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DEZA: Esta historia y su moraleja y refrán creo recordar...

Esta historia y su moraleja y refrán creo recordar que se atribuyen a Juan de Timoneda y ocurrió en el siglo XVIII, también en el Camino de Santiago:
Un romero que se dirigía a Santiago cumpliendo el Jubileo, después de una dura jornada de caminar entre ventiscas, vientos recios y fríos crudos, llegó por fin a una posada junto al Camino de Santiago; tomó una habitación y, después de deshacerse del barro y una vez cambiado de ropa, bajó al comedor de la posada hambriento y sediento a fin de reponer sus deterioradas fuerzas con una buena comida. Después de sentarse a la mesa junto a un clérigo que estaba a punto de dar buena cuenta de un sabroso capón, pidió al posadero que le sirviera una buena comida. El posadero, haciendo mil reverencias, le hizo saber que no le quedaba nada de comida, puesto que los caminantes habían acabado con su despensa, unicamente le dejó sobre la mesa un pedazo de pan y un puchero de vino.
El contrariado caminante, pidió al vecino clérigo que le diera parte del capón, pues estimaba que ambos podrían satisfacer su apetito dado lo abundante en carnes que estaba el animal.
-Le rogaría a su reverencia, puesto que no hay otra comida en esta posada, y yo me encuentro exhausto, que me diera medio capón o al menos una parte, puesto que tengo hambre y he de seguir mi camino.
El clérigo, que no estaba por la labor, le contestó:
-No acostumbro a compartir mi comida con nadie. Asi que, dispense vuesa merced, pero el capón es solamente mío.
Y nuestro buen caminante hubo de comerse el pedazo de pan y beberse el vino mientras el capellán daba buena cuenta del sabroso condumio.
Una vez que hubieron terminado de comer, el caminante se dirigió al cura con estas palabras:
-Ha de saber, vuestra reverencia, que vos con el sabor y yo con el olor, ambos hemos participado del sabroso capón.
El avispado clérigo, después de pensarlo, le contestó_
-Puesto que los dos nos hemos comido el capón, justo es que lo paguemos entre los dos, asi cada uno pagará su parte.
Entre dimes y diretes, comenzó una discusión acerca del pago de la cuenta. Comoquiera que no se ponían de acuerdo, pidieron la intervención como juez a una tercera persona que resultó ser un sacristán que estaba escuchando la polémica.
El sacristán preguntó al capellán cual era el precio del capón a lo que éste contestó que dos reales.
Entonces, pidió al caminante un real, lo hizo sonar sobre la mesa, le devolvió la moneda y dijo al clérigo:
-Puesto que el caminante se ha conformado con el olor del capón, vuesa merced deberá conformarse y darse por bien pagado con el sonido de la moneda, y así quedarán en la paz de Dios.
Aquella ocurrente y aguda sentencia fue el origen del refrán: “a buen capellán, mejor sacristán”.
Un saludo