y las estrellas más blancas y brillantes. Los nativos de estas tierras eran los indios, personas que poseían costumbres y creencias fascinantes. Consideraban cada elemento de la naturaleza como a un dios: la tierra, la lluvia, el viento…viejos dioses hoy en día olvidados. Además eran seres muy familiares y protectores. Por las noches solía sentarse toda la tribu alrededor de una hoguera y explicar viejas historias y leyendas. Una de estas leyendas, quizá la más bonita de todas ellas, se situaba en las más verdes praderas de todo el oeste. El murmullo de la naturaleza era roto por un profundo eco, un ininterrumpido golpeteo de tambor. Es el grito desesperado de un jefe de tribu que anhela y llora porque se ha muerto la india que era todo su amor. Y todas las noches a la luz de la luna, el indio grita y llama a su amada, implora al cielo que vuelva y le canta canciones de amor y dolor.
“Lirio azul de mi vida, yo te espero cada noche en este lago. No sé donde te encuentras ni si estás bien pero yo, muy egoístamente, te pido que vuelvas. Porque sin ti el mundo se me antoja triste y gris, las lágrimas no dejan de brotar de mis ojos y siento que el corazón dejará de latirme si no puedo verte una vez más. Sólo vivo por la esperanza de volver a estar a tu lado y que con las puntas de tus dedos me vuelvas a rozar. Deliro de amor por ti. Lirio Azul, Lirio Azul, mi Lirio Azul.”
De repente el viento se tornó más fuerte haciendo que los árboles se balanceasen furiosamente, las aves que bebían en la orilla del lago levantaron el vuelo y el agua parecía estar ahora más fría. Las nubes del cielo se abrieron dejando ver las estrellas y la luna que con su brillantez bañaba todo el paisaje de blanca luz. El indio se sintió confuso e incluso por unos instantes sintió temor pero todo ese miedo desapareció cuando divisó a lo lejos, allá donde se reflejaba la luna, una figura. Era una mujer desnuda y de tez morena. El agua le cubría hasta la cintura, sus negros cabellos negros le tapaban los senos y sus preciosos ojos eran color azabache. Era su amada, su india, su Lirio Azul. El indio se acercó a ella, el agua le impedía ir deprisa y cuando al final se encontró a su lado respiraba agitadamente por el esfuerzo. Se puso enfrente de su amada colmado por la emoción pero sonriente, ella, en cambio, no sonreía. Estaba más hermosa que nunca pero su mirada era fría y distante, su boca estaba triste y una lágrima brotó desde sus ojos, rodó por sus mejillas y cayó al lago. El indio no comprendía su tristeza e instintivamente acercó su cara a la de ella y la besó. Sólo le rozó los labios muy tierna y suavemente pero fue suficiente para transmitir todo el amor que sentía.
A la mañana siguiente una mujer de la tribu fue a por agua fresca del lago y en sus orillas encontró el cuerpo sin vida del jefe indio. Estaba acurrucado y sonreía, entre sus manos había una hermosa flor, un lirio azul. La leyenda cuenta que se fue con su amada, con su india, con su Lirio Azul