Hoy Pamplona me ha recordado mi
pueblo. A las siete de la mañana sólo había silencio en la
calle, roto algunas veces por los cantos de los pájaros en los
árboles, por el motor de los vehículos sanitarios o de reparto, a los que ponía ritmo el taconeo de alguna mujer que, como yo, se dirigía al trabajo. Las pocas caras que he visto reflejaban la preocupación y el temor, y al mismo tiempo la resignación de tener que salir de
casa cuando lo más prudente es quedarse entre sus cuatro paredes. Por eso
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