AMISTAD
No nos digáis que renunciemos a la amistad. Aunque haya lagunas de hastío y grandes mares de escepticismo, nosotros navegamos por océanos de amor y lo compartimos con cada ser humano. Hasta nosotros vienen personas de la más variada condición social y cultural, con sus virtudes, con sus carencias, con ilusiones y frustraciones. Cuando desnudamos nuestras almas suele haber un común denominador, dentro del altruismo que nos caracteriza, existe un alto grado de soledad; no solo entre aquellos que perdieron a seres queridos, también hay mucha soledad compartida por falta de afinidad. Gracias a estas personas hemos viajado por los mares de la ilusión y las autopistas de la ternura. Como somos imperfectos comprendemos las pequeñas imperfecciones de nuestros semejantes, porque semejantes somos todos los viajeros. En nuestra calidad de navegantes de la vida hemos anotado en el cuaderno de bitácora muchas vicisitudes de nuestra compartida amistad y todas las experiencias nos han enriquecido. Algunos, muy pocos, se han marchado dando un pequeño portazo, porque no supimos comprenderlos, otros han dejado de venir por edad, trabajo u otras circunstancias y nos siguen enviando muestras de cariño. Nosotros nunca expulsamos a nadie y si a alguien, con nuestra torpe actitud, hemos espantado, podemos asegurar que nada mas lejos de nuestra intención. Los demás seguimos compartiendo lo mejor de nosotros; cada día estamos los justos, ni mas ni menos, porque siempre hay otras obligaciones que atender; aunque nos gustaría estar siempre todos. Independientemente de la labor de voluntariado que se haga al exterior, las curas psicológicas de cada encuentro, dentro y fuera del Centro, hacen de esta experiencia una terapia muy estimable. Si al terminar esta singladura hemos salido enriquecidos en afectos, en ilusión, en amistad, el mérito ha sido de todos que hemos sabido disculpar defectos. Aquí no somos ni mejores ni peores, aquí somos simplemente seres humanos.
No nos digáis que renunciemos a la amistad. Aunque haya lagunas de hastío y grandes mares de escepticismo, nosotros navegamos por océanos de amor y lo compartimos con cada ser humano. Hasta nosotros vienen personas de la más variada condición social y cultural, con sus virtudes, con sus carencias, con ilusiones y frustraciones. Cuando desnudamos nuestras almas suele haber un común denominador, dentro del altruismo que nos caracteriza, existe un alto grado de soledad; no solo entre aquellos que perdieron a seres queridos, también hay mucha soledad compartida por falta de afinidad. Gracias a estas personas hemos viajado por los mares de la ilusión y las autopistas de la ternura. Como somos imperfectos comprendemos las pequeñas imperfecciones de nuestros semejantes, porque semejantes somos todos los viajeros. En nuestra calidad de navegantes de la vida hemos anotado en el cuaderno de bitácora muchas vicisitudes de nuestra compartida amistad y todas las experiencias nos han enriquecido. Algunos, muy pocos, se han marchado dando un pequeño portazo, porque no supimos comprenderlos, otros han dejado de venir por edad, trabajo u otras circunstancias y nos siguen enviando muestras de cariño. Nosotros nunca expulsamos a nadie y si a alguien, con nuestra torpe actitud, hemos espantado, podemos asegurar que nada mas lejos de nuestra intención. Los demás seguimos compartiendo lo mejor de nosotros; cada día estamos los justos, ni mas ni menos, porque siempre hay otras obligaciones que atender; aunque nos gustaría estar siempre todos. Independientemente de la labor de voluntariado que se haga al exterior, las curas psicológicas de cada encuentro, dentro y fuera del Centro, hacen de esta experiencia una terapia muy estimable. Si al terminar esta singladura hemos salido enriquecidos en afectos, en ilusión, en amistad, el mérito ha sido de todos que hemos sabido disculpar defectos. Aquí no somos ni mejores ni peores, aquí somos simplemente seres humanos.