En la viña del Señor, tiene que haber de todo. Hay racimos dulces y también hay agraz. En los doce años que residí en Deza, sucedieron muchas cosas; algunas se han olvidado y otras han quedado en la memoria. Unas fueron buenas y otras menos buenas. Hablando de cosas placenteras y teniendo en cuenta el tiempo en que nos encontramos, podemos hablar de las uvas y, por supuesto, del vino. Junto a nuestra residencia palaciega, existía un lagar, un lugar dormido durante todo el año; pero que ahora se convertía en una verdadera fiesta. Después de efectuada la limpieza, comenzaban a descargar los racimos de uvas, posteriormente y antes de fermentar, se podía degustar el rico mosto, después el vino y finalmente, por destilación en el alambique, se obtenía el aguardiente. Bueno pues del aguardiente recuerdo poco, pero de las uvas y del mosto sí, porque los hombres que pisaban las uvas, nos daban a probar un poco de todo. Sería, creo yo, por aquello de la vecindad. Gracias una vez más a la gente buena.