Estoy leyendo el segundo libro del Abuelo y mi mente viaja rápidamente a Ariza. Está haciendo mención a su paso por el pequeño seminario de esta villa. En ese tiempo yo vivía allí, pues mis padres me llevaron con año y medio y allí permanecí hasta los seis. O sea del 1943 a 1947. El hospital que cita y que habilitaron para acoger a los chicos que se preparaban para el seminario de Sigüenza, lo recuerdo perfectamente. Había que pasar la vía, desde el Hortal. Acompañé a mis padres a visitar a una persona enferma. Es posible que viera su paso en formación hacia la iglesia, pues vivía en la calle Real, junto al callejón de la Riñona y la Iglesia de San Pedro. Recuerdo mejor las hostias que compraba los domingos a la tía Escolástica, a diez céntimos sin miel y quince con ella. Y también recuerdo a un señor con una oveja despelletada al hombro, recorriendo el pueblo y diciendo: “Yo la he “matao”, pero no me la comeré”. Si continuaran estas formas de escarmiento, me imagino verdaderas procesiones de personas cargadas con distintos productos. Algunos con una urbanización.
Mi padre me llevaba con frecuencia a Ariza, viviendo ya en Deza, pues tenía a mis abuelos, paternos y maternos. Me llevaba en bicicleta por Cetina, que era mejor carretera, 30 Kms, 22 de ellos sin asfalto, una paliza. Aprovechábamos también para comprar ropa y zapatos. En una ocasión me llevó a Calatayud, 50 Kms. No se limitaba a pedalear con el “mochuelo” en el transportín, también me ilustraba de algunas leyendas de toros escapados, antes de llegar a Cetina, lugar donde pasó bastantes años y aprendió el oficio de guarnicionero. Supe por él que allí se había casado Quevedo y que aún se conserva el palacio. Ël sentía verdadera adoración por mí. También íbamos una vez al año a Grisén, donde teníamos unos tíos. Siempre coincidía con las fiestas patronales, de San Miguel o San Martín. En este caso no íbamos en bicicleta, sino en coche hasta Alhama de Aragón y después en tren. Mi madre viajaba con mi hermano, que era tres años menor que yo. En los dos casos aprovechaban para pasar un día en Zaragoza, por entonces todo un sueño. Recuerdo que aprendí todas las estaciones de la ribera del Jalón, lugares con mucho encanto para mí. La ilusión que me producían aquellos viajes, no tienen parangón con ninguna otra cosa.
No quiero hacer competencia a Vicente, que hasta lo leído, lo hace muy bien y ya me gustaría recordar tantas cosas de aquellos años. Un abrazo a todos.
Mi padre me llevaba con frecuencia a Ariza, viviendo ya en Deza, pues tenía a mis abuelos, paternos y maternos. Me llevaba en bicicleta por Cetina, que era mejor carretera, 30 Kms, 22 de ellos sin asfalto, una paliza. Aprovechábamos también para comprar ropa y zapatos. En una ocasión me llevó a Calatayud, 50 Kms. No se limitaba a pedalear con el “mochuelo” en el transportín, también me ilustraba de algunas leyendas de toros escapados, antes de llegar a Cetina, lugar donde pasó bastantes años y aprendió el oficio de guarnicionero. Supe por él que allí se había casado Quevedo y que aún se conserva el palacio. Ël sentía verdadera adoración por mí. También íbamos una vez al año a Grisén, donde teníamos unos tíos. Siempre coincidía con las fiestas patronales, de San Miguel o San Martín. En este caso no íbamos en bicicleta, sino en coche hasta Alhama de Aragón y después en tren. Mi madre viajaba con mi hermano, que era tres años menor que yo. En los dos casos aprovechaban para pasar un día en Zaragoza, por entonces todo un sueño. Recuerdo que aprendí todas las estaciones de la ribera del Jalón, lugares con mucho encanto para mí. La ilusión que me producían aquellos viajes, no tienen parangón con ninguna otra cosa.
No quiero hacer competencia a Vicente, que hasta lo leído, lo hace muy bien y ya me gustaría recordar tantas cosas de aquellos años. Un abrazo a todos.