Fue la Centóbriga
romana. (Hay una estela en algún
museo provincial)
Hay restos de un antiguo
camino romano, defensas
romanas y celtibéricas, yacimientos fósiles, dos
cuevas con estalactitas y estalagmitas y unas pocas construcciones romanas. Algunos historiadores sitúan aquí la Centríbriga celtíbero-romana (que traduce como alta fortaleza), sometida poco después de la toma de Numancia.
Toda la muela estuvo rodeada de una
muralla que protegía la población, despoblada y expoliada desde los años setenta, y perteneciente a las Villas Fronteras con
Aragón, del arciprestazgo de Gómara. Conocida como Alcaçar desde el fuero de
Soria del siglo XIII, y posteriormente como Peña de Alcázar, denota claramente su origen en la invasión ilegal árabe.
En el 972, a la muerte de Amril ben-Timlet, el valí del
Campo de Gómara y el Jalón medio, sus hijos gobiernan las
torres de Amril y Noviercas, y las
plazas de
Peñalcázar, Ateca,
Deza y Ribarroya. No es aventurado suponer que pudo ser tomada por el Conde Garci Fernández en su ataque contra Deza en el 974, y en el que vence a los valíes en el inlocalizado Fahs Albaracat.
Algunos eruditos ubican en Peñalcázar el Alcocer del Cantar del Mío Çid, a cuya toma dedica el poema no pocas líneas, aunque otros proponen una localización mucho más lógica con el texto y el terreno entre Ateca y Terrer.
Después fue villa fronteriza independiente aunque no llegó a formar comunidad. Alfonso I el Batallador ganó esta
plaza fuerte llamada solamente Alcázar, entre 1120 y 1125; a su muerte, como tantas otras de la frontera soriano-aragonesa, pasaría a manos de Alfonso VII. La despoblación de Peñalcázar ya hubo de tratarse hace ocho siglos, cuando a principios del 1.200 Alfonso VIII eximió del pago de tributos a los que quisieran vivir en lo alto de la peña sin dejarse llevar por la tentación de seguir construyendo
casas en la parte baja, según recoge don Gonzalo Martínez.
Su importancia en la Edad Media queda atestiguada por las
ruinas que hoy se conservan y los objetos y sepulcros encontrados. Según la obra "
Corpus de
castillos medievales de Castilla", contaba con dos entradas con dos formidables
puertas de hierro, hoy devastadas. Hay testimonios de poblaciones íberas y dos cavernas pobladas en la prehistoria, la de las Brujas y la del Viñador.
Del alcázar hoy sólo queda un centenar aproximado de metros del lienzo de la muralla por su lado Oeste y recintos más o menos aislados, con algunas almenas en aceptable estado para el conjunto. El camino de acceso en rampa pavimentada, zigzaguea hasta alcanzar una de las puertas de acceso, que divide uno de los lienzos. En una de las torres de la muralla también por su lado Oeste, o más bien en sus restos, se aprecia lo que pudo ser un aljibe o nevera. Se trata de una
bóveda de cañón insertada en una
torre cuya parte superior aparece a ras de suelo con una abertura.
En 1358 don Enrique de Trastámara, rompiendo las débiles paces entre aragoneses y castellanos del Cardenal Guillén, trata de hacerse con Peñalcázar, aunque tiene que retirarse de nuevo a Aragón ante el empuje de su hermanastro don Pedro I (El Cruel) desde Gómara.
En 1447 los navarros toman Peñalcázar. Pudo ser la respuesta a la toma de Atienza, que estaba en manos navarras, por parte de Juan II de castilla un año antes.
De 1581 era el
retablo mayor de la parroquial de
San Miguel en Peñalcázar, elaborado por Juan de Artiaga, del que se han conservado dos imágenes, de la Dolorosa y San Juan. El estofado era obra de Pedro Jiménez de Santiago, de 1596. Según Ángel Almazán una
virgen románica del siglo XIII se encuentra probablemente en el
palacio episcopal de El Burgo de Osma.
Durante la Guerra de Sucesión es tomada y saqueada por las tropas del Archiduque en 1706, junto con las villas de Deza, Serón, Almazán y Almenar, retirándose un año después.
Tres aldeas contó, durante la Edad Media y aún después, hasta el censo de Floridablanca de 1785, la Peña de Alcázar:
La Alameda,
Carabantes y Quiñonería. Dependía del Concejo de Soria, desde donde se nombraba anualmente alcaide.
En el catastro de la Ensenada figura con 92 casas habitadas. Madoz contabilizaría setenta casas, la consistorial,
escuela de instrucción primaria,
iglesia de San Miguel, tres
ermitas, una
fuente,
monte de encina, sesenta y cinco vecinos y doscientas sesenta y seis almas.
Contaba en 1783, próximo a la disolución del Honrado Concejo de la Mesta, con un total de 6.350 cabezas de
ganado lanar, 200 de ellas trashumantes, en un momento en que la provincia contaba con más de 670.000 cabezas. La localidad está deshabitada desde los años sesenta, ya no queda otra cosa que no sean ruinas y ese es el destino escrito de tantos otros
pueblos de esta provincia.
En abril de 1878, tenía lugar una sesión extraordinaria presidida, por el entonces alcalde Prudencio Martínez, con la asistencia de los concejales Pablo Portero, Florentino Tejedor, Anselmo Millán, Lorenzo Romero y Justo Gil, más dieciocho asociados y contribuyentes. Se trataba de deliberar la adopción de medios para cubrir el cupo de encabezamientos que por consumos y cereales correspondía al
pueblo en aquella época. Un mes después, y también extraordinaria, se reunían para elección de repartidores en número igual al de concejales para el reparto de consumos y cereales. Representaban a mayores contribuyentes y ganaderos, medios contribuyentes, inferiores e industriales, lo que manifiesta la división contributiva de la sociedad en cuatro grupos. Sabemos por ello de la existencia de un
caserío rural, de nombre
Santa Bárbara, cuyo propietario, Bernardo Pérez, vecino de ese pueblo y residente en el caserío de esa jurisdicción, presenta una reclamación “por sí y en nombre de sus hijos, criados, pastores, jornaleros y demás habitantes de dicho caserío, a lo que manifiesta se les declara exentos de impuesto de consumos, como acogidos a la Ley de Colonias de 3 de junio de 1868”.
Tenían también, en este año, problemas de población, según se deduce de la
reunión ordinaria de julio, en la que se procede al nombramiento de la asamblea popular “que en unión del
Ayuntamiento ha de componer la Junta Municipal de este pueblo en el corriente año económico”. Se decide que la formen tres secciones por no “poder hacer más secciones atendiendo a las circunstancias del corto vecindario para representar todas las clases de la población”.
En agosto vuelven a reunirse para tratar un tema local como es el del cese del alguacil y el nombramiento de otro.
Se sabe por la documentación disponible, de la existencia de un pósito pío, ya que, también en agosto, tiene lugar “el nombramiento del depositario de los fondos del establecimiento del pósito pío a D. Cayetano Díez Pérez, el cual tendrá derecho a las retribuciones que la ley tiene impuestas a dichos depositarios de los fondos del pósito”. Como en todos los lugares contaban también en Peñalcázar con morosos y en octubre se reúnen para dar lectura al listado de los del año 1877 y decidir si las partidas se han de declarar fallidas o han de acudir al apremio del tercer grado, es decir, la venta de los bienes inmuebles. Tres contribuyentes pasaron a partidas fallidas y a once vecinos de Carabantes y uno de La Alameda, ya le habían subastado algunos bienes y pasado a la Hacienda Pública.
Reportaje que “Soria Semanal” publicó, en su número 100, el 24 de febrero de 1979. Hace ahora 31 años. Aunque desde la diáspora no tengamos acceso a las hemerotecas sorianas, el no haber tirado a la basura algunos periódicos de épocas ya pretéritas nos permite conservar algunas curiosidades, después de una minuciosa búsqueda. Reportaje sin firma que resumimos:
“Peñalcázar, o la otra forma de que suene el nombre de Soria”
“De un tiempo a esta parte, precisamente desde cuando se celebran Elecciones Generales en nuestro país, Soria es famosa por el frío, por la mantequilla y por la Mesa Electoral de la localidad de Peñalcázar.
El último habitante en abandonar el pueblo fue D. Segundo Alcalde, de 47 años, quien se mantuvo como único morador de Peñalcázar algunos meses después de que las últimas
familias dijeran adiós definitivamente a este vestigio de la Castilla reconquistadora. Hoy, allí, el derrumbamiento de los inmuebles, las ruinas de los
edificios públicos y el expolio de todos los recintos, cuando no el consabido vandalismo ejecutado en algunos lugares, dan la más clara muestra de la Castilla abandonada y de la provincia deprimida.
Pero el retorno de estas familias –a los vecinos de este pueblo se les recuerda en los alrededores como humoristas y de buen talante- a cumplir con un deber ciudadano, o la frecuencia en la visita a sus lugares de origen –muy distinta esta actitud a la de quienes ya Soria es sólo un sitio de veraneo- es todo un hálito esperanzador de quienes se muestran reacios a olvidar su procedencia o a emigrar definitivamente…”...
Guardemos estas ruinas, y conservemos estas historias, porque son un legado del ayer, que mañana otros disfrutarán.