Es lógico que te hagas esas preguntas acerca de la existencia de esas bodegas y del gran tamaño de las cubas. Hubo un tiempo, que todavía recordamos los que pasamos de los cincuenta, en que los llanos del Palancar, del Caminegro, del Pedroso y de otros muchos parajes, estaban dedicados casi en su totalidad al cultivo de la vid, y la producción de vino en Deza era muy importante. Llegó la terrible plaga de la filoxera que hizo que desaparecieran casi todas las viñas de Europa. La solución a dicha enfermedad llegó injertando los sarmientos de la tierra con cepas americanas. Dicho remedio hizo que se siguieran cultivando muchas viñas, aunque otras pasaron a producir cereal. De la filoxera también se sacó algo positivo: cuando acabó con las viñas francesas, los viticultores de aquel país, llegaron a España y nos enseñaron las técnicas de la elaboración del vino. Otra de las consecuencias la enfermedad fue el traslado, desde Paniza a nuestro pueblo, del ilustre físico D. Julio Palacios que vivió en la calle Mediavilla, en la casa de Oscar de la Sen.
Cuando visites una bodega y te den a probar un queso, no lo pruebes si quieres apreciar la calidad del vino. El sabor del queso prevalece sobre el del vino y “te la pueden dar con queso” si lo compras.
En cuanto al tamaño de las cubas y el misterio de meterlas por la estrecha puerta de la bodega, es sencillo: las metían a piezas. Los cuberos las fabricaban en su interior con una técnica que todavía recuerdo. Hacían una hoguera para calentar el roble al que continuamente remojaban para que no se secara; así, por medio de unos contrapesos, iban consiguiendo la curvatura adecuada para ensamblar sujetando las tablas con grandes aros. Era un oficio de mucha precisión, puesto que todas las piezas habían de encajar convenientemente. Como los cuberos de entonces carecían de instrumentos de precisión, las hacían a “ojo de buen cubero”. Quizás te suene también este refrán.
Un saludo
Cuando visites una bodega y te den a probar un queso, no lo pruebes si quieres apreciar la calidad del vino. El sabor del queso prevalece sobre el del vino y “te la pueden dar con queso” si lo compras.
En cuanto al tamaño de las cubas y el misterio de meterlas por la estrecha puerta de la bodega, es sencillo: las metían a piezas. Los cuberos las fabricaban en su interior con una técnica que todavía recuerdo. Hacían una hoguera para calentar el roble al que continuamente remojaban para que no se secara; así, por medio de unos contrapesos, iban consiguiendo la curvatura adecuada para ensamblar sujetando las tablas con grandes aros. Era un oficio de mucha precisión, puesto que todas las piezas habían de encajar convenientemente. Como los cuberos de entonces carecían de instrumentos de precisión, las hacían a “ojo de buen cubero”. Quizás te suene también este refrán.
Un saludo