Mi vecina, la tia Cándida tenía un gato negro y en su casa en el granero, un cuarto en el que había un ventanillo a ras del alero del tejado. El gato había descubierto este lugar y le resultaba muy rentable porque desde allí tenía asegurada su comida fresca, bueno mejor diré calentita pues se comía los pájaros recién cogidos con sus zarpas. Caían en sus garras algún gorrión; pero sobre todo cazaba a menudo loncetes o sea negros vencejos que anidaban en los huecos o sea, en la curvatura de las tejas. Era un espectáculo verlo sacar su mano al paso de las escuadrillas que cruzaban por sus narices y enganchar alguno que desaparecería pronto en su estómago. Así estaba él de gordito y lustroso. No se debería de haber movido de su ventanuco pues un día que pasó una tropee de gitanos, desapareció del entorno. No se sabe donde se lo llevaron aquel desdichado día pues nunca más se supo de él...
Un abrazo.
Un abrazo.