Hay quien veta las fotos de las culebras; los hay que lo hacen con las plantas y otros con los animales que ponemos en el foro. En vez de votar para quitarlas, lo que deberían hacer es poner alguna de su cosecha; eso, si tienen cosecha pues a lo mejor están en barbecho y ni cardos tienen.
Un abrazo.
Un abrazo.
LA ZORRA.-
En Deza, en mis tiempos de chaval estaban prohibidas las armas de fuego. Por ello, al no poder cazar aumentó de una manera exagerada la población de conejos y demás especies cinegéticas. Ello llevó consigo, pues la naturaleza es muy sabía, un alza en el número de raposas a las que nosotros llamamos llanamente zorras. No me mires, que no he dicho nada malo.
Cuando se restableció la caza, en las casas de los cazadores se comieron muchas liebres y conejos, amen de exquisitas perdices. Las zorras también notaron los efectos de los disparos y cayeron muchas. En casa de mi tío había seis colgadas en el granero, llenas de paja esperando la visita del peletero ambulante.
Al final y en pocos años se llegó a limites considerados normales, si bien la astuta zorra sobrevivió y tuvo que echar mano a los muchos gallineros que había diseminados por las eras. Hizo verdaderas escabechinas en los corrales y la gente la temía. Tanto que al cazador de una de ellas se le consideraba un héroe que merecía ser recompensado. Por esto aquel que se hacía con tan astuto animal lo paseaba por el pueblo pidiendo limosna para la zorra. Se llamaba a todas las puertas de una en una y la dueña o ama bajaba alguna cosilla, por ejemplo un huevo y de paso echaba una mirada al pobre animal, muchas de las veces con una pata rota y un palo atravesado en la boca para que no pudiese morder pues había caído en el cepo y mejor conservarla viva para que la gente contemplara sus colmillos y su mirada viva y astuta; pero mártir por causa de tener que comer cada día como todo el mundo. Pobre bicho…
Cuando la zorra entraba en un gallinero no dejaba títere con cabeza. Tenía que hacer una parva de gallinas y llevarse unas cuantas para esconderlas y tener reservas para unos días. Y si también había conejos mejor que mejor. La mujer cuando llegara a su querido gallinero se desgañitaba de gritar y de gesticular.
A una tía mía le mataron todas las gallinas habidas y por haber. Aquella misma noche pusieron “bola” en el gallinero y cayeron creo que cuatro zorras, cuyas pieles convenientemente curtidas, pasaron a lucir el cuello de las señoras, con aquellas patitas que colaban exánimes, con su esponjosa cola y aquellos ojos inexpresivos de cristal, que daban pena mirarlos.
La zorra había llevado a cabo una de sus hazañas y a la buena ama la había dejado con sus penas y el gallinero en ruinas. La pobre mujer tendría que empezar de cero. Y un gallinero no se forma en cuatro días. Por eso había una sana costumbre de repartir los daños entre todas las amas de casa. Porque todas las vecinas se ponían manos a la obra y en sólo un día todas ellas tenían gallina en el puchero y la otra su variopinto corral en marcha. Habían recorrido el pueblo y cambiado gallina difunta por accidente, por gallina muchas veces vieja y con el cuello pelado; pero viva y con ganas de escarbar.
Esta es la historia de la raposa de aquellos tiempos. Hoy día es diferente: Las he visto escarbando en los contenedores de la basura buscando su sustento diario. Los tiempos están cambiados en todo. Cierto.
Un abrazo.
En Deza, en mis tiempos de chaval estaban prohibidas las armas de fuego. Por ello, al no poder cazar aumentó de una manera exagerada la población de conejos y demás especies cinegéticas. Ello llevó consigo, pues la naturaleza es muy sabía, un alza en el número de raposas a las que nosotros llamamos llanamente zorras. No me mires, que no he dicho nada malo.
Cuando se restableció la caza, en las casas de los cazadores se comieron muchas liebres y conejos, amen de exquisitas perdices. Las zorras también notaron los efectos de los disparos y cayeron muchas. En casa de mi tío había seis colgadas en el granero, llenas de paja esperando la visita del peletero ambulante.
Al final y en pocos años se llegó a limites considerados normales, si bien la astuta zorra sobrevivió y tuvo que echar mano a los muchos gallineros que había diseminados por las eras. Hizo verdaderas escabechinas en los corrales y la gente la temía. Tanto que al cazador de una de ellas se le consideraba un héroe que merecía ser recompensado. Por esto aquel que se hacía con tan astuto animal lo paseaba por el pueblo pidiendo limosna para la zorra. Se llamaba a todas las puertas de una en una y la dueña o ama bajaba alguna cosilla, por ejemplo un huevo y de paso echaba una mirada al pobre animal, muchas de las veces con una pata rota y un palo atravesado en la boca para que no pudiese morder pues había caído en el cepo y mejor conservarla viva para que la gente contemplara sus colmillos y su mirada viva y astuta; pero mártir por causa de tener que comer cada día como todo el mundo. Pobre bicho…
Cuando la zorra entraba en un gallinero no dejaba títere con cabeza. Tenía que hacer una parva de gallinas y llevarse unas cuantas para esconderlas y tener reservas para unos días. Y si también había conejos mejor que mejor. La mujer cuando llegara a su querido gallinero se desgañitaba de gritar y de gesticular.
A una tía mía le mataron todas las gallinas habidas y por haber. Aquella misma noche pusieron “bola” en el gallinero y cayeron creo que cuatro zorras, cuyas pieles convenientemente curtidas, pasaron a lucir el cuello de las señoras, con aquellas patitas que colaban exánimes, con su esponjosa cola y aquellos ojos inexpresivos de cristal, que daban pena mirarlos.
La zorra había llevado a cabo una de sus hazañas y a la buena ama la había dejado con sus penas y el gallinero en ruinas. La pobre mujer tendría que empezar de cero. Y un gallinero no se forma en cuatro días. Por eso había una sana costumbre de repartir los daños entre todas las amas de casa. Porque todas las vecinas se ponían manos a la obra y en sólo un día todas ellas tenían gallina en el puchero y la otra su variopinto corral en marcha. Habían recorrido el pueblo y cambiado gallina difunta por accidente, por gallina muchas veces vieja y con el cuello pelado; pero viva y con ganas de escarbar.
Esta es la historia de la raposa de aquellos tiempos. Hoy día es diferente: Las he visto escarbando en los contenedores de la basura buscando su sustento diario. Los tiempos están cambiados en todo. Cierto.
Un abrazo.