Había un refugiado buscando una calle, y una señora se la acercó."? Busca algo?". Estaba sin zapatos. Dijo."Quisiera ir a San Pedro para entrar por la Puerta Santa". La señora pensó: "No tiene zapatos.? Cómo va a andar?". Llamó un taxi, pero el refugiado olía mal. El taxista casi no quería que subiera, pero al final le permitió y la señora se fue con él. Ella le preguntó un poco de su historia de refugiado, de migrante. Su recorrido hasta llegar aquí. El hombre contó su historia de dolor, guerras, hambre y por qué había huido de su patria para emigrar. Cuando llegaron, la señora abrió el bolso para pagar y el taxista- que al inicio no quería que este emigrante subiera porque olía mal-le dijo a la señora: No, soy yo quién debe pagarle a usted, porque me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón. Ella sabía qué es el dolor de un migrante porque tenía sangre Armenia y conocía el sufrimiento de su pueblo. Cuando hacemos algo así, al principio rechazamos por incomodidad, huele mal. Pero al final de la ostia, nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Pensemos en esta historia y pensemos en esta historia y pensemos qué podemos hacer por los refugiados. Papa Francisco.