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DEZA: La Cruz de Mayo...

La Cruz de Mayo

Tengo un especial recuerdo de un año en el que los mozos, seguramente serian los quintos, que cantaron y berrearon todo lo que quisieron pues iban muy alegres, por causa del vinillo que llevaban dentro del cuerpo y que llamaron mucho la atención por hacer chocolate en orinales ya usados.
La canción que cantaron a grito pelado fue la siguiente: “San Roque divino Roque, tu que estás en este cerro, guárdanos las uvas blancas, que no se las coma el perro…”
La comida o merienda que hay costumbre de hacer en ese día, se disfrutaba en torno a una manta que se extendía en el suelo y en que todos los componentes nos sentábamos a corro. Se componía generalmente de tortilla de patatas, de tajadas de lomo, costillas y de alguna vuelta de chorizo, la mayoría de las cosas, como vemos, productos caseros, del cerdo. Cuando estabas sentado pasaban los repartidores con un boto de vino al hombro y una jarra y daban su ración correspondiente según el número de personas, en el grupo. En aquel mismo momento pasaban otros con un canasto de pan partido en porciones y te entregaban las raciones que te correspondían. Aquel día venían algunos pobres de fuera del lugar para recibir su parte y de paso, a la vez, llevarse algún trozo que hubiese quedado sobrante. Ver aquello era ver la multiplicación de los panes y los peces que nos narran los evangelistas. Es una verdadera lástima que no puedan reproducirse todas aquellas escenas tan interesantes y de tanto costumbrismo popular.
Estáis viendo que no hago mención ni a las charangas ni a los bailes puesto que en aquellos tiempos no los había, costumbre que empezó más tarde y cuando la comisión de fiestas tuvo más fondos. La subasta era muy diferente de la de ahora, puesto que se pujaba por tres o cuatro rollos, algún pollo y un par de conejos y se realizaba al llegar a La Plaza después de la bajada de la procesión con la imagen de San Roque. Ahora se licita, allá arriba en la misma ermita y se hace para sacar fondos para la fiesta, subastándose más de un centenar de rollos, alguna tarta y circunstancialmente, algún conejo.
Hoy día tengo mucha información gráfica de todos los actos llevados a cabo en esta fiesta tan singular y quedará constancia para muchos años de posteridad, pues está todo divulgado en videos.
Enhorabuena a Victorina y a Puri, en particular, por los cánticos tan amenos que dirigen a nuestros santos, implorando su intercesión y que son la delicia de todos los asistentes. Os tengo “cogidas” y os han escuchado en medio mundo.
Repito la coplilla que cantaban los quintos hace setenta años y que he recordado toda mi vida y que dice así:
San Roque Divino Roque
Tu que estás en este cerro
Guárdanos las uvas blancas
Que no se las coma el perro.
Eran tiempos de viñas, de uva y de vinos, en Deza.
Mi abuela nos decía que cuando tronaba había que recitar la siguiente jaculatoria: “Santa Bárbara bendita - que en el Cielo está escrita - con papel y agua bendita. - En el ara de la Cruz, paternóster…Amén Jesús”.
Hay quien dice que San Roque y Santa Bárbara son un matrimonio mal unido pues cuando uno sube el otro baja y acaban siempre dándose la espalda el uno al otro. Todos sabemos, sin lugar a dudas que eso está dicho en broma pues ambos vivieron en siglo muy diferentes. La santa murió mártir y canonizada y San Roque fue un santo al que el pueblo llano elevó a los altares, por su gran heroísmo y humanidad, frente a una gran peste medieval.
Hacer resaltar también que la fiesta actual se celebra el primer sábado de mayo con objeto de que sus gentes, las gentes de Deza que vivimos fuera, tengamos la opción y la oportunidad de venir al pueblo, en un fin de semana.
A partir del 3 de mayo y hasta el 14 de septiembre (de Cruz a Cruz), en la ermita, existía un servicio de agua gratis para todos los caminantes que pasaran por allí. Por la mañana había unos cuantos botijos a la sombra del pórtico y podías echarte tus buenos tragos de aquel agua fresquita que estaba guardada en grandes tinajas en el cuarto del santero. “Ya no bebo más agua de tu tinaja porque he visto una cosa que sube y baja, dice la copla”. Al venir el sol, los recipientes llenos de agua, se metían dentro, al frescor de la ermita.
El citado servicio lo ofrecía una de las familias pobres del pueblo que cobraba por ello un pequeño estipendio, sujeto a subasta pública, unos días antes. También te podías echar una gaseosa de papel, por diez céntimos de peseta, de aquellos paquetes del “tigre” o del “admusen”.
El agua se subía de las fuentes del pueblo, en cántaros en los “codijones” de las aguaderas, generalmente, con alguna burra prestada pues eran tan pobres los dispensadores del agua, que ni burra tenían.

Un abrazo.