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DEZA: Lo que os voy a contar es cierto, pues me pasó a mí...

Lo que os voy a contar es cierto, pues me pasó a mí hace un par de años. Resulta que mi hija tenía un gato de nombre “Geli”, en memoria de una canción de la famosa comedia “The cats” que se representó en New York durante más de veinte años y que yo tuve la suerte de disfrutar de su música, en uno de los muchos teatros de Broadway.
Nuestro gato no se hacía querer por nadie pues era un gatazo muy arisco. Si estabas sentado en el sofá se subía a tus rodillas y estaba tan tranquilo; pero en cuanto lo acariciabas se daba la vuelta y te arreaba unas coces con las patas traseras que te dejaba bien marcado si conseguía alcanzarte, a la vez que trataba de morderte, donde pudiera. A lo mejor lo hacía para demostrarnos su cariño; pero nadie lo queríamos. No obstante mi hija, le propiciaba todos los cuidados del mundo y todo el cariño que él no merecía.
El caso es que el gato se bajaba al garaje cuando se cansaba de estar por el resto de la casa y mi hija me tenía recomendado que si yo entraba o sacaba el coche, que llevara cuidado para que no se escapara.
Llegó un día en el que, al sacar el coche a la calle, vi al gato que se metía en la gatera de la puerta de un vecino que vive fuera y pensé en la bronca de mi hija, por haberme descuidado de su aviso. Me acerqué a la gatera y puse un poco de comida para que saliera y cazarlo. Cuando se asomaba y salía a comer, yo me acercaba para cogerlo pero se escondía de nuevo. En esto, que pasaba una vecina y le dije que me ayudara. Cuando el gato saliera un poco, ella fuera por detrás y tapara la gatera con el pie. En ese momento al verse sorprendido, yo lo agarraría y lo volvería al garaje. Así lo hicimos; pero el gato al verse sin refugio, enganchó a correr y cruzó la carretera a todo gas, en el momento que pasaba un coche que no lo pilló de milagro. Yo me eché las manos a la cabeza pensando en lo peor; pero el se fue disparado por una calle cercana y se acurrucó en una puerta, cuando yo le di alcance. Podéis figuraros mi empeño en pillarlo.
Le eché mano tal como pude y lo agarré de las cuatro patas mientras el bufaba de rabia y me mordía con fuerza en los brazos, tratando de escapar. Menos mal que llevaba una chaqueta y no me hacía daño. Y yo diciendo entre mí: Ya me puedes hacer lo que quieras o lo que puedas, que yo no te suelto ni a tiros pues no estoy dispuesto a llevarme la bronca de mi hija.
Desanduve el trecho hasta la puerta del garaje que la había dejado abierta y cuando llegué allí, lo lancé lejos de mí, cayendo el bicho al costado de otro coche que había estacionado.
Tan pronto como el minino aterrizó, de debajo de aquel coche salió bufando otra fiera que no era otro que el verdadero gato que no se había escapado, ni mucho menos y al que habían invadido sus dominios. ¡Vaya susto...!
Os podéis figurar cual fue mi sorpresa pues había confundido un gato con otro. No es extraño porque eran tan parecidos uno del otro, como dos gotas de agua, que se dice. Si hubiera sido de noche hubiésemos dicho que todos los gatos son pardos; pero era a pleno sol.
Mis nietos se mondan de reír cuando les cuento la historieta.
Un abrazo