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De sabias e ignorantes
Serafín Fanjul
La imagen es chusca: una mujer –al parecer, sabia y por tanto metida en un saco– increpa al mundo entero llamándole ignorante mientras masculla su "orgullo" (sic) por tener un hermano terrorista, felizmente pasado a mejor vida en el camino de Allah. La individua no está loca, al menos según los criterios habituales de la psiquiatría, simplemente es una incomprendida, víctima visual de cuantos no entienden la suprema beatitud que se puede experimentar viendo la Creación completa a través de una rejilla de gruesos cordones, sudando la gota gorda (con lo bueno que eso es para quemar toxinas) en aquel refugio de piadoso recogimiento y odiando –como es natural– a cuanta ignorante no la imita y a cuanto ignorante se preocupa por que haya seres humanos en tal estado. Si todo se redujera a aquello de sarna con gusto no pica, la cosa no tendría mayor importancia, pero el asunto es mucho peor.
Se ha celebrado como algo extraordinario que el juez, tras innúmeras contemplaciones y cariñitos, la obligó a descubrirse el rostro, aunque pelo y orejas (también elementos de identificación, recordamos) quedaron celados por la folklórica prenda. Y fuerza es reconocer que, en nuestro país, lo normal y lógico se ha convertido en heroico y prodigioso. Hace tiempo. Y tan es así que otros dos jueces –muy progres ellos: el consabido de siempre y otro de los que pasan por justos– se tragaron el sapo de admitir la declaración previa de la individua con el saco puesto. Qué ejemplo dieron al mundo agarrándose a las sempiternas argucias leguleyas para justificar lo injustificable, que si la fase de instrucción, que si la vista oral, que si o carallo vintenove, que dicen en mi tierra.
Lo palmario es –lector paciente– que a usted y a mí los guardas y policías de la puerta no nos habrían permitido entrar en la ¡Audiencia Nacional! disfrazados de tal guisa, o con una inocente careta de cartulina con la cara de Pancho Villa, como las que, en nuestra infancia, contemplábamos, codiciosos y soñadores, en cacharrerías y puestos de piperos. También había de chino y de algunos siniestros personajes imaginarios más, pero todos habrían sido proscritos y condenados por el segurata de la puerta: ¡vas tú a comparar! Como si fuéramos iguales ante la ley, pretensión absurda si por medio anda la imagen de un juez, si es islamófobo –o no– y cosas por el estilo.
Pero desengáñense: Bin Laden, la individua del burka en Madrid, el zopenco que arrojó los zapatos a Bush, la francesa pirada que fue a la piscina en burkini y cualquiera que realice gestos inciviles y salvajes de afirmación identitaria son auténticos ídolos de todos los musulmanes. De todos, incluidos los denominados "moderados", de quienes tanto hablan los políticos y que no acaban de aparecer por ninguna parte: ¿Será para impetrar la acción mágica de la palabra? A ver si a fuerza de repetirlo, los moderados se corporeizan y salen del limbo donde vivaquean encantados. Pero el objetivo de estas acciones es la provocación, no gratuita ni como finalidad última, sino como medio para ir marcando territorio y ocupando espacios de la convivencia común, de suerte que la próxima vez –que vendrá– la resistencia será menor, hasta que un Garzón cualquiera trague (y los hay a montones), como ya se ha tragado en otros ámbitos de la administración, la enseñanza o la sanidad: ¿saben ustedes aquél del moro que no permite que a su señora le inyecte un enfermero? Pues hay médicos, enfermeros y ambulatorios que no tragan, pero otros sí, porque no lo olvidemos: éste es el país de la inhibición y el escapismo. Y las (y los) del velo lo saben.
De sabias e ignorantes
Serafín Fanjul
La imagen es chusca: una mujer –al parecer, sabia y por tanto metida en un saco– increpa al mundo entero llamándole ignorante mientras masculla su "orgullo" (sic) por tener un hermano terrorista, felizmente pasado a mejor vida en el camino de Allah. La individua no está loca, al menos según los criterios habituales de la psiquiatría, simplemente es una incomprendida, víctima visual de cuantos no entienden la suprema beatitud que se puede experimentar viendo la Creación completa a través de una rejilla de gruesos cordones, sudando la gota gorda (con lo bueno que eso es para quemar toxinas) en aquel refugio de piadoso recogimiento y odiando –como es natural– a cuanta ignorante no la imita y a cuanto ignorante se preocupa por que haya seres humanos en tal estado. Si todo se redujera a aquello de sarna con gusto no pica, la cosa no tendría mayor importancia, pero el asunto es mucho peor.
Se ha celebrado como algo extraordinario que el juez, tras innúmeras contemplaciones y cariñitos, la obligó a descubrirse el rostro, aunque pelo y orejas (también elementos de identificación, recordamos) quedaron celados por la folklórica prenda. Y fuerza es reconocer que, en nuestro país, lo normal y lógico se ha convertido en heroico y prodigioso. Hace tiempo. Y tan es así que otros dos jueces –muy progres ellos: el consabido de siempre y otro de los que pasan por justos– se tragaron el sapo de admitir la declaración previa de la individua con el saco puesto. Qué ejemplo dieron al mundo agarrándose a las sempiternas argucias leguleyas para justificar lo injustificable, que si la fase de instrucción, que si la vista oral, que si o carallo vintenove, que dicen en mi tierra.
Lo palmario es –lector paciente– que a usted y a mí los guardas y policías de la puerta no nos habrían permitido entrar en la ¡Audiencia Nacional! disfrazados de tal guisa, o con una inocente careta de cartulina con la cara de Pancho Villa, como las que, en nuestra infancia, contemplábamos, codiciosos y soñadores, en cacharrerías y puestos de piperos. También había de chino y de algunos siniestros personajes imaginarios más, pero todos habrían sido proscritos y condenados por el segurata de la puerta: ¡vas tú a comparar! Como si fuéramos iguales ante la ley, pretensión absurda si por medio anda la imagen de un juez, si es islamófobo –o no– y cosas por el estilo.
Pero desengáñense: Bin Laden, la individua del burka en Madrid, el zopenco que arrojó los zapatos a Bush, la francesa pirada que fue a la piscina en burkini y cualquiera que realice gestos inciviles y salvajes de afirmación identitaria son auténticos ídolos de todos los musulmanes. De todos, incluidos los denominados "moderados", de quienes tanto hablan los políticos y que no acaban de aparecer por ninguna parte: ¿Será para impetrar la acción mágica de la palabra? A ver si a fuerza de repetirlo, los moderados se corporeizan y salen del limbo donde vivaquean encantados. Pero el objetivo de estas acciones es la provocación, no gratuita ni como finalidad última, sino como medio para ir marcando territorio y ocupando espacios de la convivencia común, de suerte que la próxima vez –que vendrá– la resistencia será menor, hasta que un Garzón cualquiera trague (y los hay a montones), como ya se ha tragado en otros ámbitos de la administración, la enseñanza o la sanidad: ¿saben ustedes aquél del moro que no permite que a su señora le inyecte un enfermero? Pues hay médicos, enfermeros y ambulatorios que no tragan, pero otros sí, porque no lo olvidemos: éste es el país de la inhibición y el escapismo. Y las (y los) del velo lo saben.