<> Entre 1939 y 1945, las nuevas autoridades franquistas construyeron varias
carreteras cerca de la frontera con
Francia porque temían invasiones y querían rutas para subir a las fortificaciones de la
montaña, pasar tropas de un
valle a otro para comunicar puestos remotos. Podían permitirse estas obras tremendas porque contaban con mano de obra barata: quince mil presos republicanos en
Guipúzcoa y
Navarra, a los que castigaban y de paso inculcaban "el hábito profundo de la obediencia", como decían los reglamentos de aquellos batallones. No tenían ningún delito que imputarles, no les hicieron ningún juicio ni les dictaron ninguna condena. Igual que a otros cien mil en toda
España, los clasificaron como "desafectos al régimen" y los mandaron a picar
piedra a
valles remotos. Construyeron carreteras,
aeropuertos, ferrocarriles,
pantanos y
canales, con un beneficio para el Estado de 780 millones de euros, según cálculos de Isaías Lafuente.