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DEZA: Bueno llegó el día 23, San Jorge. Me despiertan colgando...

Buenos días amigos, aunque sea por la tarde ya.

Es verdaderamente delicioso poder asomarte por la ventana y ver un día que se presenta primaveral. Y lo es todavía mucho más, si te das cuenta (cuando estamos buenos esto no ocurre) que puedes salir al exterior y gozar a pleno pulmón de esa oportunidad que se nos da cada día gratis y que no solemos apreciar.
Viene a cuento la consideración que hago anteriormente, porque vienen a mi memoria los hechos recientes por los que he pasado. El jueves 23 me ingresaron en el Hospital Juan XXIII de Tarragona, en donde resido en la actualidad, con objeto de implantarme un marcapasos VDD, por consejo médico. Ingreso sobre las cuatro de la tarde. Al poco rato una legión de amables y sonrientes enfermeras comenzaron a desfilar delante de mis asombrados ojos. Te martirizarán a conciencia pero es por tu bienestar y para curarte.
Ahí quedará clavada en el brazo una banderilla permanente por la que te comienzan a sacar sangre y por la que tu cuerpo recibirá un montón de líquidos provenientes de un frasco que continuamente goteará sin cesar, día y noche.
Previo a la cena, una cena insípida (no digo deficiente ni mala) te darán un picotazo en cualquier dedo de la mano comprobando el azúcar de tu sangre.
Mientras tanto, tu vecino, un vecino nuevo al que no conocías de nada y que ahora duerme a tu costado (es un decir eso de dormir) ve la televisión aburrido, cambiando de canal a cada minuto. Tu sin rechistar por si te coge manía... No vas a entrar mandando ya, siendo nuevo.

Mañana será otro día. San Jorge o Sant Jordi; es lo mismo. Para mí será una jornada que quisiera pasara volando...

Un abrazo.

Bueno llegó el día 23, San Jorge. Me despiertan colgando una nueva botella de aquellas (de güisqui nada de nada) y haciéndome tragar cuatro pastillas. Bueno eran tres y un trocito pequeñito de otra, que como sería la pájara. De desayuno, dicen que nada... Al final me traen una manzana y una taza de café con leche, sin azúcar. Me dicen que el implante se atrasa unas horas y que por eso. Vendrán a buscarme a las 15 horas.
A la hora de comida, a mirar. Ni agua. Se conoce que ya bebo bastante por la botella que hay colgada.
Yo esperando en mi habitación como en la celda de la muerte, todo asustadico, escuchando los pasos del pasillo por si ya vienen a buscarme. Pero llegan las tres... y pasan las tres y nada. Yo pienso entre mí que a lo mejor se han olvidado y que ya no vendrán. Me escobardo a salir al pasillo y todo esta tranquilo: por allí no se adivina la tragedia.
Sobre las cuatro y media, llega la guapa Elena con su sonrisa y con una botelleja más pequeña que las otras. Es un antibiótico que me lo mete casi a chorro en el canuto aquel por donde me introducen todo en el cuerpo. Debe de correr prisa; pero... pasa el tiempo y nada.
Le digo a mi mujer que si vienen estaré en la capilla que está en la planta superior pues me voy a rezar un rato y aflojar mis nervios. Comento con el Señor, que a mí también me gustaría no probar aquel cáliz; pero que qué le vamos hacer... Si dicen que no hacen daño; no será para tanto.
A las seis y media veo un enfermero todo decidido que se dirige hacia acá y pienso: “Este si que será...” Y lo es.
Me meto en mi cama, solamente vestido con esa batita, cortita, que se abrocha atrás y que si te descuidas enseñas lo más feo de ti. Me acuerdo de aquella monja de la Academia de Aviación que llevaba unas tijeras colgando de una cinta y que al entrar en la sala de los enfermos si veía alguno en paños menores, advertía: “No quiero ver a nadie con las campanas colgando...” y me alejo mirando a los míos que veo con los ojos un poco nublados. ¡Canastos cómo me quieren...!
Antes de entrar al quirófano tienes que firmar tu sentencia, que puede ser de muerte. De lo contrario no te cortarán ni un pelo. Anda; por si pasara algo raro.
Pero... Dios mío. ¡Cuantas cosas hay aquí abajo...! Hemos bajado cinco pisos y estamos en unos subterráneos llenos de luces artificiales, de cámaras, de ordenadores, de lámparas enormes y curiosamente llenos de juventud con batas verdes. Chicos y chicas que te saludan y que sin decirles tu nombre lo saben como si te conociesen toda la vida...
Otro cargamento de botellas: Esta vez son tres; una de ellas de suero, la otra de antibióticos y la tercera de contraste: Para iluminar el camino de tus venas y de tu corazón... Se conoce que se van adentrar en ellos.

Hasta la próxima. Un abrazo.