Su mirada angustiada se desplazaba con nerviosismo sobre las palabras. Leía atropelladamente el contenido de párrafos elegidos al azar. Nuevamente pasó con rapidez varias hojas del manoseado libro de biblioteca. “Esto tiene que ser una pesadilla”, balbuceó con voz entrecortada. Dejó con celeridad trepidante el ejemplar sobre la mesita de noche y abrió el segundo cajón. De él tomó el manuscrito recién acabado y repasó el último capítulo. Los comparó, aún sabiendo ya de la inevitable coincidencia. ... (ver texto completo)