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Un amigo del alma

Hay muchas ocasiones, demasiadas, en la que la vida abandona el sainete y el vodevil, y se pasa a la otra orilla, a la del drama o la tragedia más descarnada. Y yo nada más ver esta foto descubro que tengo una deuda pendiente con ese lado oscuro, áspero y traumático al que nos empuja esa vida. En el fondo reconozco que es una deuda que nunca me he atrevido a pagar, porque aunque cuando escribo encuentro pocos obstáculo, sabía que afrontar este me iba a sumergir de nuevo en el ... (ver texto completo)
El otro día me encontré con un viejo amigo de un pueblo cercano a Blacos y me dijo que era un habitual de esta página y me contó una cosa que no era nueva para mí, pero me hizo volver a pensar que nunca lo había contado. Me dijo que leía todo lo que se escribía aquí, pero que si estaba unos días sin entrar se encontraba con que el trabajo era excesivo. Y a su manera me reprochó que yo escribía mucho, muy largo y algunas veces complicado de digerir. Y fue cuando le contesté algo que no acabó de creerse, ... (ver texto completo)
Aquel día guisó las lentejas tres veces la misma mañana, y no lo hizo más veces porque de repente se le olvidó como se encendía el fuego. Era el primer eslabón de una cadena de olvidos, porque el primer objetivo del alzheimer es aniquilar la memoria y el siguiente arrasar las defensas de familiares y cuidadores del enfermo. Después de quemar y volver a quemar las lentejas y de hacer cábalas sobre lo que le podía pasar, el neurólogo lo solucionó con una simple pregunta.
¿Sabe qué día de la semana es hoy?, Dijo que era jueves… pero era lunes. Y el diagnóstico fue tan inapelable como el dolor que recorrió todo el cuerpo de su hijo, que se quedó clavado en la silla como si lo hubiera fulminado el rayo de la amargura. Sabía muchas cosas de la enfermedad y por tanto en ese mismo segundo era consciente del tortuoso camino que se abría al otro lado de la puerta de la consulta del hospital. A veces es mejor la ignorancia, porque el desconocimiento en muchos casos evita los malos presagios. A partir de ahí sus vidas dejaron ser una montaña rusa para convertirse en un tobogán hacia el abismo. Toda las enfermedades son crueles, pero el alzheimer está en cabeza de la clasificación. Los síntomas comienzan a ser visibles antes de que se abra el pozo del olvido. La mirada comienza a perder intensidad y viveza. Te asomas al fondo de sus ojos y no ves nada, no responden a ningún estímulo, no muestran ningún sentimiento. Son los primeros en iniciar el viaje hacia la indiferencia. Después la cara, esa cara activa, expresiva, agradable, se va convirtiendo poco a poco en una máscara casi inerte, en la que las únicas señales de vida son una boca semiabierta, en un abandono de interés, y un pestañeo lento, irregular y como aburrido de su rutina. Donde antes había vitalidad, decisión, sorpresa, alegrías tristeza,... ya no queda ni siquiera dolor. Es como si de repente haces un viaje a la Antártida, saludas a una esquimal y esperas que haga algún gesto de reconocimiento. El abismo comienza a abrirse por los ojos y por la cara y el pozo negro del dolor de los hijos o de cualquier otro familiar, comienza a ser negro y punzante desde sus primeros huecos. En el enfermo se deteriora su físico al mismo ritmo que provoca agujeros en el corazón de los que están a su lado. Ya no hay rutinas, no hay actos reflejos ni hay costumbres. Cada día es una nueva incognita porque el enfermo de Alzheimer se transforma al mismo ritmo que lo azota la enfermedad. Un día se le olvida vestirse, otro día se le olvida tragar, otras veces parece que se ha recuperado y te dejas engañar con una brisa de esperanza... Es un azote continuo a la resistencia física y a la fortaleza moral de los que están a su lado. Llega un momento que esa ayuda no es suficiente, por falta de tiempo, por falta de conocimientos y sobre todo por falta de medios adecuados para que su último paso sea lo más seguro posible. Entonces al dolor de la enfermedad, se une el drama de la separación. Crees que la distancia va a acelerar el olvido y va a progresar en su abandono. Y ni un sólo día acabas satisfecho de lo que has hecho el día anterior. Hasta que te sientes en la oscuridad del sillón y te das cuenta que haces todo lo que está en tu mano y más, te reconoces a ti mismo que estás donde hay que estar y que el enfermo está donde mejor puede estar. Y si al encender la luz y levantarte del sofá no has llegado a esa conclusión, es mejor que tú también vayas al médico, y que llames a otra puerta, distinta de la del neurólogo. Con ello vas a conseguir cierta tranquilidad y mucha seguridad en tu comportamiento. Pero esto no va a impedir que cada día que abandones la planta en la que vive un nuevo puñal se clave en tus entrañas. Al principio sólo duelen pero después empiezan a sangrar. Y cuando sus lagunas en la memoria se convierten en océanos de olvido, resulta ya muy difícil detener la hemorragia. Todo comenzó un día en el que coció las lentejas tres veces, y todo se acabó cuando dejó de reconocer como su nieta a aquella niña rubia que se columpiaba en el parque de la Residencia. Entre una imagen y otra parecía que habían pasado siglos, pero en realidad habían transcurrido poco más de dos años.
Después, cuando le pones perspectiva, te das cuenta que es una enfermedad que pone a prueba a familias completas, que lleva al límite muchas relaciones y que algunas veces hace saltar todas las costuras. Por suerte ahora ya no hay que decirlo desde la experiencia individual, sino que hay hasta guías de comportamiento. Ya es más difícil caer en el error de que simplemente lo malo del alzheimer es el enfermo que los sufre. Ahora hay un conocimiento generalizado de que la familia también sufre la enfermedad. Con otros síntomas y con otras consecuencias, pero no menos graves, y si se gestionan mal con resultados muchos más desastrosos que la pura enfermedad. El enfermo acaba perdiendo la consciencia de su mal, y sin embargo el familiar cada día aumenta su angustia y ansiedad por la situación que está viviendo. Al cansancio físico se une un terrible desgaste mental. Es insoportable ver sufrir a un ser querido, aunque sea un sólo día. Pero sí sufre alzhemir el sufrimiento es mayor cada día. Por eso en estas fechas que se celebra el Día Mundial del Alzheimer quiero destacar el papel de esos cuidadores y familiares que se someten a un examen diario con la seguridad de que nunca van a sacar matrícula de honor. Su esfuerzo, su preocupación, su dolor y sus desvelos son de un mérito incalculable. Antes sólo lo valoraban los que habían pasado por ese trance. Ahora hay un reconocimiento generalizado de ese trabajo e incluso se han dado los primeros pasos para que haya un reconocimiento legal y se contemplen las ayudas necesarias para esas personas que tienen que suspender su vida y su trabajo para dedicarse a cuidar a un familiar. Ojalá sea verdad y yo me alegraría sinceramente de que fuera así, aunque a algunos nos llegue muy tarde.
Por eso, a los que estáis pasando por esa situación, os diría que cuando al enfermo le empiecen a robar su memoria, tratéis de que tarde mucho más en perder sus sentimientos. Y que sentirse en algún momento culpable no sirve de nada, es perder el tiempo, y a ellos no les sobra. Y como lo que importan son los sentimientos, hay un poema que puede poner un poco calor en esa enfermedad descarnada. Lo escribió un enfermo cuando todavía le quedaban señales en su memoria.

NO ME PIDAS QUE ME ACUERDE
NO TRATES DE HACERME COMPRENDER
DÉJAME DESCANSAR
HAZME SABER QUE ESTÁS CONMIGO
ABRAZA MI CUELLO Y TOMA MI MANO
ESTOY TRISTE, ENFERMO Y PERDIDO
TODO LO QUE SÉ ES QUE TE NECESITO
NO PIERDAS LA PACIENCIA CONMIGO
NO JURES, NO GRITES, NO LLORES
NO PUEDO HACER NADA CON LO QUE ME OCURRE
AÚN ASÍ TRATO DE SER DIFERENTE
NO LO LOGRO
RECUERDA QUE TE NECESITO
QUE LO MEJOR DE MÍ YA PARTIÓ
NO ME ABANDONES, QUÉDATE A MI LADO
ÁMAME HASTA EL FINAL DE MI VIDA ... (ver texto completo)
Hay una canción que dice algo así como " Qué corto es el amor y que largo es el olvido". Y aunque no sé muy bien porqué, siempre me recuerda a los veranos de Blacos. Se podría traducir la letra por " Que corto es el verano y que largo el regreso". Pero probablemente este año se podrían añadir un sinfín de sensaciones nuevas y, a mi parecer, agradables y positivas casi todas o todas. Nada más llegar nos dimos de frente con la fiesta, más madrugadora que de costumbre, como si tuviera necesidad de satisfacer ... (ver texto completo)
Esto pensaba escribirlo ayer, pero el temporal me trae de cabeza. Y es que ayer, dos de febrero, era el día de San Blas. Y en cuanto oigo esto, automáticamente pienso en lo de..." por San Blas la cigüeña verás". Y lo de la cigüeña es un referente de mis años de infancia en Blacos. Ya lo he contado aquí alguna vez, pero el vuelo de la cigüeña marcaba la agenda de aquellos días de invierno. Después descubría que la cigüeña puede volar más de 3.500 kilómetros al año. Entonces no lo sabíamos, pero ahora ... (ver texto completo)
No llegó con un pan, él vino al mundo con una sonrisa debajo del brazo. Y en cuanto tuvo uso de razón izó en su ventana la bandera de la humildad, y convirtió su humanidad en el blasón permanente de su vida. Fue un hombre bueno, pero en el sentido bueno de la palabra bueno. Quiero decir que se alimentaba, y nos alimentaba, de esa bondad que nace en el alma. Una bondad que no necesita excesivos cuidados, a la que no hay que arrancarle hierbas ni rociarla con abono. La de Gildo era una bondad tan sincera ... (ver texto completo)
Han sido los primeros síntomas, pero es algo que comienza a despertarse y me temo que tendrá un largo insomnio porque los complejos son así, parecen una anécdota y se acaban instalando en tu vida sin intención de pagar alquiler y sin aceptar cualquier tipo de hipoteca. Y es que siempre se llega a un estado en la vida, a una edad, en la que las vísperas empiezan a ser la de después. Es una etapa, espero que larga y fructífera, en la que te abruman los recuerdos y empiezan a flaquear las esperanzas. Es esa época en la que ya pesan los peldaños de subida y hay que agarrarse al pasamanos de la experiencia cuando pretendes bajar y evitar cualquier resbalón. Es un estado vital en el que tienes la sensación de que ya estás de vuelta de todo, aunque cuando te paras a pensar te das cuenta que todavía no has ido a ninguna parte. Es esa franja que está al otro lado del ecuador y en la que ya te empiezan a sobrar los motivos para cualquier decisión que se te ocurra tomar. Pero, ojo, tiene sus ventajas. Llega un momento en el que ya no te esfuerzas en hacer amigos, primero porque igual tienes bastantes. Y segundo porque si hasta ese momento no has sido capaz de hacer amigos, tienes que empezar a pensar que ya no es hora ni lugar para tender puentes y suavizar encuentros. Pero por otro lado cada vez estás más lejos de la preocupación por los enemigos. Si los tienes, empiezan a diluirse como un azucarillo y esto te produce una suave sensación de bienestar y de paz, al mismo tiempo que quitas cualquier importancia a aquellos enfrentamientos o a aquellas desavenencias que te martirizaron alguna vez. Ahora ya no, porque estás al otro lado del rumor y de la maledicencia. A estas alturas la vida ya te ha enseñado que nada es eterno, que importa muy poco lo que otros piensan o digan y que ya no es tiempo de convulsiones, ni siquiera de decepciones. Ahora ya es tiempo de calma, de paz y de indiferencia pero a la vez de apego a lo conseguido. No hay materialismo latente, pero sí hay gratitud y cariño. Te quedas con los que quieren viajar contigo por ese camino, con los que han querido estar a tu lado en la travesía, que a estas alturas seguro que son exactamente los mismos con los que tú has querido viajar. Si coincide, fenómeno, si no, pues que le vas a hacer. No te vas a poner a hacer ahora lo que no has hecho durante el resto del tiempo que has vivido. Ha sido poco tiempo, pero suficiente para separar el grano de la paja, aprender a diferencia la amistad de la compañía y para no perder el tiempo en los que lo pierden con cosas que ya sabes que no merecen la pena. Es tu tiempo y han sido suficientes inviernos encima como para aprender a aprovecharlo y no desperdiciarlo en atajos que antes o después conducen a la nada.
Y alguno, si queda alguien, que lea esto, pensara, ¿Y a que viene ese ataque de melancolía? Y seguro que también alguno, como el sagaz detective del Regato, habrá acertado en la respuesta. Se llega a una edad en la que cada vez que se cumple un año más, se abre el libro de reclamaciones y se empieza a pasar factura al futuro. En mi caso empezó de la manera más tonta, como empiezan los tornados o los tsunamis. Siempre que llegan estas fechas me gusta regalarme algo, y eso es lo malo, que ese simple hecho te acaba demostrando que tu subconsciente va por delante de tu pensamiento. Hace muchos años, el regalo hubiesen sido la colección completa de los discos de Sabina, unas llantas deportivas para mi golf, el equipo de música más moderno del mercado, la ropa del momento, un reloj resplandeciente etc. etc. Pero este año me sorprendí a mi mismo regalándome.. ¡un albornoz". Sí, sí, un albornoz. Entiendo que las mujeres piensen que es un regalo práctico e incluso necesario. Pero yo después de ese impulso espontáneo, empecé a pensar y ahí es donde llegó el ataque de nostalgia. Me di cuenta que, sin pensarlo, me había comprado un albornoz porque a las siete de la mañana hace mucho frío y después de salir de la ducha ya no aguanto como antes " el fresquito". Y eso sólo fue el principio de mi depresión. Porque esto me sirvió para darme cuenta de la cantidad de cosas que hago que antes no hacía. Después de ducharme me seco el pelo para no salir a la calle mojado. Si la temperatura está por debajo de los cero grados, me pongo un gorro de monte porque noto como que el hielo me entra por la cabeza. Además me pongo guantes y bufanda. Cuando veo la tele tumbado en el sofá, hace días que me tapo con una manta, algo que no había hecho en mi vida. Estos días congelados, noto un frío en la pierna izquierda que me obliga a tenerla junto al radiador para calentarla. Antes me encantaba salir a la calle a hacer noticias, y tirar unas bolas de nieve. Ahora no salgo ni aunque me lo recomiende el médico. Ya sí podrá continuar con un montón de cosas que se han incorporado a mi vida sin darme cuenta. De una en una parece que no tienen importancia, pero si cometes el error de juntarlas y repasarlas despacio, te hundes en el precipicio. Y descubres algo que tratabas de evitar: Te das cuenta de ya te has hecho mayor. Y cuando estás en plena cuesta bajo, se juntan todos los diablos para hundirte. Viene un chaval y te pregunta la hora, eso sí te trata de usted y te jode... aunque no lo reconozcas. Vas por la calles y procuras mirar al infinito, porque si por casualidad pasan tus ojos por los de una chica joven te entra un ataque de pánico por si piensa que eres un viejo verde. Te descubres dando a tus hijos los mismos consejos que te daban tus padres, esos que juraste que tú nunca darías a nadie. Te molesta que estén siempre colgados del móvil, que no te muestren respeto, y que pongan en duda tus opiniones, Y ya si dicen que esa opinión la tienen los de tu edad pero que ellos son jóvenes, inmediatamente después buscas desesperadamente el teléfono de un siquiatra para ponerte en sus manos. Ya no te gusta una clase de ropa que antes te enamoraba. Si vas a la planta joven del Corte Inglés, descubres miradas inquisitivas de empleados y clientes, en las que crees leer que se interrogan sobre lo que hace una persona de tu edad en esa planta. Vas al banco y todas las ventajas, son para los que tienen el carnet joven o para los jubilados. ¿Y nosotros qué? Somos lo que peor lo estamos pasando y no existimos para casi nadie, nos ignoran, estamos en una franja de edad en la que casi deberíamos borrarnos para no molestar. Luego pasa otra cosa. Cuando nosotros éramos jóvenes, el mercado laboral prefería la experiencia y la responsabilidad de la edad. Y ahora que tenemos las dos cosas prefieren la juventud y la agresividad de los que tienen todo por delante. Esto no hay quien lo aguante,. pero todavía puede ser peor. Porque te puede pasar que tengas un amigo unos cuantos años más joven que tú, que cuando cumple años te da la monserga con eso de " qué mayor me estoy haciendo, cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer cuando estuve en la mili". Y tú tienes que hacer verdaderos esfuerzos para no aniquilarlo al instante porque en el fondo lo que te quiere decir es que tú eres ya tan mayor que debes ser ajeno a preocupaciones como las suyas. La verdad es que llegados a este punto yo me atrevo a afirmar que me encuentro en la edad más difícil de la vida. No estás a un lado ni al otro, pero te empujan desde los dos para que te vayas a otra parte. Vale ¿y dónde está esa otra parte?. Si alguien los sabe le estaría eternamente agradecido que me lo diga. Lo podía buscar yo, pero en cuanto intento utilizar el GPS siempre hay alguien en el coche o fuera que te recuerda " Déjale a tu hija, que es joven y están más acostumbrados a estos aparatejos". ¡y una leche! Estará más acostumbrada a guasapear con los amigos, pero cuando se trata de que te lleven, te traigan y paren por el camino para comprar algo, ahí sí, ahí sí, los de mi edad todavía tenemos un papel que jugar. No es más que el de chófer, pero bueno, algo es algo. Y todo esto me ha pasado por regalarme un albornoz. Al año que viene me compro un viaje a Disneyland. A ver si cuela. ... (ver texto completo)
No paraba de llover. Y ahí estaba él mirando una página en blanco a escasos milímetros del ordenador. Un distancia mínima que de repente se convertía en interplanetaria, casi infinita. El folio en blanco era una denuncia, un testimonio, un informe preciso de que la imaginación había huido sin dejar ni siquiera una nota de despedida. Hace unos días una página en blanco no era nada más que tres minutos de hilvanar frases hasta dejarla llena de pensamientos. Ahora ya no, ahora se había convertido en ... (ver texto completo)
Título: Sixto " la sonrisa amiga"

Hola, Sixto, ¿Qué tal te va? Todavía no has terminado de doblar la esquina y a nosotros nos has dejado sobrecogidos por la impresión, compungidos por el dolor y en la soledad más huérfana que te puedes imaginar. Y aún así no es ni siquiera una décima de todo el dolor que vimos concentrado ayer en Blacos, en esa hora maldita en la que decidiste buscar otros horizontes. Es difícil encontrar las palabras justas para expresarte las imágenes de la iglesia primero y ... (ver texto completo)
Mariano, uno de los Nuestros.

Mariano, al otro lado hace mucho frío, y tú eres de abrigarte en cuanto nace el otoño. Al otro lado, Mariano, siempre hace frío, porque este viaje que acabas de emprender tiene su estación término en una eternidad que sólo se alivia con interrogantes.
En ese lado, en el otro lado, faltan muchos de esos amigos que te dan calor en el reencuentro de cada verano, en ese Blacos cálido, cercano y acogedor al que siempre volvías para empezar por el principio el relato de ... (ver texto completo)
Asun, un mar de ternura.

Cuando te asomabas a los ojos de Asun descubrías un mar de ternura. Un mar apacible, sin sobresaltos, de aguas tranquilas que aún así se desbordaban en un océano de humildad y cariño. En esos ojos color esperanza se reflejaba siempre la sencillez de la vida. Hay veces que las palabras tienen su justo sentido, o para ser más exactos, hay veces que algunas palabras parecen tener sentido. Y en el caso de Asun la palabra llena de sentido es la palabra BUENA. Así, sola, sin ... (ver texto completo)
Título: Mis vecinos "El Julio y La Clotilde"

Mi vecino Julio a su casa la llamaba hotel. Y a su mujer, Clotilde, la llamaba Patrona. Y en ninguno de los dos casos hay que buscar un desapego o una frivolidad. Para Julio su casa era un hotel porque entre sus cuatro paredes no le faltaba de nada. Todo estaba dispuesto para satisfacer y agradar al " cliente". Y a su mujer la llamaba Patrona con mayúsculas. Y estoy seguro que lo hacía así no porque en ella viera una figura de veneración religiosa. ... (ver texto completo)
Hay una edad en la vida, poco después de la adolescencia, que parece que es interminable. En cualquier agosto de los 20 años, te tumbabas sobre el puente de madera que hay un poco más abajo de entre ambas aguas cuando la sombra ya te protegía del sol, y parecía que habías entrado en el túnel del tiempo sin tener que llamar a la puerta. Con los ojos cerrados, se desplegaba todo un mundo de sonidos y sensaciones. El agua que cantaba al llegar al corrental parecía una sinfonía sublime en el país de ... (ver texto completo)
Hace dos horas emprendía su viaje más largo. Reconozco que la tenía en el fondo del baúl de los recuerdos, pero ayer cuando me enteré de su adiós las anécdotas comenzaron a brotar en mi cabeza con absoluta claridad. Cualquiera que haya tenido relación con Martina sabe que siempre estuvo salpicada de un rosario de anécdotas, y además de anécdotas graciosas y positivas, porque ella era un volcán de simpatía y expresividad. Es cierto que a veces las escondía debajo de una corteza de desconfianza que se explicaba en unos tiempos en los que nada ni nadie era fácil en las relaciones cotidianas.
Un día de verano después de una larga noche de fiesta, yo me arrebujaba entre las sábanas, y de repente una letanía de sonidos ininterrumpidos acabó con mi sueño. Lo primero que pensé fue que mi madre, la teniente O´Neill, había puesto la radio a todo volumen para obligarme a levantarme. No me extrañó lo más mínimo porque era algo frecuente en su manual de torturas cuando yo había trasnochado. La cocina de mi casa, que estaba debajo de donde yo dormía, parecía el estudio de Protagonistas de Luis del Olmo. Había un girigay impresionante, el silencio había huido despavorido por la ventana para dejar hueco a tanta palabrería. Llegué a la cocina y allí estaba Martina, la voz de la radio. Mi madre y Vitoria estaban rojas de tanto reírse. Martina me vio y dando por supuesto que yo no me había enterado de nada, volvió a contar la misma historia. Pero nunca era una repetición, la enriquecía con nuevos giros y chistes y con esa coletilla marca de la casa: "Ay chica, chica, chica... yo no sabía nada”, aunque hacía tiempo que lo sabía todo. Y era la voz de una emisora en la qué no se admitía publicidad, una emisora que se alimentaba únicamente de las palabras de Martina.

Yo juré cobrarme venganza y lo pagó el que menos culpa tenía, su hijo. Eran las doce o la una y José Ignacio estaba todavía en la cama. Y Martina lamentándose en la calle: AY chica, chica, chica no sé qué hacer con este chico, toda la noche por ahí y ahora en la cama a estas horas”. Yo le dije que era una vergüenza, que el chico no daba palo al agua y que en su lugar lo despertaría ya mismo y con un par de tabanazos para que se espabilara antes. Subió a la habitación en dos zancadas y le montó un pollo al pobre José Ignacio que creo que desde entonces se levanta a las siete de la mañana para evitar otra bronca de esas dimensiones.

En algunos círculos tenía fama de tacaña, pero conmigo siempre fue espléndida. Un día estaba en el corral de Vicente limpiando algo y necesitaba un rastrillo para recoger la suciedad. Le dije que Martina tenía uno nuevo y que yo se lo pedía. Vicente y su padre juraban y perjuraban que no me lo iba a dejar. Se lo pedí y en tres segundos me lo sacó de casa ante las caras de incredulidad de Tomás y Vicente.
Era fácil. Necesitaba sentirse querida y apreciada y cuando era así ella correspondía muy por encima de lo esperado. Su astucia mezclaba bien con su generosidad y ella se manejaba perfectamente en los ambientes propicios. Era el claro espejo de los tiempos y Martina me da la sensación que se adaptaba perfectamente a ellos y nunca pasó por su cabeza adelantarse a la época que le tocó vivir. Su resignación era fruto de la costumbre y del hábito. Parecía feliz con las pequeñas cosas, que son las que siempre hace a las personas más grandes.

Ahora se ha ido y seguro que al final del viaje encontrará a alguien con el que charlar un rato. En cuanto les diga eso de " Ay chica, chica, chica", se los tiene ganados a todos. Es la ventaja de viajar a bordo de la sencillez y con una maleta de simpatía. Hasta siempre. ... (ver texto completo)
Angelita, la eternidad del recuerdo

La incertidumbre siempre provoca ansiedad. Y La certidumbre de una muerte desemboca en el dolor, la tristeza y la desesperación, porque todo lo que está más allá de la vida es desconocido y cuando cruza esa línea un ser querido, los suyos se sumergen en una profunda inquietud. Y todo estos sentimientos, y más provocó el adiós de Angelita, que en un sábado de sol llenó de sombras los corazones de los que se acercaron hasta la iglesia para entonar una despedida. ... (ver texto completo)