Los pájaros y los nidos en Deza
Tengo que pedir perdón a toda especie de bicho que vuela. A mi me enseñaron de pequeño, que ave que vuela a la cazuela y huevo que se encuentre, al vientre. De chico fui un gran buscador de nidos, debo reconocerlo. Todavía siguen gustándome; pero desde un punto de vista diferente pues ahora siento por ellos verdadera devoción, lo mismo que siento mucho respeto por cualquier vida por pequeña que sea a excepción de moscas y mosquitos.
Deza era un paraíso para las aves, empezando incluso por el gorrión. A un señor que vino de visita a nuestro pueblo le oí decir que no había visto en toda su vida tanto pájaro como aquí. Y es verdad. Esto era antes. Ahora vas al campo y en todo el día no oyes cantar ni a uno.
Si comenzamos por el gorrión, que es el bicho mas pillo que existe pues se las sabe todas por vivir al costado del hombre durante miles de años, diré que desde siempre lo he visto anidar en los huecos de los aleros de nuestros tejados, un sitio ideal para ellos. Y también en cualquier reclavaja o agujero de la pared. Y debajo de las tejas de la ermita de Santa Ana y de la de San Blas, consiguiendo con ello que desembocaran ambas en ruinas…
Se pillaban a cientos en los gallineros en donde entraban a comerse el pienso de las gallinas, en invierno. Solamente tenías que atar una cuerda a la puerta y esconderte detrás de alguna parte y esperar a que entraran. Y en los graneros donde se metían a comerse el grano almacenado con el sudor de tu frente, lo mismo.
Cada mañana se ponían docenas de ratoneras en las calles y caminos para cazarlos, engañándolos con un pedazo de pan que sobresalía de la tierra y que encerraba una trampa mortal para su vida. Con todo ello, ni se resentía una población de gorriones que siempre parecía estar estable pues criaban como si fuesen ratones. Tendrían que ser los insecticidas los que redujeran su número hasta límites insospechados y a punto de su extinción.
Sigue...
Un abrazo.
Tengo que pedir perdón a toda especie de bicho que vuela. A mi me enseñaron de pequeño, que ave que vuela a la cazuela y huevo que se encuentre, al vientre. De chico fui un gran buscador de nidos, debo reconocerlo. Todavía siguen gustándome; pero desde un punto de vista diferente pues ahora siento por ellos verdadera devoción, lo mismo que siento mucho respeto por cualquier vida por pequeña que sea a excepción de moscas y mosquitos.
Deza era un paraíso para las aves, empezando incluso por el gorrión. A un señor que vino de visita a nuestro pueblo le oí decir que no había visto en toda su vida tanto pájaro como aquí. Y es verdad. Esto era antes. Ahora vas al campo y en todo el día no oyes cantar ni a uno.
Si comenzamos por el gorrión, que es el bicho mas pillo que existe pues se las sabe todas por vivir al costado del hombre durante miles de años, diré que desde siempre lo he visto anidar en los huecos de los aleros de nuestros tejados, un sitio ideal para ellos. Y también en cualquier reclavaja o agujero de la pared. Y debajo de las tejas de la ermita de Santa Ana y de la de San Blas, consiguiendo con ello que desembocaran ambas en ruinas…
Se pillaban a cientos en los gallineros en donde entraban a comerse el pienso de las gallinas, en invierno. Solamente tenías que atar una cuerda a la puerta y esconderte detrás de alguna parte y esperar a que entraran. Y en los graneros donde se metían a comerse el grano almacenado con el sudor de tu frente, lo mismo.
Cada mañana se ponían docenas de ratoneras en las calles y caminos para cazarlos, engañándolos con un pedazo de pan que sobresalía de la tierra y que encerraba una trampa mortal para su vida. Con todo ello, ni se resentía una población de gorriones que siempre parecía estar estable pues criaban como si fuesen ratones. Tendrían que ser los insecticidas los que redujeran su número hasta límites insospechados y a punto de su extinción.
Sigue...
Un abrazo.