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DEZA: Estoy leyendo por tercera vez el libro del prolífico...

Estoy leyendo por tercera vez el libro del prolífico Julio Llamazares “La lluvia amarilla”, que hace varios años tuvo la amabilidad de firmarme. Es un monólogo del último habitante de un pueblo del Pirineo, Ainielle, que ve como su pueblo, poco a poco, va quedándose desierto por la emigración de los años sesenta. Aunque no es el caso de Deza, porque Deza tiene mucha vida, si que es la realidad de muchos pueblos de nuestro país que poco a poco van desapareciendo. Según los ecologistas la situación es grave en este sentido; no se ha conseguido frenar el despoblamiento de los pueblos porque no se interponen medidas para rejuvenecer a la población haciendo bueno el refrán de “para destetar el ternero, matar la vaca”.
En los años sesenta, cuando me encontraba interno estudiando humanidades, recibía una hoja editada con multicopista que confeccionaba el párroco de Deza y que se llamaba “La voz de mi parroquia”, en la que, en una de sus secciones, comentaba y enumeraba las personas que, mes a mes, iban abandonando el pueblo. Recuerdo que, en uno solo de estos meses, se marcharon cinco familias buscando una vida mejor en la gran ciudad. Fue un fenómeno que afectó a todo el país. Esta situación, sin duda, se explica en los pueblos agrícolas por la mecanización del sector y por la falta de mano de obra que revolucionó el sector industrial de las grandes ciudades: crece la industria y hay que construir viviendas. Otros pueblos, cuyo modus vivendi era la industria, como algunos de la ribera del Jalón, acapararon parte de este éxodo pero, al ser una industria volcada solamente en un determinado sector y no buscar otras alternativas, se encuentran ahora colapsadas en cuanto al trabajo, porque la mano de obra es mucho mas barata en otros países.
Pasó el tiempo en que la agricultura familiar quedó postergada y se hizo más extensiva, y millones de personas tuvimos que buscarnos la vida en la ciudad, donde los servicios, como la educación y el trabajo, nos hacían buscar un mejor porvenir.
Así ahora nos encontramos diseminados por el mundo, pero nunca olvidamos nuestras raíces.