Contesto con una anécdota. Haciendo la mili en Zaragoza, en los setenta, me puse a hacer auto-stop a la salida de la ciudad, dirección Madrid (para evitar a la PM) para ir a ver a la que entonces era mi novia. Tuve la suerte de que me cogió un ingeniero español residente en Alemania, con un coche deportivo de los que quitan el sueño. No había autovía, claro, y menos autopista, sino la N-II que atravesaba todos los pueblos del camino, una carretera de aquellas de bienvenido Mr. Marshall. Serían las doce del mediodía cuando salimos y, cerveza en el camino incluída, llegamos a la puerta de Alcalá cuando el reloj marcaba las 3 de la tarde. Recuerdo que en las rectas, aquel tipo amable ponía el coche ¡a 180! y eso que se quejaba de la infame carretera y de la gasolina española... Hoy, con autovía y todo, hubíesemos llegado más tarde... por si los puntos. (Puede que, en el futuro, además de sin puntos, nos quedemos sin plazas de toros ni campanarios.)