El despoblado de Castril (II)
— ¿Qué más sabe usted sobre Castril?
—Pues se resulta que dicen que fue por lo de las culebras, pero no sé yo... Ahora que, de ser cierto, debió que haber una porción de ellas, porque por cuatro no coge uno el portante y levanta la casa; vamos, digo yo. Y eso que no era mal terreno. Las tierras tenían que ser por un tenor de todas las que bordean el Duero y, bien mirado, al menos algo de hortaliza podrían regar. Aunque, claro, según y conforme. Al mejor las avenidas les llegaban hasta debajo de la cama, que cosas peores se han visto cuando se sale el río de madre y deja el terreno anegado durante todo el ivierno. Luego, que los chínfanos también debían darles la murga al ponerse el sol. ¡Menuda cómo clavan los fínifes al anochecido por aquella zona!. Pero por estos pueblos nunca se han visto tantas, a las culebras me refiero. Alguna que otra entre los rastrojos cuando íbamos a segar. Si la veías a tiempo, un golpe en la cabeza con el pico de la hoz y... ¡zas! ya estaba aviada. Había quien las cogía por la cola, las meneaba fuerte —tal que así— y con el espinazo tronchado no podían moverse y se morían en un santiamén. Algunos años si que te encontrabas unas camisas de más de un metro que habían dejado las culebras en las zarzas al cambiar de piel, pero tampoco eran muchas, aunque, eso sí, metía miedo su envergadura. Yo, qué quiere que le diga, no me lo acabo de creer del todo. Sus razones tendrían —que yo no me meto en eso— pero que fueran las culebras las causantes...
—Pues sí, no resulta fácil de creer.
—Y entonces, ¿qué es lo que piensa usted al respective?, si no es mala pregunta.
—Yo creo que la despoblación de estas tierras no comenzó hace cuatro días; que lo de la emigración nos viene de muy lejos, y que la verdadera causa pudiera radicar en el hecho de que los habitantes de Castril (como les ocurre a los moradores de muchos pequeños pueblos sorianos actualmente) pensaron que su economía, su vida y sus costumbres se mantendrían inalterables per omnia saecula saeculorum —o al menos durante toda su vida— y no supieron o no pudieron adaptarse a los tiempos siempre cambiantes. Y eso que las cosas mudaban poco por entonces, que si hubiera sido ahora...
—Pues de ser así, en la penitencia llevaron el castigo; aunque a unos antes y a otros después, a todos nos va a llegar el turno si Dios no lo remedia. Y mire usted, no me gusta mentar a las alturas, pero tengo para mí que Dios no está por esa labor.
— ¿Qué más sabe usted sobre Castril?
—Pues se resulta que dicen que fue por lo de las culebras, pero no sé yo... Ahora que, de ser cierto, debió que haber una porción de ellas, porque por cuatro no coge uno el portante y levanta la casa; vamos, digo yo. Y eso que no era mal terreno. Las tierras tenían que ser por un tenor de todas las que bordean el Duero y, bien mirado, al menos algo de hortaliza podrían regar. Aunque, claro, según y conforme. Al mejor las avenidas les llegaban hasta debajo de la cama, que cosas peores se han visto cuando se sale el río de madre y deja el terreno anegado durante todo el ivierno. Luego, que los chínfanos también debían darles la murga al ponerse el sol. ¡Menuda cómo clavan los fínifes al anochecido por aquella zona!. Pero por estos pueblos nunca se han visto tantas, a las culebras me refiero. Alguna que otra entre los rastrojos cuando íbamos a segar. Si la veías a tiempo, un golpe en la cabeza con el pico de la hoz y... ¡zas! ya estaba aviada. Había quien las cogía por la cola, las meneaba fuerte —tal que así— y con el espinazo tronchado no podían moverse y se morían en un santiamén. Algunos años si que te encontrabas unas camisas de más de un metro que habían dejado las culebras en las zarzas al cambiar de piel, pero tampoco eran muchas, aunque, eso sí, metía miedo su envergadura. Yo, qué quiere que le diga, no me lo acabo de creer del todo. Sus razones tendrían —que yo no me meto en eso— pero que fueran las culebras las causantes...
—Pues sí, no resulta fácil de creer.
—Y entonces, ¿qué es lo que piensa usted al respective?, si no es mala pregunta.
—Yo creo que la despoblación de estas tierras no comenzó hace cuatro días; que lo de la emigración nos viene de muy lejos, y que la verdadera causa pudiera radicar en el hecho de que los habitantes de Castril (como les ocurre a los moradores de muchos pequeños pueblos sorianos actualmente) pensaron que su economía, su vida y sus costumbres se mantendrían inalterables per omnia saecula saeculorum —o al menos durante toda su vida— y no supieron o no pudieron adaptarse a los tiempos siempre cambiantes. Y eso que las cosas mudaban poco por entonces, que si hubiera sido ahora...
—Pues de ser así, en la penitencia llevaron el castigo; aunque a unos antes y a otros después, a todos nos va a llegar el turno si Dios no lo remedia. Y mire usted, no me gusta mentar a las alturas, pero tengo para mí que Dios no está por esa labor.