EL ZORRO (1)
Siempre he sentido muchas cosas por el. Existen patrones dentro de una persona que le hacen estar más identificado con algún objeto, símbolo, imagen o animal. En mi caso ha ocurrido con este cánido. Su imagen, su reputación, su vida oculta y silenciosa y su intensa mirada me han tenido siempre muy interesado en conocerle a fondo.
Cerca de mi pueblo, a un escaso kilómetro de las casas, cuando era pequeño, era muy frecuente encontrarse con ellos cruzando los caminos cuando la noche empezaba a ser oscura por completo. Eran años de bonanza para ellos, ya que un entramado entre varias fincas y la ladera del monte tenían cierta cantidad de madrigueras de difícil acceso para las personas que ellos habían aprovechado para ocupar hasta los topes y asentar una manada de considerable volumen.
Un día, contando yo con 16 años, volvía a casa sobre las cinco de la madrugada andando. Era la fiesta del pueblo, en el mes de agosto, y había conseguido el permiso de mis padres para quedarme hasta esa hora a disfrutar de la fiesta y el jolgorio con los vecinos. Recuerdo que di un rodeo tremendo porque iba con dos chicas, y me ofrecí a acompañarlas a sus casas. Una de ellas, la más fea, vivía cerca del campo de la fiesta, y la dejamos en seguida. La otra, en cambio, vivía en la otra zona del pueblo, al otro lado del río, y nos obligaba a pasar por zonas comprometidas. Yo la acompañé por esto de intentar algo, pero claro, ella tenia 18 años, y la cosa acabo en un "gracias". El tema es que al volver hacia mi casa, le pegué una patada a un montón de hojas apiladas en el suelo, y de repente oí un gruñido tremendo y salieron dos zorros corriendo. El susto que me llevé fue horrible, pero peor fue cuando después de echar a correr como un bendito, al llegar al camino frente a mi casa cuando entre la penumbra de la noche y la tenue luz que llegaba desde la farola de lo alto de la cuesta, vislumbre otros dos paseando tranquilamente por el jardín de la casa. Yo no tenia miedo, pero no me atrevía a hacer ruido. Nunca había visto un zorro así, con calma, haciendo su vida. Me escondí en el muro y los pude observar mejor. Estaban revolviendo en unas bolsas de plástico con basura que mi madre dejara afuera para tirar en el contenedor al día siguiente, y después de dejarlo todo esparcido se fueron por la parte de abajo de la casa.
Recuerdo que me metí en casa, andando despacio y pensativo, ya que había quedado alucinado de la belleza de esos animales.
Nunca olvidé esa escena.
Siempre he sentido muchas cosas por el. Existen patrones dentro de una persona que le hacen estar más identificado con algún objeto, símbolo, imagen o animal. En mi caso ha ocurrido con este cánido. Su imagen, su reputación, su vida oculta y silenciosa y su intensa mirada me han tenido siempre muy interesado en conocerle a fondo.
Cerca de mi pueblo, a un escaso kilómetro de las casas, cuando era pequeño, era muy frecuente encontrarse con ellos cruzando los caminos cuando la noche empezaba a ser oscura por completo. Eran años de bonanza para ellos, ya que un entramado entre varias fincas y la ladera del monte tenían cierta cantidad de madrigueras de difícil acceso para las personas que ellos habían aprovechado para ocupar hasta los topes y asentar una manada de considerable volumen.
Un día, contando yo con 16 años, volvía a casa sobre las cinco de la madrugada andando. Era la fiesta del pueblo, en el mes de agosto, y había conseguido el permiso de mis padres para quedarme hasta esa hora a disfrutar de la fiesta y el jolgorio con los vecinos. Recuerdo que di un rodeo tremendo porque iba con dos chicas, y me ofrecí a acompañarlas a sus casas. Una de ellas, la más fea, vivía cerca del campo de la fiesta, y la dejamos en seguida. La otra, en cambio, vivía en la otra zona del pueblo, al otro lado del río, y nos obligaba a pasar por zonas comprometidas. Yo la acompañé por esto de intentar algo, pero claro, ella tenia 18 años, y la cosa acabo en un "gracias". El tema es que al volver hacia mi casa, le pegué una patada a un montón de hojas apiladas en el suelo, y de repente oí un gruñido tremendo y salieron dos zorros corriendo. El susto que me llevé fue horrible, pero peor fue cuando después de echar a correr como un bendito, al llegar al camino frente a mi casa cuando entre la penumbra de la noche y la tenue luz que llegaba desde la farola de lo alto de la cuesta, vislumbre otros dos paseando tranquilamente por el jardín de la casa. Yo no tenia miedo, pero no me atrevía a hacer ruido. Nunca había visto un zorro así, con calma, haciendo su vida. Me escondí en el muro y los pude observar mejor. Estaban revolviendo en unas bolsas de plástico con basura que mi madre dejara afuera para tirar en el contenedor al día siguiente, y después de dejarlo todo esparcido se fueron por la parte de abajo de la casa.
Recuerdo que me metí en casa, andando despacio y pensativo, ya que había quedado alucinado de la belleza de esos animales.
Nunca olvidé esa escena.